El artista Manuel Marsol ha desarrollado su carrera alrededor de los libros, especializándose tanto en ilustraciones para cubiertas como en la creación de álbumes ilustrados.
Algunas de sus obras son Yōkai (publicada por Fulgencio Pimentel y coescrita con Carmen Chica), por la que recibió el Premio Internacional de Ilustración Bologna Children’s Book Fair, o Astro (Fulgencio Pimentel 2023), elogiada por la crítica e incluida entre lo mejor del año en medios como La Vanguardia o ABC; además de realizar portadas para el suplemento cultural Babelia de El País.
Marsol colabora con Anagrama desde 2019, año en el que ilustró la portada de Canadá, de Richard Ford, para la edición conmemorativa del 50 Aniversario de la editorial.
Desde entonces se ha encargado de ilustraciones como las de El Palacio de la Luna, Mr. Vértigo, La música del azar y Leviatán, de Paul Auster, o Tu sueño imperios han sido, de Álvaro Enrigue. Y ahora vuelve con la portada de Sé mía, la nueva novela de Richard Ford.
Ahora, la editorial Anagrama se ha dado a la tarea de entender un poco más su labor y cómo aborda el oficio de ilustrar cubiertas de libros, por lo que le ha pasado una serie de preguntas para adentrarnos en su universo.
Participo en esta expo de cubiertas de @AnagramaEditor en @CervantesyCia
con estas dos de las novelas de @EnrigueAlvaro https://t.co/V5IX5ArCAx pic.twitter.com/8xenuvaGJp
— Manuel Marsol (@manuel_marsol) May 10, 2024
—¿Qué quisiste enfatizar de Sé mía con tu ilustración?
—La ilustración representa la idea de viaje, pero también otros temas trascendentales de la novela: cómo se nos escapa la vida, las ilusiones, el sueño americano, esa felicidad inaprensible sobre la que reflexiona Frank Bascombe, el protagonista, una y otra vez.
También habla de la enfermedad de su hijo Paul, que de alguna manera se ve representado en la figura de Washington, paralizado, anclado para siempre mientras los sueños vuelan (en realidad, padre e hijo se pueden identificar con la figura). La nieve, propia de la época en la que viajan, también tiene connotaciones evidentes sobre la vejez y el ocaso de la vida.
Creo que la ilustración funciona muy bien con el título de la novela por su ironía, muy propia de Bascombe. Parece que leemos el pensamiento de la cabeza de piedra y sabemos que es más bien al contrario: el águila nunca será suya. Estuve viendo especies de aves del Monte Rushmore y me quedé con el gavilán colirrojo: un ave que no solo representa el espíritu americano, sino que también es un símbolo de vigorosidad, poderío, fuerza, etc. Otra vez la ironía.
—¿Cómo es, generalmente, el proceso de ilustrar una portada? ¿Qué indicaciones te suelen llegar? ¿Qué particularidades tiene, en contraposición con otro tipo de encargos?
—Lo primero es leer el libro. Hay ilustradores que hacen grandes cubiertas sin leerlo, manejando algunas indicaciones o un resumen, pero no es mi caso. Aparte de no sentirme cómodo, es por cosas así que me gusta mi trabajo: leo, subrayo, hago dibujos rápidos en el cuaderno, busco referencias en otros libros o en internet…
En esa lectura me fijo en detalles que luego puedo utilizar (por ejemplo, el cuadro de Ralph. A. Blakelock que reinterpreté para la reedición de El Palacio de la Luna de Auster), pero sobre todo busco una imagen simbólica del libro que pueda ser representada con elementos que aparecen en el texto (un lugar, un personaje, etc.); algo que hable de los temas esenciales, que esté alineado en tono y atmósfera con la obra.
La lectura también ayuda a no cometer errores imperdonables (por ejemplo, si decido ilustrar un coche como el que aparece en la carta de La música del azar del mismo Auster, que sea el modelo correcto).
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Hay veces que prácticamente no hay indicaciones, y uno debe averiguar qué ejemplos de su trabajo han hecho que le llamen, y otras veces son más concretas, refiriéndose a lugares, temas, conexiones con otros títulos del escritor, etc.
Supongo que la particularidad frente a ilustrar una novela completa, por ejemplo, es la concisión. Que de alguna manera todo esté contenido en esa imagen. En los álbumes ilustrados que desarrollo como autor puedo permitirme más dispersión, imágenes más recargadas, menos directas.
En las cubiertas, como en un cartel, hay que contar lo justo (aunque luego haya lugar a las asociaciones) y reducir los elementos. Pese a que gráficamente pueda haber detalle (texturas, formas…), en realidad todo debe ser claro y ordenado. Una cabeza de piedra (Rushmore), un águila, la nieve. Y luego todo lo demás (la mirada, el significado).
—A la hora de ilustrar una portada, ¿cuáles son tus inspiraciones? ¿Te ayuda ver la edición original?
—La inspiración suele venir del propio texto, del tono, de los paisajes o del universo del escritor. También de cuestiones externas que no tienen nada que ver con el texto, como una imagen o un cuadro que te hayan impresionado y por una razón o por otra los tengas en la cabeza y tengas la intuición de que algo así podría funcionar para esa portada.
Cuando existe una edición previa, ayuda verla para procurar distanciarse. En el caso de Ford, por ejemplo, sucede que las cubiertas norteamericanas e inglesas suelen ser muy neutras, generalistas, un tanto conservadoras e intercambiables entre sí (una decisión editorial respetable, pero menos interesante para mí).
No suelen tener conceptos detrás y se limitan a decorar: con un paisaje, un objeto, un retrato. Como a mí me interesa lo simbólico, la metáfora, no me basta con pintar un paisaje bonito o evocador.
La imagen, además de ser directa, tiene que contar algo que capte al que la mira, o que sea descifrable para el que lea el libro. Por suerte, cuando te encargan una cubierta que ya cuenta con otras ediciones es porque es mejorable o porque permite probar alternativas más llamativas.
—¿Qué portada te gustaría ilustrar?
Me apasiona el territorio mítico norteamericano: Twain, Faulkner, un clásico del western como The Searchers de Allan Le May, el Warlock de Oakley Hall, los relatos de Dorothy M. Johnson… De la actualidad, soy feliz acompañando a autores que admiro como Richard Ford o Álvaro Enrigue en Anagrama. Me interesa la relación gráfica y temática que surge entre las cubiertas de un mismo escritor que han sido realizadas por la misma persona. Su unidad, los ecos de unas en otras.
—Dinos una portada que para ti sea un referente.
Una clásica: la de Rockwell Kent para Moby Dick. Y una contemporánea: siendo muy distintas a las que yo hago, que suelo ser más barroco, las de José Quintanar y la editorial Fulgencio Pimentel para la serie de libros de Serguéi Dovlátov.
—¿Cómo tiene que ser una buena ilustración de portada? ¿Podrías definirla en tres palabras?
—Ojalá lo supiera. Podría decir tres palabras (concisión, símbolo, atmósfera) y luego se me ocurrirían ejemplos de buenas cubiertas que las cuestionan.
La realidad es que no hay fórmula y depende de muchas variables: de la obra, por supuesto, pero también del diseño de la colección, del título (de su significado, de su traducción, de su grafía o de la «mancha» que ocupa), de cuestiones técnicas (número de tintas, etc.), incluso de las cubiertas anteriores del escritor en cuestión.