Casi nadie retrata a los fotógrafos. A mí me gustaría, pero, entre otras muchas cosas, aparte de daltónico, no sé pintar.
Si al menos supiera dibujar, a mi amigo Martín Salas le haría un retrato raro, que lo pinte como es de verdad: un chilango en peligro de extinción, una especie de cíclope gigante, con dos corazones atados al cerebro y al único ojo, el derecho, que utiliza para lograr sus magníficas postales.
Sería un cuadro surrealista, al más puro estilo de Salvador Dalí, o de plano haría unos trazos bastante irregulares, tipo el inmortal Pablo Picasso.
De cualquier forma, si lo intentara, el retrato no me quedaría bien, porque a este raro espécimen lo conocí entrados los años, allá por 1994, y no sé absolutamente nada de su infancia y adolescencia, en Coyoacán e Iztapalapa, y apenas logré escuchar que antes de ser fotógrafo trabajó de “sonorista” en el show del cantante Antonio Aguilar, e intentó sin éxito ser luchador profesional de la Arena México.
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Cuando lo conocí, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, venía enviado por la revista Proceso y portaba dos cámaras fotográficas colgadas al cuello, así como una maleta con lentes y rollos fotográficos; lo mismo seguía a Manuel Camacho Solís que al Subcomandante Marcos, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en los Diálogos de Catedral.
Antes, él había trabajado para Imagenlatina y con sus lentes había seguido y cazado, entre otros, a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, en alguno de sus tres intentos por llegar a la Presidencia de la República, y lo había visto llegar, cuando más, a jefe de Gobierno del antiguo Distrito Federal.
Eso no lo vi, pero consta en su archivo fotográfico, basado en miles de negativos.
Lo que sí me consta es el trabajo que Martín realizó por muchos años en Chiapas y su cobertura a “la guerrilla mala”, el Ejército Popular Revolucionario, en Ciudad de México y en la Sierra Madre del Sur.
En Chiapas conocí de su disciplina y de su gran corazón. Lo vi aguantar frío y caminar entre el lodo sin quejarse, lo mismo en los Altos que en las Cañadas o la Selva. Lo vi en San Andrés Larráinzar, Morelia, La Garrucha y Guadalupe Tepeyac, por citar sólo algunos lugares.
En el ejido Morelia, en el municipio de Altamirano, cultivó amistades y siempre estuvo al pendiente de las necesidades de una familia que le abrió brazos y corazón. Ahí es donde lo vi agigantarse en la solidaridad, que lo distingue hasta el día de hoy.
Ahí es también donde logró la magnífica foto de los niños haciendo cola para recibir alimento en un plato de peltre, despeltrado; sonriendo aun en medio de la desgracia y la orfandad en que los sumió la acción impune del Ejército federal.
Esa foto en particular me hace ver el rostro del Martín niño en la zona pobre de Coyoacán. Me lo imagino así, pelón y descalzo; sonriendo en medio de la pobreza y el ambiente hostil, al grado de llegar a pensar que esa gráfica es en verdad una selfie donde él mismo se robó el chulel o el alma, en caso de que ésta exista, como creen los indígenas de San Juan Chamula y sus alrededores.
Lo cierto, para mí al menos, es que esa es una de sus fotos más emblemáticas junto a la que logró en la Sierra Madre de Chiapas, en la que se aprecia a un menor con los brazos extendidos, con una pistola de plástico en la mano derecha, descansando en los brazos de su padre, sentado y encapuchado, en un evento de reivindicación de las tomas de tierras de las fincas cafetaleras.
Después, en su obra, mucho es Marcos y el EZLN, de los tiempos en que prometían hacer la Revolución en México. Marcos en el saludo marcial. Marcos levantando un fusil. Marcos emulando al Che Guevara. Y sí, también los zapatistas y la población civil.
Portadas y más portadas en la revista Proceso.
Apareció el EPR y Martín fue de los privilegiados en la cobertura informativa. Él es de los pocos fotógrafos que capturaron a los dos movimientos guerrilleros del México contemporáneo.
A mí –y con esto termino– me tocó estar con él en una entrevista en Ciudad de México, en Iztapalapa tal vez.
Lo recuerdo así: el EPR me contactó en Chiapas para una entrevista sin lugar definido. Me dieron una contraseña y yo tenía que dársela a una persona que me identificaría por llevar un libro con un forro de color azul bajo el brazo. Invité a Martín Salas y a Guillermo Correa. Llegamos al punto de encuentro, dije la contraseña, palabras mágicas, y un joven con apariencia de cajero de banco nos dijo que el encuentro con los guerrilleros estaba pactado para ese mismo día.
Tomamos un taxi y al cabo de un rato nos hicieron cambiar a un Volkswagen, de ellos. Nos pidieron pegar la barbilla al cuello, diciendo que no volteáramos a ver al conductor, que nos dio varias vueltas por la ciudad hasta llegar a una zona de topes que se repetían como cuando se rodea una misma manzana.
Entramos al lugar y nos hicieron pasar a una habitación grande con dos cortinas de por medio. Ahí estaban los comandantes y un grupo de hombres uniformados y armados hasta los dientes.
Realizamos la entrevista y los guerrilleros querían que siguiéramos preguntando; sin embargo, se negaron a hablar del secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios, ex secretario de Gobernación, alegando que ellos no lo habían hecho. “Tal vez fue otro grupo”, atajaron.
Pedimos salir entonces del lugar y no nos lo permitieron. Nos dijeron que tenían programada la partida para la madrugada y que debíamos dormir ahí por cuestiones de seguridad. Cuando llegó la hora, nos sacaron primero a Guillermo y a mí, y acordamos reunirnos con Martín en un hotel.
Cuando él llegó, nos dijo que hacía mucho frío. Nos contó entonces que cuando subió al carro, aun dentro de la casa de seguridad, un guerrillero le palmeó la pierna y le dijo: “Muy bien, Martín”.
Él se asombró porque nunca dijimos que él iría a ese evento… y los guerrilleros lo conocían. El frío, al parecer, era la adrenalina contenida, liberada en el momento de estar en un sitio seguro. Al menos eso creo, porque lo que era frío, no hacía.
Bueno, si quieren saber más, pregúntenle a él, pues él se debe conocer mejor, o vean su obra y cuando puedan y haya algún fotógrafo de verdad, háganle un retrato y me lo regalan, porque para mí, aficionado a las fotos con celular, no me ha sido posible hasta el día de hoy, y el libro Un instante en cualquier momento… de Martín Salas Sabino, ya está en sus manos.
*Prólogo del libro Un instante en cualquier momento… de Martín Salas Sabino. La obra consta de 30 ejemplares numerados y fue impreso, encuadernado con la técnica cosido japonés y editado por el autor de las fotografías.