La última noche de 1992 se escuchó y vivió La Última Carcajada de la Cumbancha: el LUCC cerró sus puertas, concluyó su historia. En ese instante empezaron los recuerdos, las añoranzas y, claro, los mitos.
A finales de los años ochenta, principios de los noventa, el entonces Distrito Federal era una ciudad amable; los atardeceres preludiaban noches placenteras: cantinas entrañables eran refugio de reporteros-reporteros, avenidas iluminadas invitaban a recorrerlas de norte a rock, de sur a blues, de poniente a un buen ron y después, si así se requería, pernoctar en arrullador hotel cuando quedaba lejos la casa y cerca la compañía.
Eran tiempos de efervescencia de rock en tu idioma: las bandas surgidas en los años ochenta encabezaban la programación de los lugares existentes: Caifanes, El Tri, Cecilia Toussaint, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Kerigma, Luzbel, Bostik, Haragán, Blues Boys, Tex Tex, Mama Z, Real de Catorce, Nina Galindo, Ritmo Peligroso, Javier Bátiz, Dama, Jaime López, los Rupestres et al.
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Rockotitlán, Rock Stock, Andy Bridges, Magic Circus, Roxi de Satélite, La Casa del Canto, La Diabla, Chez Agnes, Wendys Pub, Hip 70, el Foro Tlalpan, el Bar 9 y La Última Carcajada de la Cumbancha son nombres que vienen a la memoria de este teclador al momentos de las remembranzas lúdicas sobre espacios rítmicos, rebosantes de personajes, sonidos y de encuentros entre hordas de noctívagos de esa época donde estos lugares fueron la pura onda, el reventón casual y el sitio para contactar futuras actividades rocanroleras, teatrales, literarias y culturales en general, para ejercer el oficio y elaborar entrevistas, crónicas y conseguir la foto o la nota. Qué tiempos.
El LUCC
Ciudadano condechi, con un etapa infantil intensa vivida en 1968 en Tlatelolco, Eduardo Barajas, Lalo para todos sus cercanos, habla acerca de su consuetudinario regreso a la colonia Condesa: “No lo he buscado, pero está en mi vida. Mi infancia transcurrió en Atlixco y Michoacán, enfrente a una lonchería, cuando todavía no era la Condesa de hipters, extranjeros y la de los camellones para pasear perros”. Por una temporada, Lalo se avecindó en el Callejón de Acatitla, “donde llegaba Álex Lora, él vivía a una calle de ahí, y a contar chistes y a echar chelas con nosotros. Era un espacio pequeño que tenía un tapanco donde hicimos algunos videos con Mamá Z y Real de Catorce; en ese entonces yo trabajaba en Imevisión, donde conocí a Raúl de la Rosa, Hugo Argüelles, Tomás Mojarro, Memo Briseño, Diego Herrera, Verónica Velasco. La televisión me acercó al rock con identidad”.
Su trabajo en la televisora lo llevó, en el 85, a transmitir conciertos en apoyo a damnificados y a grabar videoclips con diferentes bandas. Una de las locaciones era la cafetería El Pirulí, negocio elegido como set ante lo escaso de lugares adecuados para tocar rock. “Allí fue germinando la idea de abrir un espacio, aunque no tenía ni idea de cómo se abría o fundaba, ni en la bronca en que me metí. Al principio era sólo una idea, pero deambulando llegué a Perpetua 4 y me encontré con una tapicería que se traspasaba. Yo tenía dinero, era productor de televisión, vivía solo; además, vendí mi coche, junté lana y me quedé con el local. Ni idea de que había que sacar licencia, uso de suelo. Nada. Llegué y me metí.
Primera llamada
En los primeros meses se acabó el efectivo. Echar a funcionar La Última Carcajada de la Cumbancha tomó tiempo. Lalo recuerda: “Las cosas empezaron a complicarse: se tardó la licencia —de hecho, nunca me la dieron— y entraron al rescate algunos amigos, por ejemplo Paola Barba, mi hermano Raúl, Liliana Herrera, Perico El Payaso Loco y Pepe Aguilera de Sangre Azteca. Este fue el impulso para que arrancara más rápido el LUCC. Así empezamos a modificar el espacio con el equipo de la televisora que me traje: Gerardo Garza, Ricardo Deneke, Rafael Pérez, el Rabbit —su papá fue el carpintero— Martín Gurri y mucha gente colaboró en la formación del colectivo Arte Urbano-Hecho en México, fundador del LUCC”.
Segunda llamada
“Transcurrió más de un año para que me autorizaran abrir y nunca me dieron la licencia. Si me la hubieran dado, nunca hubiera cerrado el LUCC. Por la tardanza, se acabó la lana y empecé a hacer eventos en el Sutin (Sindicato Único de la Industria Nuclear). Allí tocaron Caifanes y Botellita de Jerez. El personal de Guadalajara tocó en Morena, en la casa de Guillermo Monzón (+). También en Hip 90 hice tocadas. Ese fue el proceso para abrir el LUCC. Tardamos como año y medio, pero había mucha solidaridad. Mucha gente nos apoyó”. El empujón final llegó con una subasta: “Le pedimos obra a Mario Rangel, Gabriel Macotela, Gunther Gerzso, Karla Rippey, Mérida, René Freyre. Ya no tenía nada, fue una solidaridad superpadre; fue impresionante el apoyo que tuvimos”.
El nombre
Aquí surge el nombre de Otto Minera, director de teatro y dramaturgo, ex director del Centro Cultural Helénico y Coordinador Nacional de Teatro del INBA. “Es un cuate que quiero y respeto mucho y con quien hacíamos desayunos en su casa y, de repente, nos dábamos a la tarea de buscar un nombre para el recinto, lo cual era un debraye terrible; hicimos como dos o tres sesiones, pero fue un fracaso: acabábamos delirando. Un día, Otto me llamó y me dijo: ‘tengo que verte, me urge verte, porque ya tengo el nombre’. En la esquina de Perpetua e Insurgentes había una cafetería, de esas de mantelito rosa y florecitas en un florerito de porcelana…llegué y Otto se agarró de la mesa y mirando mi reacción me dijo: ‘El lugar se va a llamar La Última Carcajada de la Cumbancha’.
Fue como un shock y dije que nada que ver con lo que estábamos buscando: es un nombre superlargo. Entonces me dijo: ‘pero espérate, vamos a jugar con look, la ironía de la moda: todos le van a decir look y va a ser lucc. La Última Carcajada de la Cumbancha’. Se me hizo genial, maravilloso. En ese café nació el nombre: el LUCC. Otto Minera fue el creador del nombre”.
Inauguración
Con una documentación clonada (la historia es larga) abrió el LUCC el 3 de septiembre de 1987. «El 1 es mi cumpleaños y esa noche hubo pastelito, pero también estuvimos pintando y colocando fibra de vidrio para la acústica. Marco Barragán era director técnico de la Sala Covarrubias y se prendió con el proyecto, él nos diseñó no sólo el escenario modular —se abría, se acortaba, se alargaba, según se requiriera— sino también una parrilla de iluminación con 150 circuitos para colocar lámparas y una cabina de control con vidrios polarizados, muy pro, arriba de la barra. Era una maravilla porque se podía hacer diseños de iluminación para las tocadas de rock.
Hacíamos teatro, danza con luz. Marco estuvo con nosotros cortando triplay, asesorándonos. Otto ayudó mucho en la programación, porque yo estaba más con el overol y la brocha trabajando. En la inauguración estuvieron Jesusa Rodríguez, Eugenia León y Son de Merengue. Jesusa, como maestra de ceremonias, salió con una calva disfrazada de Salinas. Fue muy divertido, pero más cultural y social, para un público diferente. Seguía la idea que el LUCC iba a ser un centro cultural. Todavía no teníamos muy amarrado lo qué iba a ser”.
Pero, ¿qué creen? “Un día llegó el hermano de mi amigo David Ramírez y me dijo: ‘Oye, soy representante de un grupo de rock que acaba de ganar un concurso y queremos ver si podemos tocar aquí’. Le dije: ‘Claro que sí. Órale. Cómo se llama el grupo’. Los Amantes de Lola. ‘Pues, ya vas’. Fue la primera vez que hicimos diseño de volante, con diseño de Mongo, ya con la dirección: Perpetua #4. Esa fue como la primera tocada formal. Fue un superéxito, impresionante. Ese día, cuando terminaron de tocar Los Amantes, llegó a pedirme una fecha el Oso Pavón, que maneja a varias bandas.
Desde entonces, el rock reclamaba al LUCC y aunque hubo otros espectáculos exitosos (pastorelas de Jesusa, escritas por Jaime Avilés y con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas como público, bailes a Andrés Manuel López Obrador cuando fue candidato en Tabasco), el rock tomó al LUCC. No fue algo consciente, pero el rock fue tomándolo. También fue la época de Semefo con Miroslava Salcido. La regla rota estaba fuerte y La Pus moderna llegó después; entonces, fue como articular esfuerzos de mucha gente aislada.
Creo que el principal mérito de La Última Carcajada de la Cumbancha fue que gente que iba de otros lados se llevaba la propuesta a sus lugares. El LUCC le daba visibilidad al under de la ciudad, a lo subterráneo de la urbe. Fuimos un poco selectivos y asumo la culpa de querer darle una identidad al rock nuestro. Me dediqué a apoyar mucho, por ejemplo a Café Tacuba, a Maldita, a Casino, Santa Sabina, Ritmo Peligroso, grupos con una identidad como de rock latino, mexicano. Eso fue como mi prioridad”.
El LUCC fue donde El Tri celebró sus 20 años; allí Cecilia Toussaint nos dio la primicia de su tercer álbum; Jaime López fue el presentador en el aniversario del grupo Abril; La Polla Records, Jane’s Addiction, Manu Chao, lo mismo que Armando Rosas, Rafael Catana y los mencionados por Lalo Barajas hicieron del LUCC un éxito, tanto que él mismo acepta: “Empezó a haber lana porque llenábamos, no sólo con los conciertos de fines de semana, sino con eventos de teatro, de performances. Lo que nunca pensamos: empezó a haber lana; como que no estaba en el plan y la locura de los cumbanchos fue el de ‘vamos a hacer un festival de reggae y vamos a llevar a Mano Negra al Roxi de Guadalajara’.
Empezamos como a salirnos del LUCC y hacer eventos grandes en el Ángela Peralta, en el estadio Azul, en el Toreo de Cuatro Caminos, en La Concha Acústica de Guadalajara. Mercedes Iturbe, nos invitó al Festival Cervantino. También apoyamos a Gerardo Estrada en el Festival de la Raza, el LUCC programó Tijuana, San Luis Río Colorado y Mexicali, lo hice con Luis Guereña de Tijuana No. Llevamos, obvio, a quienes nosotros apoyábamos: Café Tacuba, Maldita Vecindad; también estuvimos en el Festival Cultural de Sinaloa. La Última Carcajada de la Cumbancha se volvió como un abrevadero, de repente era el único espacio que sonaba fuerte y conseguíamos cosas para jóvenes. Fue muy padre eso, porque era como vincular y conquistar otros espacios: el Ángela Peralta, por ejemplo, que está en Polanco y que es muy fresa; ahí hicimos muchas cosas: llevamos a Julian Marley».
Un concierto inolvidable
Mano Negra, Maldita Vecindad, Casino y La Lupita estaban anunciados en ese concierto en el Toreo de Cuatro Caminos. Cuenta Lalo Barajas entre risas: “Ese fue uno de las más intensos que tuvimos, porque en teoría, después de Casino, seguía Maldita Vecindad y cerraba Mano Negra. Justo cuando seguía Maldita —dicen que no, pero yo digo que fue una estrategia de la manager, para que cerrara Maldita—, Pacho desapareció porque fue al baño… pero del Vip’s. Ante eso, le pedí, con el Toreo de Cuatro Caminos lleno, a Joan Paolo, cantante de Casino, que me hiciera el paro, que no hubiera silencio, porque el público ya empezaba a quemar la propaganda que habíamos repartido.
Afuera estaban los dueños y los 150 granaderos que me hicieron contratar —»por si se necesitan»—. Era por el miedo que les daba el rock. Y Pacho no aparecía. El dueño pidiendo que entraran los granaderos; yo: ‘No, esto va a ser horrible’. El dueño ‘Sí…’ Y Joan Paolo con cara de sufrimiento seguía tocando su armónica y hablando con el público a pesar que ya la gente le empezaba a aventar cosas. Tuvimos que subir a Mano Negra. Y cerró Maldita. Ni modo, tuvimos que aflojar”.
Esta es parte de la historia de La Última Carcajada de la Cumbancha que abarca no únicamente del 2 de septiembre del 87 al 31 de diciembre del 92, sino el antes y ahí va el después: “El equipo creado por el LUCC sigue activo como un colectivo de articulación social. Hemos hecho festivales de culturas indígenas, ferias de libro, subastas de solidaridad y ahora tenemos Arte Obrera, un proyecto con la misma visión del LUCC, pero para niñas y niños y jóvenes de la colonia Obrera, la Algarín, la Buenos Aires. Esto es lo que hace actualmente el LUCC, un proyecto social y de activismo. Antiguos cumbancheros como Pachá, Gerardo Garza, Alberto Canseco, Pacho Paredes y Poncho Figueroa nos apoyan”.
Twitter: @hdezchelico