Marcos

De la novela indigenista a ‘Marcos’

Por la selva Lacandona, donde el subcomandante estaba atrincherado, desfilaron escritores de primer rango como José Saramago y Gabriel García Márquez, premios Nobel de Literatura

Acaso sea poco extraña la coincidencia geográfica. Pero veamos. La mañana del 1 de enero de 1994, día que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que metía a México a las grandes ligas, al Primer Mundo, un grupo de rebeldes indígenas se levantó contra el gobierno federal, declaró la guerra al Ejército y tomó seis alcaldías en Chiapas, todo bajo el liderazgo a caballo de un enmascarado que se hacía llamar Marcos y no era otro que un maestro de diseño, egresado de la chilanga UAM Xochimilco, cuyo nombre real es Sebastián Guillén Vicente.

Habían pasado casi cincuenta años desde el último suspiro de la novela indigenista (no del boom ni de la novela histórica ni de la novela de dictadura ni del realismo mágico) cuando justo donde acontecían los hechos narrados por Rosario Castellanos en su novela Balún Canán (1957), Chiapas, se desarrollaba una revuelta que, como en el género literario, tenía como protagonista esencial al indígena cansado de sobreexplotación, engaños, muerte, cacicazgos, hambre y pobreza, pero encabezado por un mestizo urbano, como todos los narradores representantes de la corriente.

Ese casi medio siglo transcurrido hizo más atractivo el levantamiento y desde el primer momento la prensa internacional puso sus reflectores en el singular hecho, soportado por un líder carismático, que hablaba inglés y francés con aparente soltura, diciéndose “subcomandante” a las órdenes de una cúpula indígena, e inaugurando una forma de hacer prensa que hoy es natural: comunicados vía internet.

Marcos
Crédito: Roberto Velázquez

La globalización hizo eco del grito de esta población, tradicionalmente marginada y con los más bajos índices de desarrollo como escolaridad, salud y seguridad, y atrajo las miradas del mundo progre gringo y europeo en el que no faltaron los escritores, que veían un filo literario a los mensajes que el enmascarado zapatista recetaba cada tercer día, sino es que a diario algún tiempo, por medio del periódico La Jornada, que en aquellas fechas llegó a tirar récord de ejemplares.

Con la creación de personajes autóctonos en sus tramas, Marcos entablaba una conversación con las multitudes que lo veían ya como rock star y sex symbol, con el poder y con la clase intelectual, nacional y foránea, que pronto se sintió aludida y llamada. Así, por la selva Lacandona, donde estaba atrincherado, desfilaron escritores de primer rango como José Saramago y Gabriel García Márquez, premios Nobel de Literatura, y el gran Vicente Leñero, mientras que sus textos eran elogiados por otro Nobel, Octavio Paz, además de Carlos Fuentes y Eduardo Galeano, no se diga Carlos Monsiváis, entre otros.

No eran narraciones con el esquema de la novela indigenista, en que un autor mestizo, urbano, cuenta las desgracias de las etnias a manos de sus explotadores, sino que creaba relatos adheridos a la cosmogonía del área, diversa por la amplia variedad de etnias chiapanecas, y ponía a alguno de sus personajes principales, uno llamado Durito, por ejemplo, a hablar de las estrellas y las cañadas mientras iba desgranando algunos avatares que padecían los naturales de la zona y lanzaba dardos al “mal gobierno”.

Marcos
Crédito: Roberto Velázquez

En Francia sobre todo había una efervescencia por el fenómeno que atraía igual a un cantante como Manu Chao que a la viuda de François Mitterrand, mientras que la Iglesia no quitaba la vista porque uno de los aliados evidentes del levantamiento era el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel García, ligado a la teología de la liberación y desde entonces promovido por algunos sectores como candidato al Premio Nobel de la Paz por su labor con las comunidades indígenas, que lo llamaban Tatik, es decir, “padre”, uno muy culto que hablaba ocho lenguas extranjeras y tres indígenas.

El efecto Marcos duró desde el sexenio de Carlos Salinas, a quien el enmascarado arruinó su entrada triunfal al Primer Mundo con el TLC, toda la gestión de Ernesto Zedillo, cuyo gobierno identificó al profesor de la UAM por nombre y apellido (resultó hermano de una priista tamaulipeca de medio nivel), y hasta el arranque de la administración Fox, cuando organizó una caravana o éxodo desde los Altos hasta Ciudad de México, desafiando a las autoridades panistas que toleraron la demostración mientras los indígenas eran vitoreados durante su trayecto.

El acto final era la llegada al Palacio de San Lázaro, donde se preveía que Marcos hablara desde la tribuna cameral y cambiara la entonces ya famosa leyenda “desde algún lugar de la selva Lacandona” de sus comunicados por “desde la tribuna de la Cámara de Diputados”, cuando cerrara su discurso, pero jugando con la trama a su antojo, envió a las “comandantas” a las que supuestamente respondía para que ellas dieran el mensaje mientras él subía todavía más sus bonos con una actitud tolerante y propia de su grado militar.

Marcos
Crédito: Roberto Velázquez

Con la entrada del nuevo siglo, la revolución tecnológica y el desvanecimiento de los códigos canónicos que reinaron a finales de la centuria anterior, la estrella de Marcos se fue apagando. Su método de comunicación dejó de ser novedoso, el discurso empezó a ser repetitivo y hasta un cineasta tan cercano al panfleto como Oliver Stone salió decepcionado de su visita al subcomandante en la selva, con quien planeaba un proyecto fílmico, él tan proclive a personajes como Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales.

El desgaste final vino con las pocas reapariciones de Marcos marcadas por dos constantes. En primer lugar, era notorio que aquel atlético dirigente, joven, con armas, pipa y a caballo, se había convertido físicamente en un hombre maduro con sobrepeso que, además, se había rebautizado como “subcomandante Galeano”, en honor al escritor uruguayo para entonces ya fallecido, y en segundo lugar porque sus asomos a la prensa eran para denostar a los políticos, pero no a priistas ni panistas, sino a los de izquierda, a todos esos que hasta se excitaban cuando salían en defensa del otrora carismático rebelde.

Su coincidente reaparición en épocas preelectorales para tundir a Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador tiene acaso una explicación lógica por la siguiente anécdota. Cuando marchó durante el foxismo a la capital, Marcos visitó a un sindicato “aliado” y a la pregunta de qué pasaría si un líder de izquierda, como Cárdenas, ganara la elección presidencial, respondió: “Pues a nosotros no nos conviene”.

Marcos
Crédito: Roberto Velázquez

A la distancia, casi veinte años después, no se puede soslayar la crítica que entonces presumía que el movimiento zapatista era una creación del propio poder y otra relativa a que Marcos estuvo interesado por mejorar la vida de los indígenas chiapanecos sólo en un principio, pero después todo estuvo enfocado a mantener viva su estrella y, por supuesto, la derrota del “mal gobierno” al que declaró la guerra en 1994 dejaba al Ejército Zapatista sin razón de existir, se acababa el negocio, por decirlo así.

He aquí otro melodramón indigenista, a medio siglo o más de La serpiente de oro de Ciro Alegría, Balún Canán de Rosario Castellanos, Los ríos profundos de José María Arguedas, Huasipungo de Jorge Icaza y Raza de bronce de Alcides Arguedas.

Marcos
Crédito: Roberto Velázquez
También te puede interesar:
Donan biblioteca Miguel de la Madrid a la UNAM

Total
0
Shares
Previous Article
José Juan Tablada

Rescata UNAM archivo con mil 500 obras de José Juan Tablada

Next Article
Juan Carlos Abreu

"La pandemia me permitió incursionar en la escultura"

Related Posts
Total
0
Share