Hace algunos días vi la película Gritos antes del silencio (Screams Before Silence), de Sheryl Sandberg, que se promueve como “documental sobre la violencia sexual perpetrada por Hamás el 7 de octubre”; la película fue estrenada en abril de 2024 en respuesta al supuesto encubrimiento de las Naciones Unidas de violaciones a mujeres judías en Israel, lo que también se tradujo en el famoso “#MeToo, excepto si eres judío”, pronunciado por Dvora Baumann, directora de la clínica para víctimas de abuso sexual en el hospital Hadassah.
La película tiene más de un millón de vistas en YouTube, aunque enlacejudío.com indica que más de dos millones de personas la vieron (ha sido traducida a trece idiomas) y 35 millones vieron el avance. Algo parecido sucedió con el artículo “Gritos sin palabras: cómo Hamás convirtió la violencia sexual en un arma el 7 de octubre”, de Geffrey Genttleman, publicado por el New York Times y que se viralizó con anterioridad a la película.
En ningún momento se menciona algún caso de violencia sexual perpetrado contra personas palestinas, ni en la película ni en el artículo. Me pregunto si esta omisión, desde el punto de vista occidental, se explicaría con la creencia (implícita) de que el sufrimiento palestino no es más que un daño colateral necesario para la seguridad del Estado de Israel. Creencia que se ha llevado al límite de justificar las muertes que se siguen sumando. ¿Es necesario un genocidio para obtener seguridad? ¿Es válido arrasar con pueblos enteros para recuperar a un rehén? ¿Es legítimo matar a los hijos y a las hijas de aquellos a quienes consideramos nuestros enemigos?
Hace diez años, en 2014, leí un artículo que citaba a la feminista estadunidense Catharine MacKinnon diciendo: “el único ejército en el mundo que no viola a las mujeres de su pueblo ocupado es el ejército de Israel” (ver Revital Madar, Beyond Male Israeli Soldiers, Palestinian Women, Rape, and War, Conflict and Society, University of Amsterdam, 2023).
Ese mismo año, el Estado de Israel asesinó a 2 mil 251 civiles palestinos en Gaza (incluyendo 551 niños) y provocó el desplazamiento de más de 500 mil personas; cinco civiles israelís fueron asesinados, incluyendo un niño.
Alrededor de esta masacre y consiguiente devastación en Gaza, hubo una saturación de símbolos y alusiones a la violencia sexual (generalmente con características islamofóbicas) y en las redes sociales se podían ver hombres israelíes portando camisetas con la leyenda “un disparo, dos muertos” junto a un militar que apuntaba a una mujer musulmana embarazada cubierta con un niqab. Otra camiseta mostraba la imagen de un bebé palestino muerto y su madre llorando al lado de un francotirador, con la leyenda “Mejor usa Durex”. El mismo año, la imagen de la derecha fue compartida a través de WhatsApp; se trata de una mujer que lleva burka, pero que muestra su cuerpo desnudo de la cintura hacia abajo, con la leyenda “Bibi, esta vez termina dentro” (tomado de Rabab Abdulhadi, Israeli Settler Colonialism in Context: Celebrating (Palestinian) Death and Normalizing Gender and Sexual Violence, Feminist Studies, 2019).
La violencia sexual racializada contra mujeres palestinas ha funcionado como un arma poderosa desde la fundación del Estado de Israel en 1948 (Ilan Pappé, La limpieza étnica de Palestina, 2006). David Ben-Gurión, uno de los padres fundadores de Israel, consideraba que las mujeres árabes eran esclavas de los judíos (N. Ihmoud, Militarization and Violence against Women in Conflict Zones in the Middle East: A Palestinian Case-Study, Shalhoub-Kevorkian, The Hebrew University of Jerusalem and Queen Mary University of London, Cambridge Studies of Law and Society, 2009). El que fuera primer ministro Ariel Sharon, en una entrevista con el general Ouze Merham en 1956, dijo: “Quería animar a mis soldados violando a niñas árabes, ya que las mujeres palestinas son esclavas de los judíos, y hacemos lo que queremos con ellas y nadie nos dice lo que debemos hacer”.
El rabino Samuel Eliyah, quien actualmente forma parte del Gran Rabinato (la autoridad rabínica suprema del judaísmo en Israel), declaró en 2017 que conforme al Antiguo Testamento se permite la violencia sexual y la violación de mujeres no judías y que deben considerarse botín de guerra durante conflictos armados.
A pesar de este discurso y simbología, existe la percepción generalizada de que Israel no usa la violencia sexual como arma en el conflicto. De hecho, Israel se ha creado una reputación bastante positiva en el mundo occidental —reputación que se está perdiendo debido a la difusión y escala que ha tomado el genocidio—, donde se presenta como un ejemplo a seguir para la conducción de “guerras humanitarias y morales” (Kathryn Medien, Israeli settler colonialism, “humanitarian warfare”, and sexual violence in Palestine, International Feminist Journal of Politics, 2021); se le ha descrito como la única democracia en la región y también tiene la reputación de ser un país modelo en temas de feminismo y derechos sexuales y de género (Jasbir K. Puar, The right to maim, Duke University Press, 2017). Puar argumenta que esto último generalmente se presenta en comparación con los estados árabes vecinos, cuyas poblaciones han sido incrementalmente descritas (en especial desde el 11 de septiembre de 2001) como inherentemente misóginas y homofóbicas —lo cual es impreciso y racista, pues sería lo mismo que pensar que todos los israelíes son genocidas porque su gobierno tiene una política genocida; o decir que todos los mexicanos somos pedófilos porque nuestro país se ubica dentro de los primeros lugares en producción de contenido de pornografía infantil—.)
Hay varias variables que permiten entender por qué existe la idea generalizada en occidente de que la violencia sexual está ausente en el conflicto Israel-Palestina; a continuación, describo cinco (el espacio físico en el que sucede la violencia; la comparación equivocada del conflicto con una guerra; la inexistencia de una autoridad ante la cual denunciar; la concepción occidental de las poblaciones árabes; y el pinkwashing).
El espacio físico
Una de estas variables tiene que ver con el espacio físico en el que tiene lugar la violencia sexual. Desde 1967, más de 750 mil ciudadanos palestinos han sido detenidos en cárceles israelíes; es raro encontrar una familia palestina que no tenga o no haya tenido a un miembro en la cárcel. El reporte de UNRWA del pasado 16 de abril documentó la liberación de mil 506 detenidos palestinos (incluyendo 43 niños y cuatro niñas) que tuvo lugar el 4 de abril de este año. Derivado de esto, se sabe que desde el 7 de octubre de 2023 alrededor de 4 mil civiles palestinos han sido detenidos en la prisión Sde Teiman, una base militar israelí ubicada en el desierto de Néguev, a unos 29 kilómetros de la frontera con Gaza.
Gracias a varios reportajes al respecto, incluyendo uno publicado en el New York Times el pasado 6 de junio, se sabe que algunos presos han muerto a causa del maltrato físico sufrido dentro de la prisión (alrededor de 35) y que algunos de los detenidos han permanecido dentro, sin causa justificada, por periodos de hasta tres meses. Existen testimonios que indican que a varios de ellos se les han introducido “palos metálicos calientes por el ano” causándoles un dolor insoportable. También hay testimonios que indican que en algunos casos recibieron choques eléctricos a través del mencionado palo y que los choques eléctricos han ocasionado serios estragos (como incontinencia y rotura de dientes).
En un estudio realizado por Ferdoos Abed-Rabo Al Issa (Universidad de Belén) y Elizabeth Beck (Universidad de Georgia) en 2020 (Sexual Violence as a War Weapon in Conflict Zones: Palestinian Women’s Experience Visiting Loved Ones in Prisons and Jails, Affilia: Feminist Inquiry in Social Work), resultó que de las 20 mujeres que participaron en dicho estudio, 19 de ellas fueron víctimas de violencia sexual mientras visitaban a sus seres queridos en prisiones y cárceles israelíes. La persistencia del abuso las llevó a creer que era parte de la política oficial de la policía israelí. La única participante que no experimentó violencia sexual durante las visitas a las cárceles fue una mujer de 50 años que cree que se salvó debido a su edad (las demás eran más jóvenes) y porque es la única que no usaban iqab ni hijab.
El conflicto comparado con una guerra
Otra de las variables que permiten entender por qué existe la idea generalizada en occidente de que la violencia sexual está ausente en el conflicto tiene que ver con que se ha comparado con estadísticas de guerra, a pesar de que no es una guerra. Revital Madar lo dice de forma muy clara (Beyond Male Israeli Soldiers, Palestinian Women, Rape, and War, Conflict and Society, University of Amsterdam, 2023): la afirmación de que la violación de mujeres palestinas por soldados israelíes es un fenómeno raro y limitado tiene que ver con que el caso palestino se compara con guerras como la de Vietnam, la Segunda Guerra Mundial, Bosnia-Herzegovina, Darfur, Nanking, Ruanda y Sierra Leona, y la guerra no es el marco apropiado de comparación.
El caso palestino es uno de ocupación militar, de colonialismo de colonos, que además implica una temporalidad mucho más larga que la de los casos antes mencionados. En Cisjordania, la vida de los palestinos es controlada de forma minuciosa por cuatro diferentes autoridades: la Administración Civil, el ShinBet, las Fuerzas de Defensa de Israel y la policía israelí; esta situación implica no solamente una opresión ingente y continua, sino también una maraña administrativa que muchas veces genera confusión con respecto a quién es responsable de qué.
Los permisos de traslado para todo tipo de movimiento (ir a trabajar, visitar a familiares que se encuentran en territorios ocupados aledaños o en prisiones, entre otros) dependen de diferentes autoridades que pueden negar estos permisos sin razón alguna. No existe tampoco una policía que proteja los derechos de los palestinos; la policía se encuentra ahí para supervisarlos, porque se les considera enemigos (y en todo caso para proteger a los colonos israelíes que gozan de total impunidad). Y esta situación nos lleva a la variable siguiente.
La inexistencia de una autoridad ante la cual denunciar
¿Por qué una víctima palestina de violencia sexual levantaría la voz si no existe una autoridad ante la cual denunciar? En todo caso, la autoridad ante la cual denunciaría es la misma que perpetró la agresión. Además, si la víctima palestina denuncia, corre el riesgo de que ya no se le otorguen los permisos de traslado que requiere para trabajar o para hacer visitas a familiares en territorios ocupados o en prisiones, pues estamos hablando de una ocupación militar y de colonos prolongada que implica estructuras de poder y dependencia muy estrechas. No es el mismo caso para los hombres y las mujeres judías israelíes, quienes sí cuentan con derechos básicos por lo menos para acudir a una autoridad y denunciar, y cuentan también con otros derechos básicos como hospitales, agua, luz, medicinas, infraestructura, policía, pasaporte y leyes básicas en Israel.
Concepción occidental de las poblaciones árabes
La última variable tiene que ver con la concepción occidental que se tiene de los palestinos y, en general, de las poblaciones árabes. En 2018 el secretario general de la ONU publicó un informe titulado Violencia sexual relacionada con conflictos durante 2017. El informe se refiere a organizaciones que en su mayoría son islámicas y consideradas terroristas. Entre ellas se encuentran ISIS, Al Qaeda, Boko Haram y Frente Al-Nusrah, entre otras menos conocidas. Se habla de países como Siria, Yemen, Afganistán, Irak, Libia, Somalia, Sudán y Nigeria. Lo más interesante es que el informe de alguna manera equipara la violencia sexual con el terrorismo, o por lo menos implica que la lucha contra el terrorismo va de la mano con la de la violencia sexual. Sabemos que existe el llamado “sesgo de confirmación”, o la tendencia a buscar información y datos que confirmen nuestras creencias y prejuicios. Especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001, el terror islámico y el hombre árabe como violentador sexual conforman un paquete de creencias en el mundo occidental, lo cual se ve reflejado en el reporte de la ONU. Esto no significa que el reporte sea incorrecto, pues señala de forma certera innumerables casos de abuso. Pero probablemente signifique que ha dejado fuera la violencia sexual perpetrada por instituciones estatales para centrarse en poblaciones racializadas (como la palestina), lo que perpetúa una visión incompleta y racista del mundo.
Actualmente, un grupo de expertas de las Naciones Unidas (como Francesca Albanese, relatora especial sobre Territorios Palestinos Ocupados desde 1967 y Reem Alsalem, relatora especial sobre la Violencia contra Mujeres y Niñas) ha expresado su preocupación por la detención arbitraria de cientos de mujeres y niñas palestinas, incluyendo defensoras de derechos humanos, periodistas y trabajadoras humanitarias en Gaza y Cisjordania desde el 7 de octubre. Existen reportes que indican que mujeres y niñas palestinas detenidas por las FDI han sido sometidas a múltiples formas de agresión sexual (como ser desnudadas, registradas y brutalmente golpeadas; al menos dos fueron violadas mientras que otras fueron amenazadas con ser violadas; se reporta que miembros del ejército tomaron fotografías de mujeres detenidas en circunstancias degradantes y las subieron a internet).
Según algunos informes, un número desconocido de mujeres y niños palestinos, incluidas niñas, han desaparecido tras ser detenidos en Gaza. En marzo pasado, la representante especial del secretario general para temas de violencia sexual en los conflictos de la ONU, Pramila Patten, expresó:
“Durante décadas, las investigaciones sobre agresiones sexuales contra mujeres, hombres, niñas y niños palestinos no han llevado al Consejo de Seguridad a convocar una sola reunión sobre el asunto […]. Desde el 7 de octubre los arrestos de las fuerzas de seguridad israelíes a menudo van acompañados de palizas, malos tratos y humillaciones de mujeres y hombres palestinos, incluidos actos de agresión sexual como patadas genitales y amenazas de violación”.
Nada de esto es nuevo. Una táctica común durante la Nakba para expulsar a la población originaria palestina era participar en violaciones grupales y difundir rumores de violación entre la población (Zinngrebe, K., Open space reflection son the silence on sexual violence among palestinian feminists in Israel. Feminist Review, 2016). Existe un informe acerca de la violación en 1949 de una niña palestina en el Négev por 20 soldados israelíes, a la que después llevaron al desierto y le dispararon. La violación fue parte de una ceremonia de celebración de los soldados y su comandante (Re-exposed: A horrific story of Israeli rape and murder in 1949, Al Arabiya News, 2015). La novela Un detalle menor de la escritora palestina Adania Shibli —a quien la Feria Internacional del Libro de Frankfurt le suspendió la entrega del Premio LiBeraturpreis el año pasado— da cuenta de esa terrible violación a través de la ficción. Además, en 2019, el periódico israelí Haaretz ayudó a exponer algunos materiales acerca de la violencia sexual acontecida durante la Nakba (Enterrando la Nakba: cómo Israel oculta sistemáticamente pruebas de la expulsión de árabes en 1948). Para Danny Kaplan, profesor de la Universidad Bar Ilan en Israel, la violencia sexual es central en la lógica de la ocupación israelí. En su libro Brothers and Others in Arms: The Making of Love and War in Israeli Combat Units dice:
“la asociación entre conquista militar y conquista sexual inspira la acción militar. El acto básico de disparar a un objetivo en un campo de práctica se concibe en la jerga militar de las FDI como ‘follar a los objetivos’. Un disparo certero en el blanco, o noquear al objetivo por completo, se conoce como ‘ensartar un objetivo’, otra palabra del argot para empalmar un objeto sexual. […] desprovisto de cualquier significado cultural, el enemigo mismo no podría ser atractivo como objetivo. Para convertirse en un objetivo, hay que sexualizarlo. Esta es la razón por la que combinar el objetivo con la sexualidad es crucial para el desempeño en combate. Para atraer al tirador, debe tener un significado sexual, uno que connote dominación y penetración, uno que pueda motivar a los soldados a actuar. Por tanto, la operación militar no es sólo una máquina de combate, sino también una empresa sexual. Es esta misma erotización de los objetivos enemigos lo que, para empezar, desencadena el proceso de objetivación”.
Las palabras de Kaplan me llevan a pensar en el artículo de Nina Berman publicado en febrero de este año. Ahí describe y muestra algunas imágenes compartidas en redes sociales por miembros de las FDI; en palabras de Berman, “si bien estas imágenes de soldados de las FDI no muestran explícitamente asesinatos y torturas, implícitamente hablan de las mujeres y hombres desaparecidos que se amaron, tocaron y cuidaron unos a los otros y compartieron momentos y placeres privados. Que ese espacio sea vulnerado hace que las imágenes sean insoportables […] Fue la lengua la que me detuvo en seco. La lengua y la sonrisa salvaje y devoradora de mierda en el rostro del soldado mientras él y su amigo se divierten frente a la cámara. ¡Míranos! Mira lo que encontramos. Es un sostén, un sostén de mujer, un sostén de mujer palestina abandonado en una casa de la que se vio obligada a huir. Y ahora es nuestro, y vamos a jugar con él porque podemos, y lo sacaremos a la calle y posaremos con él y le mostraremos al mundo quiénes somos, chicos de fraternidad entusiasmados por el genocidio”. En general se trata de prendas femeninas y otros objetos íntimos y personales de mujeres que probablemente han muerto o han sido desplazadas.
Como ya vimos, la violencia sexual perpetrada por el Estado de Israel no se limita a las mujeres palestinas. Su papel es el de una herramienta opresiva contra todos los palestinos, mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas (sobre este tema, también se puede leer a Nadera Shalhoub-Kevorkian, una académica feminista palestina de la Universidad Hebrea de Jerusalén). En ese sentido, el caso israelí no es una excepción a la regla. Es cierto que, en situaciones de conflicto, la violencia sexual se ha utilizado y se utiliza como herramienta opresiva en el mundo entero, como por ejemplo en Guatemala durante las dictaduras de Lucas García y Ríos-Montt. Daniel J.N. Weishut, profesor de la Universidad Bar Ilan en Israel, documentó sesenta casos de tortura sexual contra hombres y niños palestinos entre 2005 y 2012, trabajo que pone en evidencia el uso de la tortura sexual como herramienta opresiva persistente en Israel. Sus testimonios fueron presentados ante el Comité Público contra la Tortura; a pesar de ello, la tortura sexual no se ha reconocido como parte integrante y sistemática del conflicto.
El pinkwashing
El pinkwashing constante ha funcionado bastante bien; por lo menos hasta hace algunos meses, Israel contaba con el apoyo de la mayor parte del mundo occidental. Una de las campañas internacionales que tuvo y probablemente siga teniendo grandes resultados, es la de la autopromoción de Israel como gay-friendly, versus la concepción de una población palestina homofóbica, salvaje y misógina (sobre esto, leer a Jasbir K. Puar, The right to maim, Duke University Press, 2017), y la promoción de su ejército como feminista. Además, las FDI permiten que soldados transgénero sirvan abiertamente en todos los rangos militares y el seguro médico militar a menudo cubre el costo de la transición médica.
Otra arista del pinkwashing tiene que ver con la idea de que las prácticas de Israel son “humanitarias” porque buscan minimizar las bajas civiles (Kathryn Medien, Israeli settler colonialism, “humanitarian warfare”, and sexual violence in Palestine, International Feminist Journal of Politics, 2021). Durante muchos de los meses que siguieron al 7 de octubre, los medios occidentales repitieron la frase “esto no es una guerra contra el pueblo palestino, esto es una guerra contra Hamás”, como si fuese posible evitar que las bombas afectaran a toda la población gazatí. Como dije antes, no ha existido una guerra entre Israel y el pueblo palestino (y por supuesto, tampoco contra Hamás) desde 1948.
Una guerra se define como el rompimiento de la paz entre dos o más potencias. ¿Dónde está la potencia palestina? Las muertes israelíes, que son igual de importantes y eso no se pone en duda, representan menos de 98 por ciento en el conflicto (este número se puede corroborar en la página de la respetada organización no gubernamental y humanitaria israelí B’Tselem). No se puede comparar el daño causado por cohetes caseros que llegan a matar a un par de personas por evento (aquí mi artículo con datos acerca de las muertes ocasionadas por Hamás a lo largo de los años), con el daño provocado por bombas de 18 mil toneladas de explosivos (1.5 veces más potente que la bomba de Hiroshima). En este conflicto existe una sola potencia y se llama Israel, potencia que no necesita hacer una guerra porque no se enfrenta a ninguna otra potencia y cuenta con todos los recursos naturales y de producción.
La noción equivocada de que el Estado de Israel participa en una guerra para defender una democracia, deja fuera el origen mismo de la creación del Estado de Israel fundado mediante la ocupación y el colonialismo de colonos. En ese sentido, Israel tampoco necesita asesinar personas con bombas, sino que puede hacerlo (y lo hace) mediante “asesinatos invisibles”, como lo dice Achille Mbembé, creando “mundos de muerte” mediante la destrucción y reducción de todos los servicios vitales necesarios para sustentar la vida (Achille Mbembé, Necropolitics, Duke University Press, 2019). Lisa Bhungalia lo explica muy bien para el caso de Gaza (Un territorio liminal: Gaza, la discreción ejecutiva y las sanciones convertidas en humanitarias, Jstor, 2010). Ahí explica cómo Israel reguló la vida palestina a un mínimo biológico, aunque ahora sabemos que las cosas se han tornado mucho peores.
Respecto a Cisjordania, Jasbir Puar explica que la “guerra humanitaria y moral” de Israel se ha traducido en el permiso abierto a los colonos de mutilar y destruir infraestructuras y, de esa forma, lograr una aniquilación lenta mediante “la discapacidad permanente a través de la imposición de daño y el desgaste de los sistemas de soporte vital que podrían permitir que las poblaciones se recuperen de este daño”. Ello le permite a Israel mantener un discurso de falso proteccionismo civil y de combate al terrorismo islámico.
Me parece que, dado que los últimos informes de la ONU no han apoyado la imagen de Israel como un ejemplo de zona de conflicto en el que la violencia sexual está ausente ni un ejemplo de guerra humanitaria, la película de Sandberg y el artículo de Genttleman han servido para continuar justificando el genocidio palestino ante ciertos foros accidentales. Aun así, en el reporte de misión de la ONU del pasado 4 de marzo, no se encontraron pruebas que sostengan los dichos de algunos de los testimonios de testigos y funcionarios del gobierno de Israel, como aquellos que sugieren que se hallaron objetos insertados en los órganos genitales femeninos y se mutilaron sus pechos. Esto no significa que no hubiese casos de violencia sexual el 7 de octubre. Se sabe que los hubo, y por supuesto que yo estoy convencida de que así fue; la misma ONU indica que hay claros indicios que lo sugieren. Sin embargo, no se ha confirmado la existencia de una sola de las cientos de pruebas que Sandberg, Genttleman y el gobierno de Israel aseguran tener (pruebas relacionadas con mutilación, introducción de objetos, quemaduras, acuchillamiento del área genital y fetos apuñalados). Tampoco se confirma que la violencia sexual se usara como “arma sistemática de guerra” el 7 de octubre. Aquí comparto algunos extractos del dictamen de la ONU:
“El equipo de la misión realizó varias visitas a la base militar de Shura, la morgue a la que fueron trasladados los cuerpos de las víctimas, así como una visita al Centro Nacional Israelí de Medicina Forense. El equipo de la misión revisó más 5 mil fotografías y alrededor de 50 horas de metraje de los ataques
[…]
Si bien el equipo de la misión pudo reunirse con algunos rehenes liberados, así como con algunos supervivientes y testigos de los ataques, no se reunió con ningún superviviente/víctima de violencia sexual desde el 7 de octubre a pesar de los esfuerzos concertados que los alentaron a presentarse.
[…]
En los distintos lugares donde se produjeron los ataques del 7 de octubre, el equipo de la misión descubrió varios cuerpos desnudos o parcialmente desnudos de cintura para abajo (en su mayoría mujeres) con las manos atadas y con múltiples disparos, a menudo en la cabeza. Aunque circunstancial, tal patrón de desvestir y sujetar a las víctimas puede ser indicativo de algunas formas de violencia sexual.
[…]
El equipo de la misión realizó una visita al kibutz Be’eri y pudo determinar que al menos dos acusaciones de violencia sexual ampliamente repetidas en los medios de comunicación eran infundadas […]. Estos incluyeron una acusación muy publicitada de una mujer embarazada cuyo útero supuestamente había sido desgarrado antes de ser asesinada, con su feto apuñalado mientras aún estaba dentro de ella. Otras acusaciones no pudieron ser verificadas por la misión, incluyendo la de objetos insertados intencionalmente en órganos genitales femeninos […]”.
Esto lo menciono y me parece relevante porque la violencia sexual se usa como justificación para hacer guerras y para intervenir en territorios, especialmente en territorios árabes (Nadje Al-Ali, Sexual violence in Iraq: Challenges for transnational feminist politics, European Journal of Women’s Studies, 2018; ver también Lila Abu-Lughod, Do Muslim Women Need Saving?). En este caso, la difusión masiva de violencias sexuales que no se han podido probar por el equipo de misión de la ONU (me refiero a aquellas que implican mutilación de pechos, apuñalamiento e inserción de objetos en áreas genitales, y extracción de fetos), supuestamente ocurridas el 7 de octubre, parecieran ser parte de la ya conocida campaña por continuar el genocidio del pueblo palestino. De lo contrario, ¿por qué no se mencionan, con igual importancia, las violencias sexuales sufridas por víctimas palestinas? No solamente se trata de sucesos como los mencionados arriba; en Gaza, 180 mujeres dan a luz todos los días sin anestesia y sin esterilización de instrumentos; las mujeres que ahí menstrúan (alrededor de 700 mil) no cuentan con productos sanitarios ni agua corriente, lo que implica infecciones del tracto urinario y de otros tipos, y comparten un solo baño por cada 486 personas en los refugios de UNRWA.
Aun así, ni la propaganda ni el pinkwashing del que hablé anteriormente alcanzan ante los 86 mil heridos, los 40 mil palestinos muertos que se han acumulado a la fecha desde el 7 de octubre, sin contar a los más de 10 mil sepultados bajo los escombros.
¿Así se explican que la ultra derecha va arrasando en Francia? ¿Los franceses blancos no cometen delitos? Un descendiente africano, un sirio y unos niños “inspirados por Hamas”… los únicos delincuentes en Francia o lo único que vale la pena señalar por estos racistas pic.twitter.com/WKxxqaWPF9
— Ximena Santaolalla Abdó (@AjoloteVagando) July 2, 2024