En julio de 2013, en el marco del trigésimo aniversario luctuoso del gran director Luis Buñuel, este reportero platicó con Silvia Pinal, Gustavo Rojo, Esteban Mayo, y don Ignacio López-Tarso (1925-2023) respecto de la experiencia de laborar con el realizador español.
Marqué un número local con terminación 79 y una voz ronca, pero amable, preguntó: “Hola, ¿quién habla?, así es, don Ignacio levantó el auricular. Luego de que le comenté el motivo de la llamada dijo: “Pero claro, ya nadie habla de lo grande de nuestro cine, ¿qué quiere saber?”.
La respuesta fue inmediata: “¡Lo que usted quiera contarme, no importa que no sea publicable…!”
López-Tarso, con guion, porque para su nombre artístico decidió que su apellido fuera compuesto, “y no ser un López cualquiera (suelta una carcajada)”, refirió: “muy bien, pero me manda la publicación para saber si salió lo que dije (y soltó otra carcajada)”.
Fue así que el primer actor, en ese entonces con 88 años, con más de 50 películas y más de 70 piezas teatrales, además de una gran cantidad de telenovelas, se remontó en el tiempo para hablar de Luis Buñuel y lo que sucedió luego de su participación con él en Nazarín (1958).
“Con Buñuel tuve una muy buena relación, aunque al principio no estuvo de acuerdo cómo me presenté para hacer Nazarín, pero llegaba de un viaje por carretera de Cuautla e intervino Gabriel Figueroa: ‘Luis, López-Tarso es una gente que ha hecho mucho teatro y sabe caracterizarse, mañana lo verás en su personaje, no te alarmes’.
“Al día siguiente todo cambió, me vio caracterizado como ladrón y me dijo que lo perdonara por lo de un día anterior, porque estaba muy nervioso.
“Él no escuchaba muy bien por lo que no pedía que le dijéramos nuestras líneas como lo hacía Roberto Gavaldón o John Houston, pero veía al personaje, en los ensayos y luego en las tomas y quedaba satisfecho de los resultados.
“Hicimos la película y nos volvimos grandes amigos, él preparaba muy buenos martinis.
“En una ocasión el también español Álvaro Custodio (dramaturgo, director teatral y ensayista) lo invitó a su casa a comer y me llevó con él, ahí le preparé un martini y admitió que los míos eran tan buenos como los de él.
“Era perfeccionista y, pese a ello, algunas veces vi que de manera discreta, respetuosa, amable y amistosa, Gabriel Figueroa lo corregía los emplazamiento (tomas) a Buñuel, le decía: ‘Oye Luis, no te parecería hacerlo así, ve por el lente y verás que es mejor’, y Luis le contestaba: ‘hombre, sí, tú sabes mucho de esto, ¡haz lo que te dé la gana!’. Era una gente muy simpática, a veces tenía mal humor, pero en general era muy cordial.
“Recuerdo que estaba filmando con José El Perro Estrada cerca de Televisa la película Cayó de la Gloria el Diablo (1971) y mientras yo hacía bocanadas de fuego (tragafuego) con petróleo, El Perro se me acercó y dijo: ‘discretamente voltea a tu espalda’, ¡y era Luis Buñuel que estaba entre la gente viendo la filmación como espectador!, todos fueron a saludarlo y yo le agradecí la buena puntada”.
Luego de su relato, dijo: “Espero que esto le sirva, ese señor era un genio, todos querían trabajar con él”.
La respuesta fue inmediata: “Don Ignacio, me ha dado oro molido, estoy seguro…”, López -Tarso, interrumpió: “Así es muy pocos me habían preguntado del maestro Buñuel”.
Fue cuando este reportero le mencionó: “Muchas gracias, don Ignacio, de hecho ojalá me diera el tiempo para hablar de su carrera, pues por películas como El Hombre de Papel (Ismael Rodríguez, 1963, basado en el libro El Billete, de Luis Spota), lo considero uno de los grandes actores de este país…”.
“¿Por qué esa película, si todo mundo habla de Macario (Roberto Gavaldón, 1960, basado en la novela del mismo nombre de B. Traven, quien se inspira libremente en una leyenda fronteriza ambientada en el Virreinato de la Nueva España), que fue la primera película mexicana nominada al Oscar?”.
Muy fácil, respondió el reportero, usted no tuvo que decir una sola palabra para que el público supiera lo que decía.
“Ah, entonces prefiere que no hable en las películas… (y soltó una sonora carcajada)”.
No, don Ignacio, ¿cómo cree?, sólo digo que hizo un gran trabajo como siempre, le respondió el reportero.
“No se preocupe, sé a lo que se refiere, y sí, creo que es de mis mejores trabajos, ¡qué bueno que usted, que es más joven, me lo diga”, refirió el primer actor.
Cuando este reportero estaba a punto de seguir con la charla con preguntas como: ¿quién le dijo que se cambiara el apellido?, ¿Por qué le entró a la política?, ¿cómo lo convencieron de hacerla de Gabilondo Soler Cri-Cri?, ¿quién fue para él Pina Pellicer, con la que además de Mario, hizo Días de Otoño (Roberto Gavaldón, 1963)?
O ser Hilario Jiménez (el favorito aspirante a la presidencia e infame que mandó fusilar a su enemigos políticos) en La Sombra del Caudillo (Julio Bracho, 1960, con base en la novela de Martín Luis Guzmán, publicada en 1929); personificar a Jacinto Yáñez en La Rosa Blanca (Roberto Gavaldón, 1961,) que al igual a la anterior fue censurada por el gobierno, pues hablaba del miserable actuar de empresarios estadunidenses para controlar el petróleo en favor de los gringos y que desembocó en la Expropiación Petrolera.
Incluso el realizador incluyó escenas reales de la población dejando sus ahorros para pagarle a los del norte y un audio original del general y presidente Lázaro Cárdenas a cerrar filas, se escuchó un voz que dijo:
“¡Se le hace tarde…!”, por lo que don Ignacio sólo refirió: “Llámeme después, tengo llamado y hay que ser puntuales…”.
De manera lamentable y por distintas razones ya no se pudo establecer contacto con él. Hoy don Ignacio ya está en otro lado, seguramente compartiendo el talento que durante ocho décadas regaló a la audiencia.
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«La vida no fue fácil, Macario, pero fue buena vivirla juntos.»
Gracias, Ignacio López Tarso.
Abrazamos a familiares y amigos. pic.twitter.com/kHnL9UlXqI— IMCINE (@imcine) March 12, 2023