Recordar es tan humano como respirar o comer. Como especie tenemos la capacidad de evocar sucesos que ocurrieron en diferentes etapas de nuestra vida. Habrá quien recuerde las primeras palabras que escuchó de alguno de sus padres o la primera impresión al tomar conciencia de su existencia.
Nuestra memoria acumula recuerdos, algunos verdaderos, otros no. Los mecanismos de nuestra mente transforman las vivencias en imágenes que se van engarzando hasta formar una narrativa que al paso de los años se transforma de manera casi imperceptible hasta convertirse en una especie de película interna que vemos una y otra vez hasta pasar a ser nuestra propia historia personal.
Tenemos la capacidad de recordar nombres, detalles, situaciones familiares o aventuras de niñez o adolescencia que reviven al conjuro de un detalle o de una emoción surgida por cualquier chispazo que produce la escena de una película, el tarareo de una canción o un olor particular que desempolvan los recuerdos o evocaciones más íntimas de entre las brumas.
Es famosa la anécdota del personaje del escritor francés Marcel Proust que al probar una magdalena (un tipo de pastelillo dulce) remojada en té, se ve transportado de repente a los veranos de su infancia, episodio narrado en el libro Por el camino de Swann, la primera parte de la serie En Busca del Tiempo Perdido.
El tema me hace recordar el inicio de la novela del escritor japonés Haruki Murakami, Tokio blues, cuando el personaje principal está a punto de descender del avión que lo acaba de llevar a Londres, momento en que escucha una canción de los Beatles que le hace retroceder a su juventud y recordar su etapa de estudiante y la relación entrañable que establece con dos jóvenes mujeres en esa época de su vida.
Los recuerdos y remembranzas son el tema central de dos obras que tuve el placer de disfrutar en estos días y que de manera azarosa se hermanaron en la lectura.
El primer de ellos Duelos y quebrantos (1959), la segunda partes de las memorias del escritor yucateco Ermilo Abreu Gómez (1894-1971), autor de una amplia obra y reconocido sobre todo por el libro Kanek, poema en prosa que narra la rebelión del pueblo maya.
El segundo es Historia de lo inmediato de Renato Leduc (1897-1986), que contiene algunos de las columnas y reportajes que escribió este consagrado bohemio, quien como él mismo dice escogió el material de “entre decenas o las centenas de kilos de papel mecanografiado producto de más de 30 años de tarea periodística”.
Los recuerdos de Abreu Gómez desde su salida del puerto de Progreso, Yucatán, hacia Ciudad de México, hasta las peripecias que vive en la capital de los años 20 están contados con una prosa transparente y salpicados con toques de humor en la entonces pequeña urbe que ya había visto pasar y padecido gran parte de la etapa revolucionaria.
Es notable su capacidad para contar con soltura y humor las vicisitudes que enfrenta para sobrellevar la pobreza. Sus anécdotas como inspector de teatros, uno de diversos trabajos que realizó para no morir de hambre, nos remontan al ambiente que existía en la ciudad un siglo atrás y que desapareció hace mucho tiempo.
Con gran capacidad nos lleva a ser testigos de los ambientes de esa ciudad que fue llamada de los palacios y que nos hace conocer a través de la gran cantidad de vecindades que abundaban entonces, en busca de un lugar dónde vivir junto con su compañera y futuro esposa, Paquita.
También nos hace partícipes de los nombres de las obras más importantes que se montaban, conocer los nombres y los rostros de los actores, actrices y cómicos más famosos, y nos adentra en la vida de los teatros de revista y las ya para entonces populares carpas.
El entonces incipiente escritor recuerda episodios surgidos de la necesidad de sobrevivir y que se convierten en vivencias humorísticas, como cuando por azar llega a ser redactor de cartas de presos de la legendaria cárcel de Belén.
Renato Leduc, en tanto, se convirtió en una agradable sorpresa de lectura, además de su mítica vida como bohemio irredento y célebre por la estrofa “Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatar a tiempo, como dice el refrán: dar tiempo al tiempo, que de amor y dolor alivia el tiempo”, de su poema que hemos escuchado sobre todo en voz de cantantes como Marco Antonio Muñiz y José José.
La curiosidad por leer a Leduc me llevó a abrir Historias de la inmediato publicado por Lecturas Mexicanas (62), que contiene algunos textos de la gran cantidad que elaboró a lo largo de más tres décadas y que publicó en varias revistas y periódicos. Sus recuerdos de cómo conoció a John Reed, el célebre reportero de la Revolución Mexicana que después alcanzó fama internacional como cronista de la rusa, relatada en la obra Diez días que estremecieron el mundo.
Con su estilo franco y desenfadado relata encuentros con un joven periodista gringo en el norte del país cuando Leduc formaba parte de las filas de Francisco Villa como telegrafista, y su sorpresa muchos años después al enterarse de que el Juanito que conoció en la gesta revolucionaria era el reportero que alcanzó fama mundial en la revolución bolchevique.
En El canciller y las vikingas narra su primer viaje a París y las aventuras acompañado de Víctor O. Moya Córdoba, a quien llama “canciller” tras un feliz encuentro en el barco que los trasladó a Francia, con quien se adentrará en la vida parisiense ante de la Segunda Guerra Mundial, y con quien compartirá con jóvenes escandinavas que viajaban a la Ciudad Luz durante temporadas para aprender francés, trabajar o ampliar su cultura.
Recuerdos de dos célebres autores mexicanos que hacen de sus remembranzas una gran experiencia.