El síndrome de la supermujer es en realidad la aceptación atroz de ser una muñeca rota, un objeto fragmentado, la imposibilidad de cumplir expectativas de otros, de responder a sus paradigmas. Es la rendición de no ser aceptada ni perfecta. Es adentrarse en el de descrédito ante nuestros ojos.
Cada fragmento de mi piel posee fisuras milenarias de no aceptación, de la desesperanza a cubrir un ideal cada vez más alejado de nuestra acotada humanidad. La mujer real no existe ya. Sólo es un cometa que deambula en busca de disfraces para pertenecer a una sociedad, a un trabajo, a la aceptación como pareja, a paradójicamente conformar parte de la propia familia.
Insuficiencia. Esa es la verdadera derrota. Por eso se busca una perfección inexistente siempre.
El paradigma pernicioso de dar se les endilga desde siempre. La aceptación está condicionada a dar: sonrisas, servicio, silencio… una mansedumbre que impulsa a complacer al grado de forzarse a “adivinar” deseos y expectativas de otros. Y, simultáneamente, desoír las propias necesidades e incluso credos.
Entonces, como autómatas, se responde a un mandato fincado no desde que nacen, sino antes, con un linaje milenario en el que ser mujer es agradar. Es el deslizamiento a un tobogán de complacencia a los otros, desoír los propios deseos, enmascarar las propias verdades, jugarse la unicidad en un volado de expectativas.
¿Quién quieres que sea ahora? Ese es el principio de la malvada caricatura de la supermujer. Ser la mejor en todo, cumplir paradigmas reales y utopías, desempeñar a la perfección los roles que se le impongan.
Por eso siempre subyacerá un velo de incompetencia, de no merecer, de no ser. El síndrome del impostor se adentra en la piel, en la consciencia. Se deja de ser mujer, se desiste de la humanidad, se pasa a ser marioneta.
La muñeca rota fueron en un momento todas, cuando olvidaron quiénes eran y trataron de ser quienes determinaron los demás. Por eso repudian real o tácitamente a las No Madres, a las solteras, a quienes practican profesiones tildadas de masculinas, a las que disienten, a las que piensan, a las no bellas o no heterosexuales…
Esas, las diferentes, las catalogan de “no mujeres”, pero con ello sólo ahondan en un limbo donde pulula el desconocimiento y el rechazo a ellas mismas.
En el clan de las mujeres perfectas, de las que silenciosamente llevan a cuestas también el Síndrome del Impostor, subyace la muñeca rota, esa que luchará incansable para que no pasen los años, para que las canas no se noten, para no envejecer. Seguirá la carrera interminable a la búsqueda de belleza y cuando, un día cualquiera, alguien la llame “vieja”, en lugar de rendir tributo a la vida por lo experimentado hasta ahora, se encogerá de pena porque su tarea de ser perfecta fracasó.
Es momento de reformular, hoy y siempre las misiones de vida. Es momento de comenzar a vivir y asumir que una mujer no es una muñeca. Sólo así nada ni nadie podrá quebrantar su cuerno, psique y espíritu. Sólo así logrará ser.
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— Fusilerías (@fusilerias) February 3, 2025