Maledicencias sociales

Hablar bien o mal de alguien tiene una función muy sencilla; acomodar nuestro mundo
Ivette Estrada una de las raíces de la felicidad: gracias.

¿Por qué hablamos mal de otros?, ¿se limita al cotilleo social e intrascendente o tiene un oscuro e inescrutable fondo?, ¿se trata de una venganza inocua?, ¿lo hacemos para exorcizar demonios?

Hablar bien o mal de alguien tiene una función muy sencilla; acomodar nuestro mundo. Clarificar las propias percepciones, es materializar la complicada criba de nuestro mundo. Toda idea u opinión compartida es para validar lo que creemos, sabemos o conocemos.

En general, cuando se critica a alguien, se hace en presencia de personas con las que no se pueden abordar temáticas más trascendentes. Es una forma de bajar a mundos minúsculos y acotados, como entrar a una cueva reducida donde sólo reinan sombras. Entonces se pregunta por personas con las que se tienen interacciones comunes. Se especula sobre su actuación, logros y fobias.

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¿Cómo pudo hacer eso?

Es la pregunta ideal para que el interlocutor devele su mundo interior y visibilice lo que es. Es una pregunta para abrir complicidades tal como funciona socialmente hacer un comentario del clima, que será limitante, preestablecido y anodino.

Cuando no se comparten ideas y proyectos, se habla de personas. Cuando alguien no es lo suficiente inteligente o confiable para mostrarle las interpretaciones del propio mundo preguntas por otros. Así emergen las interacciones.

En cada conversación el otro, ése de quien hablas bien o mal, eres tú. Eres el temor que subyace en cada una de sus actitudes y juicios, el amor que encuentras en ti mismo, eres tú.

Pero también es la respuesta al maltrato o inequidad, la desvalorización a quien acicateó un conflicto, a quien se atrevió a que fueras infiel contigo mismo o con personas de tu círculo cercano. Es la respuesta a una acción reprobable.

No hablamos para buscar simpatías o compasión. Nunca lo necesitamos. Hablamos para componer nuestro propio mundo. Es una especie de soliloquio en voz alta.

Del cotilleo podemos obtener mucho o nada.

Hay quien mata el tiempo con ello. Otros nos enfocamos en obtener ideas para desarrollar temáticas o ensayar descripciones de situaciones bizarras y personajes sin sentido que no caben en nuestro universo ni ideas.

Y en el fragor del chisme podemos trastabillar. Es una habilidad que necesita pulirse.  Personas como yo que suelen darle por su lado a todos, a veces cometemos ideas imperdonables con las personas desmemoriadas: repetimos la idea sobre alguien a quien primero el interlocutor reprobó y luego éste se siente sumamente ofendido.

Tu hermana por intervenir en asuntos ajenos…

Y la catástrofe aparece. Aunque esa persona dice que su hermana es metiche, y lo dice infinidad de veces, cometes un error imperdonable al decirlo tú. Podría aconsejar practicar el pasatiempo del cotilleo, pero la verdad es que es mejor personas con las que puedas conversar y no “chismear”. Eso es una actividad insustancial y que carece de interés real.

 

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