Ivette Estrada una de las raíces de la felicidad: gracias.

Tautología de la noche

Eso que nombran vulgarmente amor en realidad es la reticencia a dejar ir una expectativa, construcción de la imaginación, creación sin muchas verdades

No es la obscuridad ni la soledad. Es la reminiscencia. Es un nombre que se cuela en los párpados cerrados, es vivencia que se extiende en la piel, es el anhelo que en los días se mimetiza con todo y rehúsa presentarse. Y aparece cuando cierras los ojos.

Es intermitencia de lo que nombran vulgarmente amor y que en realidad es la reticencia a dejar ir una expectativa, construcción de la imaginación, creación sin muchas verdades. Fruto agridulce de ficción.

Es mentira la existencia simbiótica de una voz ajena y la efigie de un cuerpo que no vemos frente al espejo, es un mito la certidumbre de la propia existencia al amparo de una vida que no es la nuestra. Insólito aceptar que nuestra realidad dependa de la aceptación y cariño del otro.

Tautología
Foto: Xinhua

Sin embargo, alrededor de alguien, un día, establecemos la falacia de ser felices por siempre o de hallar un sentido que desdeñamos en otros caminos menos ilusorios y frágiles como la autorrealización en el trabajo o el esplendor del arte.

Los siempre y nunca acribillan nuestra realidad porque el amor de parejas tuvo una finalidad inmediata para preservar capital y augurar el núcleo más pequeño y fuerte de la sociedad: la familia. Se dispersaron entonces mitos de la “otra mitad”, como la de los seres Andróginos.

¿En realidad para lograr ser requerimos otra cabeza, dos piernas adicionales y dos brazos y manos más?, ¿requerimos ser parte de otra existencia y olvidamos que tenemos una vida propia?, ¿acaso la noción de conformar el complemento de alguien más es lo que nos define?

La racionalidad llena el día, la vida cotidiana. Entonces él, el “otro”, al que “amamos”, sólo es pasajero insustancial de lo que se crea, asume y vive.

Cambia radicalmente todo al llegar la noche. Bíblicamente es cuando se asumen las luchas más duras con uno mismo. Pragmáticamente es descanso y sueño. Sin embargo, bajo los párpados la vida subconsciente llama anhelos. Aparecen nostalgias. Revivimos momentos.

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Foto: Xinhua

De noche viene él, el imaginario, el idealizado. Recobra vida como las obsesiones, puede volver a tocarse, a respirar el mismo aire y a aceptar que, sin importar la distancia sigue ahí, en la certidumbre de lo amado, en ese reducto que no acepta racionalidad sin relojes que avanzan.

Entonces podemos recrear infinidad de veces lo que fuimos juntos y olvidar desenlaces y realidades. La noche es el lapso en el que lo tenemos cerca, en el que revivimos su textura, sabores y aroma. De noche la nostalgia del prefigurado amor se preserva.

Entonces, mientras la obscuridad impera en el cielo, danza la fantasía sobre la cama y el cuerpo. Reaparece. Sólo se marchará al despuntar la mañana. La luz lavanda de madrugada borra artilugios de la mente, desaparece su cuerpo, la infinidad de emociones que engendra. Y sin embargo, volverá cuando llegue la noche, ese tiempo que nunca acaba.

Esas son las emociones, el arraigado secreto de la psique, ese subconsciente que es la morada donde vive el anhelo, el único lugar donde no lograremos desarraigar hombres/momentos, seres que nos llevan a asumir como verdad indiscutible paradigmas de amor.

La noche entonces se vuelve la tautología más feroz del erotismo y anhelo.

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Virginia Bautista, Premio Nacional de Periodismo Filey 2023

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