Aquella tarde de “El Toro” desde la lomita

Inmortalizado por Dodgers con el retiro de su número, Fernando Valenzuela tuvo un gran tributo de la afición capitalina en el hoy extinto Parque del Seguro Social
Inmortalizado por Dodgers con el retiro de su número, Fernando Toro Valenzuela tuvo un gran tributo de la afición capitalina en el hoy extinto Parque del Seguro Social
Homenaje a Fernando Valenzuela en Los Ángeles. Foto: Dodgers.

Una nublada tarde de primavera, en el hoy distante 1992, la afición beisbolera y una legión de villamelones colmaron las a menudo desiertas gradas del Parque del Seguro Social para atestiguar la vuelta del hijo consentido de la pelota caliente mexicana, Fernando Valenzuela, quien con todas sus anillos de Serie Mundial y trofeo Cy Young bajo el brazo, coronado todo con los logotipos de Ligas Mayores y Dodgers de Los Ángeles, se iba a parar en la lomita de las responsabilidades para desafiar el bateo tigre.

Un peso de entonces, antes de la operación de Carlos Salinas para la quita de ceros, costaba entrar a la zona de los jonrones, allá por los 400 pies, con el fin de motivar la asistencia a un estadio que sólo con la serie Diablos-Tigres, la “guerra civil”, como la llamaban los que saben del particular, medianamente atraía público. Pero ese día, 8 de mayo, fue la excepción con una mezcla de afición real, improvisados, prensa de todo signo y la “realeza” que no puede faltar sin importar si todo ignora de la materia.

Era la época en la que algunos deportistas mexicanos hacían sentir orgullosa a la afición y a la no afición

Era la época en la que algunos deportistas mexicanos hacían sentir orgullosa a la afición y a la no afición. Si ya se había exhibido poder en algunas disciplinas, como en el maratón con Dionisio Cerón, Rodolfo Gómez y Salvador García, o en la caminata con José Pedraza, Daniel Bautista, Raúl González, Ernesto Canto y Carlos Mercenario, en otras comenzaban a surgir nombres a cuentagotas.

Valenzuela formó parte desde principios de los ochenta y hasta entrados los noventa de una tríada que mantuvo en vilo a los amantes del deporte. Él como lanzador abridor de los Dodgers de Los Ángeles de Grandes Ligas y otras novenas después, Hugo Sánchez con el nueve en la espalda en modo matador con Atlético de Madrid y más tarde Real Madrid, y Julio César Chávez en calidad de «mejor boxeador libra por libra», según los estándares de los consejos en la materia.

A la generación del que esto escribe tocó transitar ese camino de espectador primero, como adolescente estudiante de secundaria, sabiendo de las hazañas de El Toro de Etchohuaquila por la televisión, la radio y los periódicos especializados, Estadio, Esto y Ovaciones, hasta la cobertura del regreso del sonorense a Ciudad de México, con la franela de Los Charros de Jalisco, en el caso de un servidor ya en calidad de reportero encargado de la crónica para la agencia Notimex.

En el caso de Hugo Sánchez, una afortunada invitación de mi hermana mayor, Blanquita Campos, y su hoy esposo, Fernando Cortés Vázquez, que ya estudiaban entonces en la UNAM, me permitió verlo cuando jugaba su última o penúltima temporada en México en un partido que Pumas empató a dos con Tigres, con golazo de por medio de tiro libre del centro delantero, cuyo compañero de equipo, el portero Olaf Heredia, era nuestro vecino en la querida república del Olivar del Conde.

Años después, cuando me iniciaba en el oficio allá por 1988, recuerdo que los sábados había llamadas a la redacción deportiva de Excélsior de gente que estaba al pendiente de las estadísticas de goleo, porque Hugo disputaba cada año el Pichichi y en aquella precisa temporada un brasileño que fue genio de una noche, para decirlo con aquel título de Stefan Zweig, rompió la racha del mexicano. Afición que no quería esperar el diario del día siguiente y exigía saber ya si el delantero amazónico había o no marcado.

Y si hablamos de expectación y popularidad, qué tal Julio César Chávez, a quien siempre se le escatimó el sombrero de “ídolo” comparándolo con Rubén Olivares, que no ganó ni la mitad que aquél. En aquellos años había una rivalidad, además, con los púgiles puertorriqueños, más hablantines que el estándar normal de esos atletas de cualquier nacionalidad, y con los que ya había marcado distancia Salvador Sánchez, ese muchacho que se mató a bordo de su auto deportivo cuando estaba en la cima de su carrera.

Los Charros de Jalisco anunció la contratación de Valenzuela. No era Fernando el único en la Gran Carpa

Mismo caso. De conocer de sus triunfos y cuitas como estudiante de secundaria, preparatoria y universitario, este redactor pasó a atestiguar una entrevista telefónica que le hacía el colega David Faitelson desde la redacción de Excélsior un sábado en que Julio César sumó un nocaut más a su palmarés, al que añadió victorias legendarias más adelante, una contra El Macho Camacho y otra contra Meldrick Taylor. Aquella noche David, que vivía en la Escandón y manejaba una Caribe azul, me acercó a casa cuando acabamos la faena en el diario.

Fue en aquella época de efervescencia por los pocos deportistas mexicanos que destacaban en el exterior, fuera de los representantes del atletismo ya citados, cuando un equipo de expansión de la Liga Mexicana de Beisbol, Los Charros de Jalisco, anunció la contratación de Valenzuela. No era Fernando el único en la Gran Carpa, también había brillado entonces Teodoro Higuera con los Cerveceros de Milwaukee y sus veintiún triunfos en una temporada, pero El Toro añadía carisma. Y sí, después hubo una explosión de peloteros extraordinarios en Estados Unidos como Esteban Loaiza, Vinicio Castilla y muchos más.

El Parque del Seguro Social, donde hoy se levanta el centro comercial Parque Delta, estaba lleno desde temprano y las cervezas comenzaron a correr pronto. Apenas salir para dirigirse a la lomita se desató una ovación de pie inusitada en aquel escenario que tenía los años contados. Acostumbrado a las emociones fuertes, como ganar un partido de Serie Mundial, Valenzuela pareció tocado de forma genuina. Después de todo, era el detonante de un fenómeno binacional: la fernandomanía.

Volviendo a los numeritos de la época, el tercera base de los Tigres, Rafael Castañeda, pegó a Valenzuela jonrón y doblete que quitó las risas a todo mundo, que sumados a otros cinco imparables sellaron el destino. Algunos espectadores no podían separar la imagen del zurdo ahí parado, listo para lanzar, con la terrible instantánea del timonel Tom Lasorda dirigiéndose a pedirle la pelota para relevarlo cuando la nave naufragaba con Dodgers.

Los numeritos de la tirilla obligaron a sacar al sonorense en la cuarta entrada ante la inconformidad del variopinto respetable, unos treinta mil asistentes que habían ido exclusivamente a ver al legendario lanzador del torniquete o screw ball. Ángel Moreno, también ex ligamayorista ya entonces con la franela felina, se llevó el triunfo con nueve ponches en toda la ruta.

La salida fue un caos. En aquellos años había la opción de buscar un teléfono fijo para dictar la nota al personal de redacción o lanzarse directamente a la chamba. Las oficinas de Notimex estaban en aquella época en la calle Morena, muy cerca del parque de pelota, por lo que en compañía de la querida Carmelita Trejo, que me acompañó a la cobertura, libramos el tumulto y pudimos ir en busca de un taxi. El primer teléfono celular y el auto, valga decirlo, llegaron hasta un año después.

Inmortalizado por Dodgers con el retiro de su número, Fernando Valenzuela tuvo un gran tributo de la afición capitalina en el hoy extinto Parque del Seguro Social
El lanzador mexicano desató la «fernandomanía». Foto: Dodgers.

El fin de semana, ese enorme beisbolista que es, que fue, que será siempre Fernando Valenzuela ha recibido un homenaje en su antigua casa, hoy confirmada como propia for life, el Dodger Stadium, con el retiro de su número 34 que brilla allá arriba en las gradas del parque como un reconocimiento al más grande lanzador mexicano. Enhorabuena.

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