Qué bonitas son las monarquías… pero ajenas. Mientras se les da eco a las voces que denuncian sobre los excesos de las monarquías, su ineficacia en pleno siglo XXI y los abusos cometidos en su nombre en décadas pasadas, algo que es innegable es la fascinación y el revuelo que causa en los medios cualquier evento concerniente a ellas… aun en los países que nos jactamos de no mantener monarquías.
De hecho, un elemento del cual nos gusta jactarnos es de que en nuestros países no existen títulos nobiliarios y que tras nuestras guerras de independencia se borró cualquier vestigio monárquico.
No obstante, es una realidad que una gran proporción de consumidores de los contenidos reales proviene precisamente de los países “republicanos”, que tanto proclaman su desprecio por ella.
Para Peggy Noonan, columnista semanal del Wall Street Journal, esto se resumen de manera breve y simple: “Nos interesa la familia real porque no tenemos, no queremos una y está bien que ustedes la tengan. Disfrutamos de los beneficios –las fotos de los vestidos y los castillos, los caballos y los trajes militares, los chismes y los romances– y ustedes pagan la factura”.
Pero, añadió– hay algo más místico en nuestro interés, “el sentido de que, por desordenada que sea la monarquía, encarna una nación… las ideas de estabilidad y continuidad”.
Para otras expertas como Carolina Duek quien es doctora en Ciencias Sociales, lo que nos ocurre con la realeza es que se trata de un consumo cultural: “Los adultos la hemos consumido como noticia del espectáculo toda la vida. Así funciona: quién se casó con quién, quién se separó, quién tuvo un amante… es el espectáculo contemporáneo” (Clarín).
Y por su cuenta, otros expertos señalan esto de una manera más concreta: la realeza está relacionada hasta con los productos culturales que consumimos desde la niñez: reyes, princesas, los cuentos de Blancanieves y Cenicienta, incluso la versión irónica de la monarquía que nos presenta Shrek. Tan así es que una vez abandonada la infancia seguimos con los mismos personajes pero con tramas adultas como The Crown en Netflix.
¿El consumo de producciones monárquicas nos acercan al deseo de un día instaurar una? Nada más alejado de la realidad. Parte del encanto radica en que se le ve como un cuento, como algo de la fantasía porque precisamente nos es ajeno.
Por lo pronto, mientras nos desgañitamos en redes resaltando las fallas de las monarquías y sus injusticias, seguimos los funerales y próxima coronación del Rey Carlos III, como el final de temporada y comienzo de una nueva versión de una serie de Netflix, pero en versión reality.
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— Sarai Aguilar A. (@saraiarriozola) September 18, 2022