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Gorbachov, ‘perestroika’ y tripolaridad

La reforma del líder soviético acabó con la ‘guerra fría’, pero sentó las bases de la tripolaridad en curso

El efecto Mao

En un viaje a China en 2014, invitado por la embajada a un foro sobre la izquierda en América Latina, me llamó la atención que en los recorridos por unas cinco ciudades a lo largo de dos semanas no había en el camino más allá de tres o cuatro estatuas de Mao Zedong. Comenté a uno de nuestros anfitriones que conociendo a la distancia casos de culto a los líderes como en el desaparecido mundo soviético o en algunas naciones árabes, uno esperaría ver un despliegue similar para el dirigente chino. “Cuando sea el momento de quitarlas”, me dijo, “será más fácil si son pocas”.

El orbe chino puede parecernos complejo, pero es una sociedad práctica, como ilustra esa respuesta. Desde hace treinta años han reportado crecimiento económico a tales niveles, con series de hasta 13 por ciento anual, que muchas veces debieron relantizar su producción para evitar un desajuste frente al mercado global. Aprendieron de la experiencia soviética que podían emprender una reforma económica tipo perestroika, adoptando una economía mixta que hoy en día es capitalismo salvaje, pero supieron esperar a ver el resultado de la glásnost (transparencia, apertura democrática) y ante la debacle de la URSS decidieron casarse con su modelo vertical, con el Partido Comunista por encima del propio gobierno y jugando a la democracia con lo que llaman “partidos amigos”, que no son otra cosas que un grupo de ocho fuerzas satelitales al servicio del propio PC.

Creyente del budismo hasta los 20 años, a instancias de su madre, Mao fue por décadas el gobernante absoluto de una cuarta parte de habitantes de la Tierra y, como dicen sus biógrafos Jung Chang y Jon Halliday, “el responsable de la muerte de más de setenta millones de personas en tiempos de paz”. Hace menos de una década las autoridades de Pekín calculaban que en diez años más estarían en posibilidad de competir ya no sólo como maquiladores, sino como potencia tecnológica. La crisis pandémica ha generado la sospecha de que el virus ha sido un experimento fuera de control, sólo la sospecha, pero sí la certeza, con la creación de dos vacunas contra el covid, de que ya alcanzaron su objetivo en materia de ciencia y tecnología: empatarse con las potencias.

Pese a las diferencias históricas con los soviéticos, China ya tomó partido en la crisis actual y ha hecho público su respaldo a Vladímir Putin para enfrentar lo que llamaron “mundo maligno” imperante, que no es otra cosa que Estados Unidos. Los tres jugadores de la ecuación “Tripolaridad” están en sus puestos listos para el combate.

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Crédito: Xinhua

De Stalin a Putin

El derrumbe soviético exhibió algo más que el fracaso de un modelo. El escritor franco-libanés Amin Maalouf considera que a la caída de la URSS, el mundo quedó en manos de Estados Unidos y Europa, que no supieron ser los pilotos que se necesitaban. El agotamiento del régimen estalinista estaba confirmado y se repitió en público durante las sucesiones de Jruchov, Brezhnev y Gorbachov (muerto el martes a los 91 años), pero su sistema seguía imperando en la Europa del Este conquistada con el fin de la Segunda Guerra Mundial. De cualquier forma, Europa sigue divida en dos clases fácilmente identificables: los miembros de la Unión Europa y los que no lo son.

La bomba que representó la caída del Muro de Berlín colapsó sí el mundo soviético, pero hizo más poderosas a las clases privilegiadas de ese régimen corrupto, que lograron sobrevivir y que se enquistaron en la nueva realidad, bajo el liderazgo, primero indiscutible pero devenido frívolo, de Boris Yeltsin. Putin, un ex director de la KGB, se las ha arreglado para cambiar las leyes cuantas veces ha sido necesario para mantenerse en el poder, pasando de presidente a primer ministro y de vuelta, con la complicidad de su escudero Dmitri Medvédev.

Su influencia en el mundo es evidente con las acusaciones de injerencia en las elecciones estadunidenses, ni más ni menos, que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca, y con la repetición del numerito cuando el magnate quiso reelegirse sin éxito, con una trama que pasa, por cierto, por la hoy asediada Ucrania. Siguiendo a Maalouf, cómo iba Europa a ponerse en controles si nadie interfiere con Estados Unidos, por una parte, y con Rusia por el otro. Hoy China complica la ecuación y las potencias europeas parecen más ensimismadas que nunca, con Gran Bretaña lidiando con el brexit y uno de sus príncipes acusado de abusos sexuales en la trama Epstein, Francia enfrentada con una sociedad cada vez más radical y con el crecimiento de los grupos de extrema derecha, así como España, más preocupada por los intentos de secesión de Calatuña y los escándalos de corrupción de Juan Carlos de Borbón.

Todavía en febrero se esperaba que lo de Moscú sólo se tratara de baladronadas. El Kremlin juraba que no invadiría, pero tenía 100 mil soldados en la frontera con Ucrania. Washington temía lo peor y junto con Gran Bretaña movilizaron tropas a las fronteras de Rumania y Polonia, otrora patios traseros soviéticos, y dotaron de armas a Kiev. Como en el reciente filme Múnich: en vísperas de la guerra (Netflix, 2021), en el que Hitler hasta firma un documento por la paz, en 1938, comprometiéndose a no invadir Checoslovaquia. Ya sabemos lo que pasó un año después. Y ya sabemos lo que pasó en Ucrania en marzo.

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Crédito: Xinhua

 Trump: la involución americana

Potencia reinante durante buena parte del siglo XIX y absoluta en el siglo XX, Estados Unidos ha procedido a su antojo en Latinoamérica, con escasas excepciones en periodos muy marcados, y forcejeado con los pesos completos de Europa. Involucrado en la Segunda Guerra Mundial, fortalece sin duda la respuesta franco-británica-soviética contra la Alemania nazi y sus aliados, principalmente el fascismo italiano, y cuando estaba ganada la guerra tomó represalias unilaterales contra Japón con los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces el mundo fue bipolar, cuando el Plan Marshall divide a los vencedores en aras de la reconstrucción europea y desata la guerra fría, hasta la caída del Muro de Berlín, pasando por la crisis de los misiles.

Ese juego de poder que amaina con el colapso soviético ha tenido un renacimiento con la extensión de poder que Putin se ha procurado, pero esta vez la propia dinámica de la clase política estadunidense tuvo una variante cuando se dieron cuenta de que un magnate sin formación política, intolerante, acosador, proteccionista, nacionalista y racista en alto grado se hizo del Partido Republicano, prendió al mundo rural y venció en una competencia sin precedente a la candidata demócrata, Hillary Clinton, todo con el visto bueno, asesoría y respaldo del líder del Kremlin, ese que hoy lidia con sus vecinos y con el jefe de la Casa Blanca en turno, Joe Biden, poniendo al mundo al límite de una conflagración más allá de Ucrania.

Como ha demostrado la historia a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, el choque de civilizaciones pronosticado por Samuel Huntington no ha pasado de una guerra ideológica, acaso hasta religiosa. La captura de Bin Laden y la desarticulación de Al Qaeda sólo sirvió para dar paso a la creación de otra banda, el Estado Islámico (también conocido como ISIS por sus siglas en inglés o Daesh por su acrónimo árabe), que ha retomado los atentados a instalaciones occidentales en países de por sí devastados y pobres, como Kenia, en nombre de sus delirantes causas.

Barack Obama trató de enderezar el barco dejado a la deriva por la familia Bush, cazó a Bin Laden, quiso rehacer las relaciones con Cuba y aportó avances en camino a una “reforma migratoria integral”, como no se había visto en gobierno gringo alguno, pero la llegada de Trump echó abajo tanto el lazo endeble lanzado a La Habana como los pasos adelante con los migrantes, como el programa de los dreamers. Además, el magnate reformuló la política comercial, impulsó la renovación del T-MEC con importantes ventajas sólo para las empresas estadunidenses y se bajó de acuerdos comerciales ya firmados. Más aún: acudió al proteccionismo cuando la propia China fomenta cada día más la apertura comercial. El mundo al revés.

El presente parece perfilar una definitiva “Tripolaridad” protagonizada por Estados Unidos, Rusia y China, potencias indiscutibles que hoy mismo, cuando escribo este texto y acaso alguien me haga favor de leer, tienen al mundo en vilo con la invasión a Ucrania y su juego de ajedrez territorial.

Una tripolaridad, sobra decir, que mucho tiene de origen en la perestroika de Gorbachov.

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Crédito: Xinhua
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