El Laboratorio de Paleozoología y Arqueozoología (LAPA), del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la Universidad Nacional Autónoma de México, resguarda la colección más grande de esqueletos de peces actuales y elementos óseos aislados que son encontrados en contextos arqueológicos; es decir, huesos de época prehispánica.
También tiene la principal colección de osamentas de perros de carácter arqueozoológico de América Latina, las cuales formarán parte de un catálogo digital de fauna arqueológica, abierto para ser consultado en México y en cualquier lugar del mundo.
El proyecto de la Colección Biológica y Arqueozoológica también considera la digitalización de imágenes fotográficas de los diferentes especímenes que conformarán el conjunto, que estará a disposición del público en general, estudiantes e investigadores, en dos años. Se resaltará la importancia del uso y aprovechamiento de la fauna por las culturas del pasado mesoamericano.
“El acervo osteoictiológico de peces comenzó a reunirse desde 2006 y se sumó a la de perros, que ya existía en el LAPA desde 1986; es así que actualmente la colección cuenta con invertebrados, como moluscos, y otros grupos de vertebrados, como son lepóridos, felinos, roedores y aves, entre otros animales”, expuso el técnico académico, responsable de la colección, Bernardo Rodríguez.
El espécimen que se incorpora debe estar debidamente identificado y catalogado, por ejemplo, con una etiqueta de registro arqueológico que establezca dónde se encontró (sitio arqueológico), quién realizó la excavación, si se trata de un hueso aislado, hueso trabajado o esqueleto, parcial o completo.
La meta en el LAPA es que se incluya la colección completa en el catálogo digital; sin embargo, “quise comenzar con los invertebrados; después seguirán los peces, los cánidos y los otros grupos de vertebrados; ya catalogados, y en línea, con diferentes imágenes fotográficas, si alguien, por ejemplo en Perú, quiere consultar un molusco, tendrá a su disposición la información necesaria del invertebrado, no solo en lo biológico, sino también en su manejo cultural en el pasado”.
¿Para qué sirven los esqueletos de los animales?
Rodríguez explicó que el material óseo actual (especímenes de la colección biológica) se utiliza principalmente para llevar a cabo la comparación del “hueso problema” (resto arqueozoológico); es decir, se cotejan los que se encuentran en el contexto arqueológico respecto a los materiales biológicos actuales y de esa manera se verifica que la identificación de una especie es la correcta.
Al realizar sus estudios de doctorado, como parte del proyecto Teotihuacan, élite y gobierno: excavaciones en Teopancazco, Rodríguez reportó la presencia de poco más de mil elementos óseos de peces cuando, hasta antes de su investigación, habían sido registrados en el contexto arqueológico teotihuacano, menos de 10 huesos (espinas y vertebras) de tres variedades.
El académico identificó, con la asesoría de otros investigadores, huachinangos, robalos, jureles, mero, mojarras, pez bobo y hasta el diente de un tiburón; sin embargo, “no tenía con qué verificar, y autentificar, la identificación taxonómica, así que busqué colecciones para comparar los huesos que encontré, pero en algunas entidades sólo tenían unos pocos ejemplares”.
En el mercado de La Viga, relató, compré una mojarra, un jurel, un huachinango y preparé los esqueletos. Así comenzó a crecer la colección con este grupo de vertebrados y posteriormente inició el programa de servicio social.
Además de los materiales recientes, la colección cuenta con especímenes arqueozoológicos de los diferentes proyectos de excavación, los cuales se incorporan al acervo con la autorización del investigador responsable.
Ese es el caso, por ejemplo, de un colmillo grande encontrado en el sitio arqueológico de La Joya, Veracruz, por Fernanda Galván, que, con ayuda de expertos de la Facultad de Ciencias, del Instituto de Biología y de Bernardo Rodríguez, se corroboró que perteneció a un cocodrilo de Morelet.
Incluye también una pieza “muy curiosa”, pequeña, que estuvo “rodando” por diferentes laboratorios de análisis e investigación del IIA, como el de Paleoetnobotánica y Paleoambiente, de Fitolitos y de Radiocarbono, entre otros.
No se trataba de un vertebrado, relató; después de tantos años uno aprende a identificar el hueso rápidamente.
“Me dirigí al Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, me dijeron que tal vez pertenecía al grupo de los equinodermos; para salir de dudas, determinaron que era necesario fragmentarlo para su identificación”; es así como Francisco Solís logró determinar que perteneció a una espina de erizo de mar lapicero, un animal marino propio del Golfo de California.
“Es el primer registro que se tiene de esta especie para Teotihuacan. La explicación que doy de su presencia es que de él se obtenía pigmento púrpura y ese fragmento debió botarse al momento de que lo estaban moliendo en el metate, cayó y así quedó en el contexto arqueológico”.
El acervo de la Colección está disponible para arqueólogos, estudiantes y tesistas de licenciatura, maestría y doctorado, quienes requieren del análisis de materiales.
Actualmente no tienen registro de una especie animal que se conozca como extinta; sin embargo, han corroborado la presencia de hasta cinco razas de perros prehispánicos, el más conocido el perro pelón mexicano (xoloitzcuintle); además del perro común (itzcuintli); el perro maya de rostro corto (malix); el de patas cortas (tlalchichi); y el “híbrido”, que se obtenía de la cruza de una hembra con un lobo, al cual denominaron “Loberro”.
El académico mencionó que se cuenta también con ejemplares en taxidermia, como un xoloitzcuintle de mediados del siglo pasado, y que seguramente es el más parecido a como lo conocieron nuestros antepasados, de talla más pequeña y regordete, en comparación con los actuales que tienen un manejo zootécnico especializado o estilizado.
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