El tiempo pasa y cada vez me percato de que ahora puedo responder a esta pregunta. A medida que transcurren los años descubro que la senilidad y muerte son las únicas certezas y puedo aseverar: es un privilegio estar aún en esta dimensión.
Si la vida parecía infinita, hoy sé que puede cerrase en cualquier momento. Por eso es un gran disfrute la propia respiración. Abrir los ojos y detectar el paso de la luz es un inmenso milagro que antes no valoraba, lo daba por hecho.
Sé que todos experimentamos el envejecimiento de manera diferente, pero a medida que aumenta la esperanza de vida, más de nosotros seremos afectados por la fragilidad e incluso enfermedades degenerativas.
¿Hay miedo? Si. Vivimos en una sociedad que sobrevalora conceptos preconcebidos de utilidad y éxito. Sin embargo, este temor se palia cuando reconfiguramos lo que nosotros entendemos por servicio/utilidad y triunfo. No es lo que nos imponga una cultura superficial y mercantilista, es ahondar en lo que realmente valoramos y lo que se arraiga en las creencias.
Las personas más importantes en nuestra vida, generalmente nuestros padres y abuelos, murieron muy jóvenes, sin importar la edad que tuvieran cuando decidieron ir a otro plano material, que algunos llamamos cielo.
Ellos eran infinitamente jóvenes porque sus ojos nos abrían la percepción a ideas y soluciones impensadas y mágicas. Cada uno, con una personalidad única, nos inducía a entrar a su mundo y así, cambiar nuestra ofuscada y nimia visión de la realidad. Enriquecían nuestros pensamientos y ampliaban al infinito los horizontes.
Si consideramos que la vejez se toma como sinónimo de obsolescencia, los seres que amamos nunca envejecieron. ¿Eran exitosos? Mucho. No creo que alguien pueda considerarse fracasado si su sonrisa transforma al mundo. Y ellos, padres y abuelos, lo lograban.
La vida se desvanece en un tobogán gigante que consume nuestras horas hasta desaparecer de este plano. La despedida de esta vida es un desprendimiento de cuerpo e ideas, un desvanecimiento inminente que sólo nos deja el recuerdo y la imploración/deseo de volver a reencontrarnos con los viejos que ya somos o seremos.
Entretanto, la enfermedad es un signo de vejez. Es asumir que la fuerza y flexibilidad ya no están aquí, o no por mucho tiempo. Es un lapso de despedida de lo que ahora conocemos. Paréntesis que puede prolongarse minutos o años y que marca el principio del fin.
Pero volvemos a la reconstrucción de la vida valiosa, del ser útiles. Y entonces debemos asumir que el valor de una persona no se encuentra en la productividad pecuniaria, que los aportes de una vida son tan inmensos que no caben en una cifra, por enorme que ésta sea.
Cuando huimos de los falsos signos del poder, perdemos el miedo a envejecer. No puede acicatearnos ya el anzuelo de belleza, preeminencia o prestigio. El tiempo nos ha ayudado a construir el verdadero autoconcepto y el maravilloso asombro de los seres que somos. Y no: nunca seremos triste y estéril polvo, sino conexión con lo inmutable y divido al ser parte de la bondad y sabiduría universal.
¿Qué se siente envejecer? Un deleite indescriptible por lo que somos y la oportunidad de coincidir en este plano material con otros. Ahora al fin, lo puedo experimentar y decir.
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— Fusilerías (@fusilerias) March 13, 2023