Sólo existen dos tipos de personas: quienes te revelan su faz luminosa y creen en tu unicidad y en ti, y aquellos que te apagan y arrancan las invisibles alas con las que armas tu genialidad y proezas. Lo raro es que todos podemos ser uno y otro para la misma persona. Aún para nosotros mismos.
¿Cuándo nos convertimos en incandescencia y cuándo en opacidad, de qué depende desplegar luz o sombra? De un solo factor. De la intensidad de nuestra atención consciente. De la determinación de interés que nos genera el otro y de la consciencia del momento que vivimos. La atención plena nos vuelve relevantes y llena de significado al interlocutor y allegados. La dispersión, por su parte, condena al ostracismo y estereotipación al otro.
El poder luz-sombra, la eterna dicotomía, tiene la capacidad de dar significado y sentido al otro, revelar aristas y potencialidades en su personalidad, idea o dicho. Glorificar en él lo inadvertido o nimio, generar relevancia en lo que es, hace o pretende. Dotarlo de magia interior al hacer que prevalezca en él su propia fe y reconocimiento.
Atención plena. Sólo eso. Solo una acción que nos permitirá iluminar a los demás, volverlos relevantes para sí mismas, ampliar sus capacidades y dones, aceptar que tienen triunfos trascendentales y dignos, invocar a las sabidurías interiores, ampliar sus perspectivas. Atención plena para catapultar el talento y expandir horizontes, para que la otredad se vuelva parte de lo que somos, de conformar parte de una grandeza que se extiende más allá de lo dicho o predeterminado.
Y esa atención parte de certezas simples: cada momento es preciado, porque nunca se replicará, cada persona es tan única como la misión que viene a desarrollar en esta realidad tridimensional o vida, aprehender todo implica despojarnos de premura y prejuicios.
Estar con uno mismo, conversar con uno, puede plagarse con la luz de esa consciencia o atención plena o plagarse de distractores, ruidos, vaivenes de pensamiento… laberintos que inducen a la oscuridad, a sensaciones estresantes y dispersión o banalidad.
La oscuridad en el otro se da cuando consideramos intrascendente o pueril quien es. Entonces armamos historias y personas paralelas en el pensamiento, permitimos que aparezcan veladuras diversas entre sus palabras y gesticulación, somos incapaces de “leer” sus emociones y pensamientos. No existe compenetración.
Esa dispersión o falta de atención se traduce en un mensaje tajante de minusvalía e incluso rechazo. La persona se vuelve sombra, objeto, nada. Quien es se apaga, sus perspectivas se rompen, su voz calla.
En lugar de transformar al otro en llama viva o lámpara encendida la reducimos a un objeto indiferenciado y oscuro: fantasma de nada.
Pierde entonces su capacidad de expandir, crear e incluso ser. Se reduce a cualquier significado banal que impere en un contexto donde está. Se pierde su potencial.
Lo mismo ocurre en nosotros. Nuestra determinación y fuerza emerge en la atención plena, en la consciencia… y desaparece cuando nuestra percepción es dispersa y el pensamiento divaga.
La otredad, vale citar, sólo es reflejo de una convicción íntima: quienes decidimos ser.
Expone Soria Conde “Periplo sin retorno”
«La muestra, curada por Clemente Ruiz, incluye 67 obras que abarcan dibujos, libretas de apuntes y esculturas en cerámica…»
Créditos: Lobaciohttps://t.co/mVzv9Loibr
— Fusilerías (@fusilerias) June 3, 2024