Lawrence Ferlinghetti sobrevivió al Día D, a la borrachera interminable de Jack Kerouac y a la censura contra Allen Ginsberg. No sólo eso, también convenció a Chaplin de cederle el nombre de City Lights para bautizar la librería donde los hijos de la posguerra tuvieron un techo para leer.
Ante todo, Ferlinghetti fue ese poeta iluminado que se juró servir al pacifismo y a los derechos después de caminar entre trozos de personas y edificios en Nagazaki: la experiencia espiritual que lo hizo guiar desde las cloacas infernales a la generación Beat.
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Esa aura de sobreviviente involuntario duró para producir más de 40 libros, media docena de discos, pinturas, artículos periodísticos y recibir la vacuna contra el covid-19. Cumplió 101 años antes de que los pulmones le fallaran el pasado 22 de febrero.
Él regresó de la guerra para completar sus estudios de maestría en Columbia y luego el doctorado en la Sorbona, donde defendió las alegorías de imágenes citadinas como poesía moderna.
Fundó el refugió de los escritores harapientos en el número 261 de Columbus Street de San Francisco, sitio que sigue en pie en gran medida por la obra de Lawrence Ferlinghetti, que con su primer poemario, A Coney Island of the Mind, abrió camino a los proyectos de verso libre que creían en la honestidad de la primera idea sin correcciones ni arrepentimientos, le cantaban a una belleza distinta de “pobres sonrientes”, diría después Kerouvac, y a las entrañas de la ciudad.
…y estoy esperando /algunas cepas de arte no premeditado /para sacudir mi máquina de escribir /y estoy esperando para escribir /el gran poema indeleble, es parte de su primera pieza exitosa, «I Am Waiting».
Siempre al lado del jazz, el libro ha vendido, como las necrologías repiten, más de un millón de copias que aún se leen en las calles de Estados Unidos. No, no es tan famoso en español como sus compañeros de viaje, pero su talento para despojar de moldes la literatura se mantiene como un referente para la escritura progresiva.
Como muestra de su irreverencia dejó este regalo en su “Manifiesto Populista No. 1”: Hemos visto a las mejores cabezas de nuestra generación / desplomarse de aburrimiento / en las lecturas de poemas. / La poesía no es una sociedad secreta,/ tampoco es un templo.
En la misma librería donde hoy se puede revisar el catálogo de la obra de Lawrence Ferlinghetti, y comprar en la página de City Lights, se presentó uno de los hechos que marcaron la lucha por la libertad de expresión en Estados Unidos: policías llegaron a confiscar el poemario Howl and other poems de Allen Ginsberg, que él había editado, bajo el cargo de venta de material pornográfico. Su batalla redefinió y amplió los límites para los artistas alejados de las grandes casas de cultura y permitió avanzar en las garantías básicas.
El legado literario de Lawrence Ferlinghetti competirá siempre con el hogar que brindó a sus ángeles de las cloacas, a la generación de poetas hechos de noches pavimento y jazz que condujo hacia la fama de la contracultura.
Él no sólo les dio cobijo, sino que los guió hasta que salieron de los escenarios subterráneos. Unos se volvieron a hundir en su naturaleza, otros fueron sus amigos hasta la muerte, como deja constancia en su escrito en ocasión de la enfermedad del mismo Ginsberg:
Un gran poeta está muriendo / Pero su voz / no morirá Su voz está en la tierra / En Lower Manhattan / en su propia cama / está muriendo / No podemos / hacer nada / Está muriendo la muerte que todos mueren / Está muriendo la muerte que mueren los poetas
El 22 de febrero de 2021 Lawrence Ferlinghetti dejó de ser el sobreviviente y ahora camina junto a las mentes más brillantes de su generación.