Demandas, memoria zaherida, indignación.
Los recuerdos de las víctimas acompañan sus pasos y a cada consigna elevan la voz. La estadística en su contra rompe el silencio y cualquier modal en su travesía. El grito y el aerosol, acaso una tiza, hacen de megáfonos.
Hoy todas marchan enmascaradas, las agraviadas y las provocadoras, y suenan a una sola voz. Se confunden en el camino el llanto con la adrenalina, el cartel con el grafiti, el lenguaje inclusivo con desatinos gramaticales.
Pero el mensaje es indiscutible: ya basta de violencia.
Este M8 se han sobrepuesto a un discurso hostil desde el poder, a una señal inequívoca de temor reflejada en una extensa valla y a gases lacrimógenos inocultables. Las mujeres, cuando el gobierno actual se encamina a su cénit, han tomado el papel de la oposición.
Rabia, testimonios, mensajes.
Una sororidad y una empatía, vaya expresiones «importadas», que desembocan en un grito masivo, una voz multitudinaria que pone a hervir el feminismo, ese que Palacio ve como «una simulación».
«¡Ni una más!» es el clamor indiscutible que no apagan las refriegas con policías e infiltrados o entre ellos.
Una fogata a medio Zócalo conjura los fantasmas de otra jornada heroica de ellas.