Ivette Estrada maltrato

Significados de abril

Es tiempo de carnaval, de exacerbación de los sentidos, es cuando asumimos que aún podemos iniciar proyectos y reiniciar lo que no salió bien…

Me gusta abril para asumir que la noche terminó. Que ya no hay telarañas ni fantasmas que merodean los pasos. Que las lunas huecas y tristes son cosas del pasado.

Abril es la prueba fehaciente de que la vida sigue. Que los viejos amores se desteñirán en las mañanas lavandas y ya no llamarán a las congojas y la añoranza. Me gusta abril para reabrir capítulos nuevos y aventuras y personajes por descubrir.

Es tiempo de carnaval, de exacerbación de los sentidos, de luminosas creaturas en mi piel e imaginación. Es cuando asumimos que aún podemos iniciar proyectos y reiniciar lo que no salió bien: es la oportunidad.

Abril es sosiego con una alegría que está en el corazón y los tobillos. Ya no es la meditación triste de lo que se fue o nunca aparecerá. No es el pie en el precipicio de los nuncas ni de perseguir lo que ya no está. Es tiempo de emprender nuevos retos, cambiar de piel y paisajes, asumir la juventud que bulle en nuestra sonrisa sin importar lo que recriminen los espejos.

Abril es asumirnos con la intensidad de la pincelada en una acuarela, es la sonata que se cuelga de los limoneros que toman el tono más tierno. Es apreciar la dulzura de la fruta, iniciar romances, versos y dejar la zalea de los cobardes.

Hoy, en este instante, podemos ser todo: libélulas, aves, promesas…

El agua aparece mansa en abril. El fuego es una fuente de luz nimia que celebra nuestra vida.

Vida. Abril es vida. También la conjunción con los cielos limpísimos y serenos, los caminos húmedos del bosque, el deleite del tiempo que extiende el día. La proeza de que arribará la primavera.

Hoy, en este instante, podemos ser todo: libélulas, aves, promesas…

Y hoy estoy aquí, frente a una computadora que teclea sola. Con los dedos como marionetas de voces felices e invisibles que me exhortan a cantar.

La garganta no dice nada. Mi cuerpo guarda la música de todas las edades y mundos. Los dedos siguen sinfonías que sólo ellos escuchan.

Sonrío. El cuerpo se llena de savia de aprendizajes y deleites indescriptibles al estar conmigo misma, sin prisas, máscaras ni nada. Lo que soy.

En cada parpadeo brota una felicidad evanescente, esa que pocos miran, esa que se adentra en mí.

El desfile de nombres se borra. Los rezos de imploración no existen. Hay sólo un gracias fecundo como jacaranda de flores violetas: el color del perdón y de los santos.

¿Somos santos? Creo que sí, porque otros seres menos afortunados no podrían decir que faltan pocos días para que llegue la primavera.

Zoológico Nacional Smithsonian abril
 

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