Son indelebles el primer amor, la traición, el beso que inaugura una boca y el recuerdo del placer lúdico. Sobre todo, el horror insertado en un corazón infantil se vuelve permanente y tan devastador que sólo se puede soportar en sueños. En Space Invaders (Fondo de Cultura Económica 2020, Colección Popular), Nona Fernández Silanes (Santiago de Chile, 1971) se encarga de entretejer oníricamente la visión de una infancia marcada por la dictadura militar de Augusto Pinochet y cuya vida venidera y pesadillas se confunden entre los estragos de la represión.
Estrella Marisella González, hija de un militar amputado al intentar lanzar un artefacto explosivo activado por otro soldado, se convierte en el centro de la historia cada que su ex compañero de escuela, Zúñiga, cierra los ojos y repasa la historia de la reacción de la Junta Militar conforme se buscaba terminar con su gobierno.
Space Invaders, un clásico
La mano de madera del señor González, vista por otro chico de la escuela, Riquelme, en una visita para hacer la tarea, despierta una serie de leyendas de terror entre los estudiantes, y dicha prótesis pasa al imaginario del miedo en el colegio. Riquelme, por cierto, es el que juega el título clásico de Atari Space Invaders durante esa tarde, en esa casa, aunque Zúñiga retoma los elementos para su narración.
Fernández Silanes cuenta la historia de Estrella y de sus vecinos de pupitre usando la epístola, los sueños y la crónica al referir los asesinatos del sindicalista Tucapel Jiménez y de los Hermanos Rafael y Eduardo Vergara (inspiración del Día del Joven Combatiente) en un espectro que va de 1980 a 1994.
Pasando por la convocatoria a la Marcha del Hambre y cómo «aparecieron ataúdes, funerales y coronas» hasta los juicios por los homicidios de la dictadura, Space Invaders resulta en un libro en que se confunden anocheceres y despertares pero la emoción permanece no sin guiños a Neruda («nosotros, los de entonces…») y a un Donoso que reparte volantes subversivos. Game over.