Son supersticiones, Nana. Si te escucha Manuel, te prohibirá contar tus leyendas a los niños, ya sabes que no le gusta que se asusten.
No, niña, hazme caso, ayer lo escuché, volteas a verme y me tomas de las manos, me miras fijamente con esos ojos negros, profundos, parece que tus pupilas llenan toda tu alma, no puedo sostenerte la mirada, no hay reflejo y lo sé, yo también lo escuché, pero no lo aceptaré ante ti, no puedo decir que soy igual a ti, que también los siento, los veo, los escucho. Creerán que la locura ya está en mí, como estuvo en ella, como estuvo en ti.
Esta no es como las demás tardes, Manuel tiene noticias: Mujer, conocí a un hombre, me habló de un lugar que puede ser el que siempre soñé, el que soñamos, no lejos de aquí, su nombre ya me da la bienvenida, no podrías imaginarte cuál es. Tú ya lo sabes, dilo en voz alta.
Los susurros y los escalofríos me acompañan desde que nací, hay herencias que desearías no haber recibido… Nana, no me respondes nada, es como si hablara con un muerto, solo contigo puedo hablar
No olvidarás nunca el nombre, escucho como un susurro dentro de mi cabeza, de pronto un trueno. ¿Lo escuchaste, Manuel? Ni una gota, mujer, está en tu cabeza, ya te lo he dicho, no hagas caso de esos susurros. Prepárate y a los niños también, mañana será el gran día, saldremos temprano.
Los susurros y los escalofríos me acompañan desde que nací, hay herencias que desearías no haber recibido… Nana, no me respondes nada, es como si hablara con un muerto, solo contigo puedo hablar. Me acerco a la ventana, veo a través de ella hacia el patio y lo confieso: Yo también lo he escuchado, ya dos días. Me giro hacia ti violentamente, mis manos sobre mis oídos y lo niego todo, mi corazón late rápidamente, cada vez más rápido al recordarlo, las lágrimas empiezan a salir de mis ojos, me acerco a ti y te tomo de los brazos. Dime que es una superstición, que nada sucederá, que ese búho sólo está de paso, que su ruido nocturno no es el de la tijera cortando la tela de la mortaja, es que no puede ser, lo digo casi gritando, no puede ser un aviso, no puede ser el luto en mi casa.
Dime algo, te suplico cayendo sobre mis rodillas, apretando tu mandil, secando mis lágrimas en él. Ya no tengo fuerzas para levantarme. Lo es, niña, siempre ha sido y será, su canto es claro, si tres días seguidos escuchas el sonido como el de una tijera cercenando la tela es que lo mandaron para avisarte que el negro será tu vestimenta.
Te diriges hacia la puerta a paso lento entrelazando tus manos como si estuvieras rezando, como si no supiera que nunca has creído, ni en tu último suspiro lo hiciste, Nana. ¿Por qué me dejaste? Te vas ahora, te has ido desde… no, niña, no para ti. Me levantas del piso como si fuera una delicada flor, como mi flor. Tienes ese mismo aroma Nana, el aroma de ella, el mío el de mi pequeña hija. Nos persigue por ella.
Manuel insiste en llevar a los niños, te digo con pesar. Jalo la silla del tocador, me siento como si llevara el peso del mundo. ¿Te has sentido así? Otra vez no me respondes, antes no había quien te callara, eso nos cambia, la quietud en la que estás, de la que nunca saldrás, en la que también me esperas. Tomas el cepillo, acaricias mi larga cabellera, esa que te gustaba tanto peinar por la mañana y en la noche, tan negra me dices, es como si tocaras la noche con tus dedos, me quieres tanto, que no quisiste deshacer el nudo que te ata a mí, ese que hiciste con mi primera muda de trenza, lo llevaste contigo como si fuera el rosario entre tus manos.
Me levantas del piso como si fuera una delicada flor, como mi flor. Tienes ese mismo aroma Nana, el aroma de ella, el mío el de mi pequeña hija. Nos persigue por ella.
El aroma del jardín trae la noche, susurro. Cierra la ventana Nana, hoy el aroma huele a rancio. Dejas el cepillo a mi lado y caminas hacia allá, ¿Por qué te detienes?, también lo veo por el espejo, ya está ahí, estás quieta. Ya no distingo tu negro vestido del color de la noche. Está ahí, está ahí, grito con desesperación, es miedo.
Entras por la puerta, Manuel, ya estás acostumbrado y corres con menos prisa. Ya te he dicho que no dejes la ventana abierta a esta hora, siempre te recuerda a ella y te hace mal, entiéndelo, se ha ido. La cierras con un golpe. Te digo –Cuando ella se fue, él también estuvo en esa rama, cantó durante tres días, como ahora – ¿no lo ves, no lo escuchas?, ¿acaso la tijera no te recuerda su sonido? ¿Cómo puedes siquiera sostenerla? Otra vez está cortando, como la cortó para ella. Es hora, anda duerma, mañana es un día importante, está aquí, escrito en mi diario, me dices dulcemente, como si no te hubiera dicho nada, ¿fue en mi cabeza?
Transcurre el tiempo, lento, escuchando solo ese sonido, la tela cortada una y otra y otra vez. La luz empieza a penetrar por la ventana, los primeros destellos lo asustan, se ha ido, quizá no pase nada, me digo para calmarme.
Prepara a los niños, anda, apresúrate mujer. Estamos listos, el carruaje espera en la puerta. Ella sube primero, tan pequeña, tan dulce, estás alegre más alegre que de costumbre. ¿Manuelito? ¿Por qué no vienes? Estás en la puerta, al lado de Nana, su mano sobre tu pequeño hombro, deteniéndote. Me acerco a ti y te toco la frente, estás ardiendo, esta fiebre repentina, no le tomo importancia. Catalina, Catalina, lleva al niño a acostar y dale el té que ya sabes.
El carruaje avanza, asomo la cabeza por la ventanilla, te veo correr hacia mí, no te escucho Nana ¿Qué me quieres decir?
Ya sé para quien corta la mortaja. Adela ¡No te la lleves!