Serafo despierta a los chiquillos para que se alisten: hay que ir a la escuela y antes que nada lavarse cara y brazos, ponerse el uniforme, peinarse y desayunar lo que mamá ha preparado. Y rapidito, porque el tiempo vuela.
Hace frío. Del hocico de los perros surgen volutas de vapor. Los mechones de pasto que crecen en el patio lucen el hielo que se ha cristalizado con el frío de la madrugada. También la pileta del agua se congeló.
«Prueben que el agua no esté muy fría, no vayan a conseguirse una gripa», advierte el padre y colabora colocando en la mochila de cada vástago la botella con agua de limón y una torta de huevo con frijoles que devorarán durante la hora del recreo. De paso checa que no carguen con muñecos o carritos, «que esos nomás son para la casa».
—Apurense, qué el tiempo se va de volada…
A las volandas los chamacos toman el vaso con el licuado de plátano con leche y gotas de esencia de vainilla. Toman los morrales atiborrados con útiles escolares y siguen los pasos del progenitor, rumbo a la terminal de autobuses.
La enorme fila de pasajeros que espera abordar contrasta con la ausencia de camiones. En cuanto alguno llega, la fila se descompone y a codazos y empellones todo mundo intenta ingresar para llegar puntuales al trabajo. No importa que ancianos o niños sucumban a la fuerza de tantos hombres, lo importante es arribar y trasladarse a su destino.
Ante los empellones, el camión se balancea. A ver cómo se las arregla el cobrador para recabar el monto del viaje.
—Vayan caminando hasta el fondo para llegar a la puerta de bajada, chavalos.
Sí, porque descender es otra hazaña. Colmado de pasajeros, el pasillo es intransitable. Sin embargo, frente a la escuela el chofer aguarda lo suficiente hasta que los estudiantes descienden. Por las ventanillas, papás y mamás lanzan bendiciones y señales de adiós y gritos de «estudias o ya nos arreglaremos en la casa».
Serafo abre pasó a sus retoños y logra que desciendan. «Échenle ganas, porque en la noche repasamos las tablas de multiplicar», anima, aunque para los chiquillos significa que será la noche de un día difícil: pellizcos, manazos, coscorrones: «¿Pues entonces a qué van a la escuela, sino es a estudiar, carajillos estos?»
Ni modo. Los juguetes que recibieron el día de Reyes reposarán en la caja de los juguetes; habrá que desempolvar los cuadernos que en la contraportada llevan impresa dichas tablas y aplicarse por la tarde para lucirse o recibir regaños y pescozones por la noche.
La madre comparte de la angustia de los chiquillos, aunque no deja de quejarse: «Si se aplicarán en la escuela no tendrían por qué espantarse en el repaso con su papá. Ahora sí mucho miedo, pero ya tenían los cuadernos arrejolados».
La tarde transcurre entre cuadernos y uñas de las manos mordisqueadas, gracias al nerviosismo que la cita nocturna provoca en los chamacos. El padre no cursó siquiera la primaria; sin embargo, en el trabajo aprendió el sistema métrico decimal, y también el sistema inglés. Y alégale.
«De una vez decidan si quieren seguir en la escuela o de plano me los llevo de macheteros a la ferretería, para que sepan lo que es ganarse el pan de cada día. Más les vale aplicarse, porque la joda no perdona».
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