Invitada al proyecto Arte, Política y Contracultura, el Mundo Hoy, del que es cocuradora en el Museo Universitario del Chopo con sesiones durante abril y mayo, la artista, bailarina y maestra de yoga británica Lizzie Sells conversa con Fusilerías sobre la nueva realidad internacional, la aportación del feminismo, el declive e injusticias del capitalismo y de aquella máxima del mayo francés sobre dar todo el poder a la imaginación.
«Una vez más requerimos de revoluciones en la vida cotidiana. Y creo que el feminismo nos ayuda una enormidad a pensar cuáles deben ser esas pequeñas revoluciones del día a día», dice, y llama a repensar nuestra relación con el gran cuerpo del planeta.
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—¿Cómo es que te involucras en este proyecto?
—Francisco Carballo y yo hemos colaborado en proyectos políticos y culturales desde 2014. José Luis Paredes Pacho, el director del Museo Universitario del Chopo, nos invitó a finales de 2020 a hacer juntos la curaduría de una exhibición en línea que hablara sobre el clima social, cultural y político actual. “Estamos viviendo un verdadero cambio de época”. Con estas palabras de Walter Mignolo resonando en nuestros oídos, comenzamos a armar una serie de conversaciones. Nos interesaba pensar el ciclo como una exhibición del pensamiento contemporáneo desde los márgenes, desde la fronteras del arte, la cultura y la política. Con esa premisa reclutamos a un grupo de artistas, académicos, activistas y escritores, personas inmersas en discursos que tocan preguntas clave de nuestro tiempo: el papel del arte y los aristas en el siglo XXI, la riqueza conceptual del feminismo contemporáneo, por qué la herida colonial sigue abierta después de 500 años desde que comenzó la expansión europea por el mundo, qué hacer frente a la crisis ambiental y cuáles son los legados de la contracultura del siglo XX, entre otros temas.
—¿Cuál es el vértice ideológico que sentaría las bases de una actualidad sólida culturalmente hablando?
—Vivo en Londres, donde la conversación acerca del ingreso básico universal está teniendo auge. También creo que las instituciones públicas deben existir para ayudar a la gente en lugar de garantizar ganancias para unos cuantos contratistas. Me parece que no podemos tener una actualidad sólida mientras un puñado de personas son increíblemente ricas y el resto lucha para mantener un nivel de vida decente. A esto se le puede dar inicio anteponiendo los derechos humanos y los derechos de la tierra sobre la avaricia. Necesitamos recalibrar nuestras prioridades y eso comienza con desmantelar las características más nefastas que forman el capitalismo financiero que nos rige. Debemos empezar, eso sí, por hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos. Es fácil culpar al sistema sin comprometernos a cambiar la forma en que vivimos.
—La visión tanto política como social ha ido cambiando, ¿crees que la reestructuración del enfoque ante conceptos como feminismo, colonización e incluso la percepción del arte desde un punto de vista menos estético y mayormente disruptivo resultará en un cambio global socialmente hablando?
—Es indispensable cuestionar y proponer alternativas al sistema en que estamos inmersos. Los levantamientos y manifestaciones por la justicia racial, la igualdad de género, la deconstrucción de formas de poder patriarcal, los derechos del planeta, la seguridad de los trabajadores precarizados que se ven obligados a trabajar con contratos de cero horas o de los trabajadores por cuenta propia van creciendo en frecuencia y volumen en los últimos tiempos. Se intuye que algo está cambiando.
«Ponemos un gran énfasis en el crecimiento exponencial de la extrema derecha (Trump, Brexit, Bolsonaro, Orbán, el Partido de la Ley y Justicia en Polonia, Salvini en Italia, Vox en España, etcétera). Sin embargo, debemos reconocer que en buena medida la nueva derecha es una reacción visceral al gran abanico de luchas emancipadoras que empezó después de la crisis económica global del 2008. Pienso en un arco que va de la Primavera Árabe en 2010 a las insurrecciones en Chile y Colombia en 2019 y en Tailandia y Birmania en 2021 y que pasa, por supuesto, por movimientos que siguen sumamente activos: Black Lives Matter, Extinction Rebelion y la revolución feminista que está haciendo olas a nivel mundial. Lo que es interesante y emocionante de estos movimientos y otros (Occupy y Los Indignados son ejemplos) es que han estado practicando nuevas formas de comunicación, de liderazgo, y lo que es aún más significativo: están feminizando el discurso político e imaginando estructuras de poder horizontal.
«Esos movimientos de emancipación crecen, invitan a más y más gente a cuestionar el estado de cosas, a ser abiertos a la experiencia y los sufrimientos de los otros y a atreverse a ser y estar en el mundo de una forma distinta. Y digo ser porque para mí, sensibilizar cómo nos comportamos al nivel más local y privado es la clave de cómo actuamos en público. Algo más. Como dice Franco Berardi: el gran lugar de la lucha política hoy día está en nuestras mentes. La pandemia de la que no hablamos es la crisis de salud mental que afecta, sobre todo, a las nuevas generaciones.
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«Históricamente hablando, el cambio global siempre empieza a nivel local. No creo que vaya a haber un cambio a menos que esas interrogantes políticas, sociales y culturales continúen localmente, con conciencia de que lo local tenga una relación de privilegio sobre lo global. En este sentido, estoy particularmente interesada en pequeñas iniciativas, experimentos en otras formas de vivir, consumir, producir y en cómo nos relacionamos con nuestro entorno inmediato. Como artista que trabaja desde la danza, integro la lógica y la ética de decrecimiento en mi práctica. Estoy interesada en reducir la velocidad, en preguntar qué pasa cuando bajamos el ritmo de nuestros movimientos y disfrutamos de las sutilezas del movimiento corporal, qué pasa cuando valoramos el estado de estar presente, la habilidad de escuchar. Una velocidad alterna, la velocidad de la cámara lenta, es algo que aprecio mucho en el trabajo de la coreógrafa Maria Hassabi, una de nuestras invitadas en esta serie de conversaciones. Estar presente, abierto, asumirse como ser humano es clave para interpretar la obra del artista Tino Sehgal, otro de nuestros invitados en esta serie y con quien he disfrutado trabajar durante los últimos diez años. Sin duda describiría su trabajo como disruptivo en la forma que nos invita a repensar como podemos comportarnos y relacionarnos con el arte y entre nosotros. En resumidas cuentas: para reinventar el mundo, debemos comenzar por repensar nuestras propias prácticas y formas de vida.
—¿Qué papel consideras que juega el capitalismo ante los nuevos activismos?
—El capitalismo es un ejemplo de desigualdad y desconexión. No creo que sea tan simple como hacer lo contrario del capitalismo. Por ejemplo, el movimiento de decrecimiento busca respuestas a la explotación humana y la destrucción que el capitalismo ha sistematizado en su lógica de máxima extracción, del trabajo humanos y de los recursos de la tierra. El capitalismo es el piso bajo nuestros pies. Necesitamos preguntar cómo podemos rejuvenecer, diseminar y fertilizar este campo para crear una relación radicalmente diferente con nosotros mismos, nuestras comunidades y el gran cuerpo del planeta, el útero mayor en palabras de una de nuestras invitadas, Francia Márquez.
—¿Visualizas de manera distinta la actualidad (ciertamente incierta) como artista y como investigadora desde tu labor curatorial? En caso de ser así, ¿cuál es esa visión desde cada lado de la moneda?
—Como bailarina e investigadora de la corporalidad, mi interés está en la experiencia inmaterial del mundo y es instintivamente visceral. Trabajo con y desde un lugar de franqueza, vulnerabilidad y conexión humana. Mi visión de la actualidad se basa inevitablemente en las injusticias y crisis de nuestro presente. Como muchos de nosotros me siento exasperada, incrédula de vez en cuando ante nuestra realidad política y social. Como curadora, mi relación y enfoque de la actualidad es más intelectual y por tanto ¡mucho menos doloroso! Quiero introducir una pluralidad de voces en la discusión. Estoy interesada en pluralizar nuestra forma de ver. Dicho esto, no considero que mis papeles como artista y curadora sean opuestos, ambas prácticas están intrínsecamente unidas.
—Hoy día la contracultura no atiende a los cambios culturales solamente, sino a aquello que el tiempo inclusive ha sistematizado de alguna forma. ¿Cómo concibes la contracultura en este momento en que parece un concepto agonizante, pero también una forma de reestructuración visionaria?
—Si consideramos que la contracultura es lo otro, lo que se enfrenta a lo convencional, hoy veo que cada vez más nos permitimos ser y pensar diferente. Esa es una de las grandes enseñanzas de la comunidad trans y la teoría queer. Nos permitimos desafiar las viejas normas. Quizá esas nuevas contraculturas se basan en la reinvención de uno mismo y del entorno inmediato. Una vez más requerimos de revoluciones en la vida cotidiana. Y creo que el feminismo nos ayuda una enormidad a pensar cuáles deben ser esas pequeñas revoluciones del día a día. La reflexión que hace Rita Segato en este ciclo es bienvenida: más que desafiar las formas dominantes de la cultura, el objetivo es imaginar formas de reexistencia. Se trata más bien de forjar nuevas relaciones con nosotros mismos y con la Tierra.
—¿Consideras que es momento de reanudar una maquinaria contracultural desde lo activo?
—Todavía me gusta aquel viejo eslogan que apareció en las calles de París en mayo del 68: Todo el poder a la imaginación.