En una visión simplista y maniquea, clasificamos todo en blanco o negro. Tildamos de buenas o malas a las personas y segregamos los lugares inhóspitos y tristes de aquellos que nos aportan esperanza y felicidad. La división es personalísima y responde a nuestro único e inimitable marco referencial.
Existen geografías donde nuestro estado anímico se altera para bien o para mal. Es posible que su influjo pase desapercibido, pero si analizamos nuestros estados anímicos en un recorrido histórico y los “empatamos” con los lugares paradigmáticos en los que estuvimos, es posible tener un mapa geográfico-sensorial muy fidedigno.
Les contaré de los lugares execrables de los que huyo continuamente, pero también de los rincones mágicos para que sean la primera brújula con la que tracen los caminos que desean emplear infinidad de veces y de aquellos sitios en los que no quieren acercarse jamás.
Primero lo malo. Los lugares que me trizan y llenan de desencanto. Son tres: consultorios médicos y dentales y salones de estética o belleza. Para mí son sitios horribles porque en cada uno de ellos se lesiona mi autoimagen y salgo con dos certezas terribles: que mi fin es eminente, que soy terriblemente fea y, lo más dolorosos: descuidada.
Si pienso lógicamente las “observaciones” son para vender cuidados de salud y tratamientos diversos. Pero me lesionan. Me hacen aparecer una persona olvidada de mi misma, como si no traer el color de moda o visitar a los médicos al menos una vez al mes me propiciaran autodestrucción.
Huyo de esos lugares. Me horrorizan. Pero no los hospitales ni los cementerios. En los primeros noto una preocupación genuina. En los camposantos, en cambio, encuentro honrosa paz. No alteran mi psique ni me llevan a las emociones más perniciosas ni bajas como la propia autocompasión o indiferencia. Lo más horroroso que alguien puede sentir es autocompasión. No la quiero. No puede haber algo más abyecto.
Los lugares más felices
Me gusta hablar más de los sitios mágicos y felices. Para mí son las panaderías, bibliotecas y librerías e iglesias.
Les cuento. Las panaderías son el paraíso en la tierra. Muchas veces me detengo frente a los cristales de una panadería y me regocijo de ver las formas y recordar los nombres de conchas, tartaletas, cuernos, orejas, volovanes, pambazos, besos…aspiro el aroma. Me dejo subyugar por el inminente toque de la masa esponjosa u hojaldrada entre los labios. Musito para mí el verso de López Velarde: “…el santo olor de la panadería”.
En la panadería hay gozo. Es la fiesta interminable de los sentidos. Es cuando asumo que estoy viva. Pienso en el pan y sñe que no pudo existir mejor metáfora de todo lo bueno que existe o habrá que el pan. Entonces comprendo su relevante rol en el Padre Nuestro, la oración que Dios nos enseñó.
Pan, pan bendito. Quien te amasa y hornea cumple un prodigio diario. Si hay un oficio que me gustaría ejercer es el de ser panadero.
Ahora la ruta donde la imaginación danza músicas inventadas y se abren nuestras las: las bibliotecas y librerías. El paraje de las posibilidades, de los sueños y del todo. Aquí se hayan todos los personajes e historias que quiero vivir y abrazo. Aquí no hay obstáculos y las verdades aparecen en interminables racimos. Aquí vive la libertad. Aquí “se hace camino al andar”.
Conjunción de tiempos, de historias, donde puedo encontrarme con lo que aspiro y creo. Donde me remonto al diálogo con las creaturas más fantásticas y pruebo otras realidades y me reinvento.
Quien se ama debe dejarse envolver por las páginas de un libro para ser.
Y luego, si, otro lugar fantástico son las iglesias. Diálogo con Dios plagado de ritos, el aroma a incienso, el prodigio, la conexión con lo divino.
Me gustan las iglesias con velas, las de silencios largos, las de luces tenues, de aquellas donde me encuentro con mi esencia, de aquellas en las que hablo con Dios.
Soy católica, pero me gusta visitar distintos tipos de iglesias, Amo profundamente el silencio, la comunión con Dios. Siempre busco el rincón más apartado, el que me permite sustraerme del mundo y sentir que Dios está conmigo. Por eso voy sola a los templos. No me gusta el parloteo, la inmersión en mi mundo tan mío como cuando deseo acercarme al Principo.
La iglesia es un lugar donde puedo entrar en andrajos y salir convertida en princesa.