Quien osa pintar un deseo se vuelve un dios de nuestro tiempo. Quien apuesta a retratar mujeres es un mago que atrapa el don de la fecundación que no termina, quien elucubra cómo envolver el canto del agua es el artífice, el ermitaño y el loco. Cuando se suman todos ellos aparece una artista que representa todas las cartas tarotistas. Es Tere Galván, pintora de mujeres y tiempo.
“Yo soy responsable de lo que emana mi pincel… es la percepción que tengo de la vida misma, porque implica enseñar el alma y transmitir lo que sentimos”, dice Tere Galván, pintora mexicana que enlaza el arte figurativo con el mundo intimista y secreto de nuestra psique.
Es una de las mejores exponentes contemporáneas del deseo, con todas las ideas y las construcciones que pueden emerger de él, de ahí que su nueva obra, Árbol de la esperanza, creada con puzles diminutos y mujeres/troncos de árbol, no sólo refiere los costumbrismos que nos atan a la tierra, raíces profundas de límites y atavismos, sino la libertad como destino, simbolizado en las copas heterogéneas y multicolores, por paradójico que esto sea.
“A primera vista, lo más inmediato nos remite a la cárcel de la mente y el sentimiento de ataduras. Sin embargo, a estas raíces ancestrales que poseemos las mujeres, afincadas en la tierra y la contención y negación de su mismas como parte de la naturaleza, se superpone el alma femenina, su coraje, la búsqueda por ser y hacer lo que nos gusta”, dice la artista que tiene más de 500 exposiciones pictóricas en México y el mundo.
Tere Galván, de Durango a San Carlos
Ella nació en un pequeño pueblo de Durango, Canatlán de las Manzanas, y cuando tenía 18 años vino al corazón de México con un temor latente: desprenderse de la infancia. Estudió en la Academia de San Carlos la carrera de artes plásticas, pese a la conseja de su padre de estudiar Contaduría.
“Venció la pasión a los consejos pragmáticos. Y tuve la suerte de que uno de mis profesores fuera Jaime R. Grifaldo, un maestro que le develó todas las técnicas plásticas sin límites ni secretos”, dice ahora Tere Galván en una casa-museo donde vive rodeada de jardines con distintas especies de tréboles de cuatro hojas y colibríes.
Cada rincón tiene su sello. Hasta el comedor es una intervención de ella: tallados de madera preciosos tipo Luis XV con textiles oaxaqueños donde imperan los violetas intensos y rosas mexicanos. En el recinto impera la música, “no siempre es clásica, a veces sólo son sonidos del agua”.
La voz cálida, grave, una voz que parece susurro. Su tez blanca, preciosa. Ella misma parece un cromo. En sus pinturas remite siempre al tiempo. Un tema recurrente son mujeres con manecillas de reloj y partituras.
Pintora de momentos felices, sabe los artificios que se arman con el tiempo. “El tiempo se detiene en los momentos felices, en esos lapsos en los que quisiera que no transcurriera nada más, que se detuviera el día o la noche”, habla ferviente, aunque en un tono modulado, educado, suave.
Cree que “mientras de vuelta el reloj todo se solucionará”. Por ello el referente constante al tiempo, a ser un recordatorio de los momentos más felices de la vida.
Tiene claros los parteaguas de dicha más significativos:
«Cuando me convertí en madre y cuando nacieron los hijos de mis hijos. Son los momentos en los que realmente vives los milagros».
Sutileza de trazos, obra, ideas
La autora de la Medusa musical “tuerce” la mitología milenaria y le otorga a este personaje el don de la suerte y ventura. Hay sutileza en sus trazos, en su obra, en las ideas.
“Aunque los sueños se olvidan, suelen inspirarme y darme ideas, como que la alegría y el dolor se sufren… pero con tales conceptos formamos los mundos que nos identifican”, refiere la pintora que concibe a la alegría y a la imaginación como dones.
Y para ella, la pintura también es medicina. “Te permite acceder al caudal de alivio que ya poseemos en nuestro interior”, dice Tere Galván en una charla en la que estuvo presente la mujer, la icónica y la real, la que está en su obra y los recuerdos, en los resquicios de la infancia y “en la semilla de la vida y de la humanidad”, porque una mujer, sin importar su edad “siempre germina”, concluye la pintora de los deseos, la tarotista que ignora serlo.
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