Serie Serafo Emiliano Pérez Cruz

Llévate unas memela…

La tía Reynalda se vino del pueblo a buscar trabajo y la familia de Serafo le ofreció un rinconcito en la casa mientras consigue trabajo y halla donde rentar

En el patio Martha juega con Bernardo y Paco, sus hermanos. Ella y yo tenemos la misma edad. Ella es muda. Yo hablo poco. Su mirada está cargada de miedo. La mía, de rencor, de envidia, porque mamá los procura.

Su madre es mi tía Reynalda. Se vino del pueblo a buscar trabajo y mamá le ofreció un rinconcito en la casa mientras consigue trabajo y halla donde rentar.

Tía Sofi, su mamá, hermana de mi abuela, vive a unas calles del aeropuerto, en un cuartito de azotea, con su hijo Mingo, mi tío: le gusta mucho el pulque. La clínica familiar del IMSS que nos corresponde está a unas calles de su casa. A mamá le gusta visitarla. Sus pláticas son en lengua otomí. No entiendo su idioma. Menos cuando baja un avión: nada se oye, nomás el ruidazo de los motores a cada ratito.

Tía Chofi no usa zapatos. Usa enaguas de manta y blusas bordadas por ella. Sus pies siempre lucen limpios, aunque con talones cuarteados, en tiempo de frío. Hace tortillas y las cuece sobre el comal montado en el fogón, que alimenta con trocitos de leña que ella recoge en la calle.

En el pueblo sólo comían frijoles de la olla con epazote, y tortillas martajadas. Acá comemos lo mismo.

Tía Reyna regresaba de su excursión a la ciudad: triste, cansada. Llegando-llegando se quitaba los zapatos de hule marca Medura, comentaba con mi mamá sus aventuras y con mucha paciencia recibía los cariños de sus hijos por tenerla nuevamente con ellos.

Serafo
Serie Serafo. Crédito: Xinhua

—Ni tan siquiera una docena de ropa para lavar o planchar conseguí. Ay, Teresita: qué hice mal en esta vida que el cielo me castiga de este modo.

—Descansa, prima, ya mañana Dios dirá. Y cómete aunque sea un plato de frijoles, mira: las tortillas están calientitas, las acabo de traer. Aquí está el molcajete con salsa, éntrale que ya hace hambre…

—Dios te lo ha de pagar, Teresita —responde Reyna y el bocado se le atora, gruesas lágrimas escurren por sus mejillas.

—Hice huevo con papas. Tus hijos ya comieron. Y doña Amparito trajo esas cobijas pa’ que se las laves, así te haces de unos centavos. Ya las puse a remojar en el sol, pa’ que desmugres rápido.

—Gracias, Teresita. Me jambo las papas y me pongo a lavar; cómo de que no, si de eso pido mi limosna.

—Sí, ándale: descansa un rato para que cargues la pila y te pones a fregar tiliches antes que llegue mi viejo y se ponga de cuentachiles por el agua, que ha estado escasa…

Tía Sofía y mamá platican de Tía Reyna. Les preocupa que no encuentre chamba. Y que se haya llenado de hijos y sin marido.

—Sería mejor que se devolviera p’al pueblo. No faltaría quién viera por ella; aquí está más del carajo, muy competido hasta pa’ lavar ajeno… Pero anden, coman: les hago otra memela de frijolito con nopales, pa’ que no lleguen asoleados y con hambre…

—Si, tía, gracias. Y me voy rapidito antes que llegue Serafo. Le enmuina que deje la casa solo con Reyna y tanto chamaco para lidiar. Además que entre más tarde, más retacados van los camiones y llega una toda magullada y manoseada…

—Anda pues, come tu memela, toma vasito de agua de limón y ya sabes: no te corro pero vete cuando sientas que es l’hora, pa que no se ponga muino el hombre, Teresita. Otro día vente más temprano y platicamos más, sin que andes carrereada. Ahí nomás me saludas a m’hija y mis nietos, y llévate unas memela pa’ que les convide. Y que Dios los tenga con bien a todo ustedes y al hombre, aunque sea malgeniudo.

—Gracias, tiíta: yo sé lo saludo, de su parte, claro que sí… Y gracias por todo…

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Crédito: Xinhua
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