Mi Enemigo

¿Por qué el odio se siente tan bien? No se trataba de un simple malentendido que pudiera resolverse con empatía y diálogo sincero, y en el fondo yo no quería que lo fuera…
Michael Sledge Michael Sledge Notas desde la revolución, segunda parte

Mi vecino quemaba habitualmente su propiedad para preparar la siembra de la temporada siguiente. Es cierto que muchos campesinos hacían lo mismo, pero en una ocasión él dejó el incendio sin vigilancia y las llamas arrasaron gran parte de mi terreno. La próxima vez que lo vi, le pedí respetuosamente que no volviera a dejar el fuego ardiendo solo.

“Yo no quemo mis tierras”, me contestó.

Lo dijo con gesto inexpresivo mientras estábamos junto a la franja ennegrecida que el fuego había dejado marcada en mi propiedad. Luego se subió a su camioneta amarilla y se marchó.

Cuando llegué a mi pueblo, una tensión innegable impregnaba todas mis relaciones con las autoridades municipales y los vecinos. Como único extranjero de la comunidad, yo era un forastero cuyos motivos se desconocían y que en cualquier momento podría convertirse en una amenaza.

“Dales cinco años”, me dijeron mis amigos locales. “Se van a acostumbrar a ti.”

Michael Sledge MI enemigo
“Yo no quemo mis tierras”, me contestó.Imagen: Freepik

Las tensiones se relajaron justo a los cinco años, pero si bien para entonces estaba en buenos términos con muchos de los habitantes de mi pueblo, a otros nunca les simpaticé. De hecho, parecían despreciarme por razones personales. Uno de ellos era mi vecino.

No era un hombre muy querido. Abundaban los rumores sobre cómo había acumulado su riqueza mintiendo, intimidando y apoderándose de las propiedades de las familias que se habían ido a trabajar a Estados Unidos. De modo que mi enemistad hacia él no me parecía injusta.

Un día estaba trabajando en la parte más elevada de mi propiedad, desde donde puede apreciarse una vista panorámica del valle, cuando vi a mi vecino estacionándose ladera abajo. Se quedó de pie en el límite de su terreno, moviendo el brazo de un lado a otro, hasta que una llamarada prendió en su campo. Mientras él volvía a subir a su vehículo, bajé corriendo la colina y me paré a media carretera para obligarlo a detenerse.

“Por favor, no prendas fuego sin dejar a alguien vigilando”, le dije, como si nunca antes hubiéramos tocado el tema. “La última vez se salió de control”.

“No quemé nada.”

“Acabo de verte.”

“Ese no era yo”, dijo, y aceleró directamente hacia mí hasta hacerme a pegar un salto fuera de la carretera.

El siguiente incendio quemó un eucalipto que llevaba cien años en mi propiedad. Halcones y búhos hacían nido en sus ramas más altas. Me encantaba este árbol.

Michael Sledge MI enemigo
El siguiente incendio quemó un eucalipto que llevaba cien años en mi propiedad. Imagen Freepik

Cuando rocié su base con agua, ésta se evaporó de inmediato. El árbol estaba intacto, pero sus raíces y su núcleo llevaban días ardiendo de forma invisible. El fuego había vaciado el interior del tronco, y cuando una ráfaga de viento lo derribó, mi furia se inflamó hasta convertirse en un profundo odio.

Mi enemigo llamó a mi puerta. “Tu árbol cayó en mi propiedad”, dijo. “Tienes que quitarlo ahora mismo.”

¿Por qué el odio se siente tan bien? No se trataba de un simple malentendido que pudiera resolverse con empatía y diálogo sincero, y en el fondo yo no quería que lo fuera. Mi vecino me enseñó lo profundamente satisfactorio que puede ser tener un enemigo, saber que tienes razón y que tu oponente está equivocado. El odio es tan claro, tan limpio, tan irrefutable, tan justo.

Nuestros enfrentamientos continuaron a lo largo de los años. Cuando me enteré de que padecía una enfermedad degenerativa, ¿era yo tan poca cosa como para que la noticia me diera gusto? Lo era. Así de pequeño.

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Mi vecino había vendido al pueblo una parcela de tierra en medio de campos de maíz, pero nadie quería ser enterrado tan lejos de los huesos de sus ancestros. Imagen: Freepik

Desde hacía algún tiempo, el cementerio se estaba quedando sin espacio. Mi vecino había vendido al pueblo una parcela de tierra en medio de campos de maíz, pero nadie quería ser enterrado tan lejos de los huesos de sus ancestros. El anexo permaneció sin ocupantes hasta que mi enemigo sucumbió a su enfermedad y se convirtió en el primero en ser enterrado en su antigua propiedad. Sigue allí, solo, hasta hoy.

Traducción de Isabel Zapata

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