Al escritor Kenzaburo Oé se le ve sonriente mientras bebe sake en una taberna tradicional en el barrio antiguo de Tokio; José Saramago da un paseo por una Lisboa nublada, antes de ir a comer al restaurante Martinho da Arcada, el más antiguo de la capital, donde conservan como una reliquia la mesa en que se sentaba a almorzar Fernando Pessoa; a Svetlana Alexiévich se le ve sentada en la cocina de su casa, donde ha escuchado los peores horrores del siglo XX.
Tres estampas cotidianas de tres premios Nobel de Literatura, que forman parte de la exposición fotográfica El Nobel cotidiano. Retratos de Kim Manresa, que se podrá ver hasta el próximo sábado 11 de noviembre en el Museo de la Cancillería en el Centro Histórico de la Ciudad de México. La muestra, que ya se ha presentado en Suecia, reúne imágenes de 26 premios Nobel que el fotógrafo catalán ha realizado durante los últimos 18 años, siempre con la idea de retratarlos en su intimidad, fuera de la “perfección” de una foto de estudio.
El proyecto comenzó en septiembre de 2005 y la idea original era hacer una serie de entrevistas a grandes escritores en torno a la importancia de la educación en el mundo, para lo cual se sumó el periodista español Xavi Ayén. La primera propuesta que esta dupla hizo al Magazine fue Kenzaburo Oé (1935-2023), ganador del Nobel en 1994. Después pensaron en extenderlo a siete premios Nobel, pero el recibimiento del público fue tan bueno que han continuado casi dos décadas después. Ahora es un trabajo periodístico que crece cada año.
“Un día de estos tendremos que ir a fotografiar al nuevo premio Nobel, al noruego Jon Fosse, y a la del año pasado, la francesa Annie Ernaux”, dice en entrevista el reconocido fotógrafo.
El resultado ha sido el esperado: ambos periodistas han logrado bajar del pedestal a los laureados y “entrar en su casa o acompañarlos de compras”, detalla Manresa, quien este año celebra 50 años de trayectoria con una exposición retrospectiva en el Colegio de Periodistas de Cataluña en Barcelona, donde puede apreciarse uno de sus grandes intereses: los derechos humanos de la infancia y de la mujer. Manresa sólo tiene 65 años de edad, pero resulta que comenzó a fotografiar a los 13 y a los 15 tuvo su primera credencial como fotoperiodista.
“Más allá del brillo de la vida pública, estas imágenes revelan momentos cotidianos de algunos de los escritores más celebrados del planeta”, escribe la periodista Dalila Carreño en el texto que recibe al visitante.
El Nobel cotidiano presenta retratos de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Toni Morrison, José Saramago, Orhan Pamuk, Doris Lessing, Herta Müller, Günter Grass, Kenzaburo Oé, Nadine Gordimer, Wole Soyinka, Derek Walcott, Tomas Tranströmer, Naguib Mahfuz, Dario Fo, Wislawa Szymborska, Imre Kertész, Gao Xingjian, V. S. Naipaul, Patrick Modiano, J.M.G. Le Clézio, J.M. Coetzee, Svetlana Alexiévich, Abdulrazak Gurnah, Olga Tokarczuk y Peter Handke.
¿Cómo logras tener tal intimidad con los ganadores del Nobel, más con una cámara fotográfica que puede ser muy agresiva?
Bueno, tienes que ver que trabajo con cámaras muy sencillas; mis aparatos no son nada estrambóticos. Es una cámara común y corriente y ocupa poco. No soy agresivo. Siempre uso cámaras de segunda mano y baratas. Se las presto a los niños para que jueguen y le hagan fotos a la familia. Para mí la cámara es una manera de expresión, pero no busco la perfección. La vida es imperfecta, así que no quiero hacer una fotografía perfecta.
“Cuando un narrador escribe, da igual si lo hace con una pluma de un dólar o con una de oro de cinco mil dólares. Con una cámara pasa lo mismo: una cosa es el envoltorio y otra lo que tú fotografías. Con mis fotografías intento hacer lo mismo, crear emociones; lo de la cámara es lo de menos.
“Sobre cómo es que entro con ellos, pues nada, al principio les explicábamos nuestras intenciones: ‘Mira, queremos hacer una serie de premios Nobel de Literatura, pero no queremos hacer la típica entrevista, sino el día a día, entrar en su casa o acompañarlo si va de compras o a pasear.
“Los primeros que hicimos fueron a Kenzaburo Oé y José Saramago (1922-2010, ganador del Nobel en 1998). Y, como en todo, cuando ya tienes tres o cuatro que han aceptado, los demás son mucho más fáciles. Hasta ahora todos nos han dicho que sí. Si podíamos dar un paseo o ir a cenar, lo hacíamos. Si alguno estaba enfermo, lo hacíamos en casa.
En tú opinión, ¿cuáles son los elementos esenciales que debe tener un buen retrato?
Bueno, hay fotógrafos que buscan la perfección de la luz, la mirada, la composición, pero a mí lo que me interesa es lo espontáneo. No me gustan las imágenes posadas sino captar el ambiente, la espontaneidad del momento. Yo no busco la perfección, ni la luz perfecta ni nada, aunque sea el retrato de un premio Nobel. Me interesa más lo íntimo, como un Orhan Pamuk (1952, ganador del Nobel en 2006) comprando alcachofas, un Saramago paseando, o un Oé viajando en el Metro de Japón.
En ocasiones vemos fotografías con una gran resolución técnica, pero sin vida…
Sí, sí, hay imágenes de todo tipo. En las fotografías del día a día, cotidianas, tampoco es que todo el tiempo sean espectaculares. Hay momentos en que el Premio Nobel fotografiado no se puede mover o no puede pasear por cualquier problema. Hay algunas fotografías que a nivel técnico son menos espectaculares, pero al final lo que yo no quiero es forzar la situación. No uso ni flashes ni focos ni nada.
“Hemos estado hasta tres días con un escritor y eso es posible porque tampoco molestas. Por ejemplo, Saramago nos dijo: ‘Acepto que me sigas al teatro o alguna otra actividad, que seas mi sombra, pero que no me molestes para nada y menos que me digas: Oye, Saramago, cara bonita que te quiero hacer una foto. Tú, mudo, como una sombra sin palabras’. Y así más o menos han sido todos”.
“Si estábamos en su casa, yo discretamente hacía un detalle, pero sin pedirle nada. Hacía lo que iba surgiendo en el momento; algunas veces funcionaba y otras no. Si les hubiera dicho: ‘Póngase aquí o allá’, yo creo que se hubieran negado. Si se dejan retratar, es porque soy un fotógrafo invisible, la sombra que los va siguiendo, pero que no dice nada, que no molesta”.
¿Quién de todos tus retratados fue más difícil fotografiar?
Bueno, yo creo que el peor de todos fue Gabriel García Márquez (1927-2014, ganador del Nobel en 1982) porque tenía unos 15 años que no daba ninguna entrevista. La agente literaria Carmen Balcells habló con su esposa, pero él no lo sabía. Viajamos a Ciudad de México y fuimos a su casa, pero sin saber si íbamos a conseguir la entrevista o no.
“Llegamos a México, hablamos con su esposa y nos dijo que nos hospedáramos en tal hotel, y resulta que era el más caro de México, era carísimo. Pasó un día, dos, y ya estábamos nerviosos. Al tercer día nos llamó. Fue una situación un poco difícil, ahí sí que pasamos un poco de apuro.
“Cuando vimos a García Márquez, nos preguntó: ‘¿Cuánto pagaron a mi mujer para que les diera la entrevista?’. Le dijimos que le veníamos a entregar un paquete que nos había dado Balcells para él. Yo creo que esa fue la situación más difícil, primero porque hacía muchos años que no daba una entrevista, y otra porque sí fue un poco a escondidas. Durante la entrevista nos dijo que estaba enfermo y que dejaba de escribir; esa noticia la dimos a conocer a todo el mundo.
“Lo mismo sucedió con Mario Vargas Llosa (1936, ganador del Nobel en 2010), con quien estábamos en Nueva York cuando le dieron la noticia de que había ganado el premio. Era una entrevista común y corriente, sólo que coincidió. Es al único escritor que he logrado fotografiar en varias ocasiones, además de Nueva York, en Perú (mientras hacía ejercicio), Madrid y Barcelona.
“Con Pamuk, quien había hecho unas declaraciones que no gustaron a los islamitas en Turquía y lo amenazaron, todos los periódicos decían que se había ido y no daba entrevistas. A nosotros nos concedió una y nos dijo que estaba escondido en Turquía; también fue una noticia mundial”.
Platícame del retrato de Alexiévich, profundamente íntimo, en la cocina de su casa…
Cuando nos concedió la entrevista, nos citó en su casa. Vive en uno de estos departamentos pro rusos muy escueto, de menos de 50 metros cuadrados. Tenía la habitación, el estudio donde escribía, que era muy pequeño, y la cocina. Las entrevistas que hizo para sus libros Voces de Chernóbil y La guerra no tiene rostro de mujer las hizo en esa cocina que ha visto mucho drama y muchas lágrimas, y ahí mismo nos recibió a nosotros.
En su casa ya no hay más sitio: era la cocina o la cocina y nada más. Nos sorprendió por eso. Wislawa Szymborska (1923-2012, ganadora del Nobel en 1996) vivía también de manera muy escueta en Polonia.
¿Cuántos tiros tienes con Alexiévich?
Soy un fotógrafo que no saca tantas fotos. Como siempre he trabajado con carrete, pienso mucho las fotografías. No soy de esos fotógrafos que coge el motor con el digital y ta, ta, ta, ta, ta, ta. Me lo pienso bastante. Yo creo que los fotógrafos de antes tenemos esta ventaja, que la fotografía la pensamos y cuando disparamos decimos: “Esta ya vale”. Tomar tantas fotografías tampoco tiene mucho sentido. Es mejor pensar lo que se fotografía y ya está. Son cosas de la tecnología que cuando más avanzamos, menos pensamos.
¿Crees que la tecnología ha venido a afectar el trabajo fotográfico?
Bueno, yo creo que ha afectado a toda la sociedad en general, no sólo a los fotógrafos. Lo que sucede es que la tecnología la estamos usamos muy mal y vamos para peor. Somos incapaces de usar bien las ventajas que tiene. Estamos más incomunicados, más aislados, y usamos la tecnología para el mal. Destruimos el planeta extrayendo los minerales para hacer un nuevo modelo de celular y computadora.
“Muchos niños del colegio ya no saben sumar ni escribir. Te dicen que para qué van a aprender a sumar si ya tienen una computadora que lo hace; tampoco escriben porque pueden dictar.
He leído que después de fotografiar a Oé su esposa estaba enojada. ¿Qué sucedió?
Primero fuimos a su casa, pero al final Oé dijo que fuéramos a dar un paseo a la parte antigua de Tokio. Le pedimos que viajáramos en Metro, porque su novela Salto mortal, que habla sobre los atentados con gas sarín que en 1995 aterrorizaron a los habitantes de Tokio, transcurre en parte en el Metro.
“Entonces lo tomamos y fuimos a una taberna tradicional que está en la parte antigua de Tokio. Comenzamos a beber sake y él consumió bastante. Salió un poco contento. Entonces cuando fuimos a su casa a dejarlo, claro, la mujer nos echó la bronca porque estaba en ese estado. Y bueno, nosotros no teníamos la culpa de que estuviera así. La mujer se enojó porque había bebido mucho, pero fue él quien nos llevó a la taberna de sake”.
Este 2023 celebras 50 años de trayectoria. ¿Cuál es el balance que haces de una vida dedicada a la fotografía?
Bueno, viendo la cosa a nivel global, yo creo que el mundo va mucho peor. O sea, estamos mucho más avanzados a nivel tecnológico, pero ahora veo que las cosas están peor. Antes podía ir solo por cualquier lugar y ahora debo ir acompañado poque es peligroso. Hace 30 años, Latinoamérica era mucho más tranquilo que ahora. Claro que había guerrillas, pero en las ciudades no había la violencia que hay actualmente; veo que las cosas van mucho peor. El mundo se ha vuelto mucho más frívolo, indiferente y egoísta.
¿Fotográficamente cómo te afecta esta situación?
Soy fotógrafo porque me hubiera gustado con mi denuncia que la gente se diera cuenta de las cosas. Yo creo que, durante algún tiempo, mis compañeros y yo lo conseguimos, pero últimamente esa indiferencia me afecta. Y me pregunto: “¿Pero qué carajos estoy haciendo? Me la estoy jugando y a la gente le importa un bledo lo que pase”. Eso me afecta mucho.
El tuyo es un discurso muy desesperanzador…
Sí, porque la gente no lucha. Antes, por ejemplo, la gente protestaba y salía a la calle. Los jóvenes se manifestaban, pero ahora nadie protesta. Quizá en Latinoamérica todavía lo hacen, pero aquí en España está todo muerto, es un país indiferente. Creo que el miedo se ha apoderado de la gente. Mi discurso es algo desesperanzador, aunque la verdad también hay cosas muy bonitas, sólo que estas cosas bonitas también las estamos destrozando.
¿A quién consideras tu principal influencia estética?
Como he sido totalmente autodidacta, nunca he tenido un modelo. Quizá hay un fotógrafo que siempre me llamó mucho la atención: Edward Sheriff Curtis, un aventurero con el que alucinaba. Cargaba con su cámara de 30 kilos y dormía en casas de campaña, conviviendo con las tribus nativas de Estados Unidos. Eso me parecía fascinante.
El Nobel cotidiano. Retratos de Kim Manresa se podrá ver hasta el próximo sábado 11 de noviembre de 11 am a 5 pm en el Museo de la Cancillería, que se ubica en República de El Salvador 47, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Entrada libre.