El siglo de la inteligencia dilapidada

Un grupo de científicos detectó una interrupción en el desarrollo de la capacidad cognitiva de la especie, peor aún, un retroceso
Carlos Fuentes, Inteligencia

El siglo XX fue el periodo de esplendor para la inteligencia humana. Si se compara el coeficiente intelectual (CI) de un ciudadano del siglo XXI con el de otro nacido en 1900, este último será declarado discapacitado mental.

Debemos al investigador neozelandés James Flynn (1934-2020) el hallazgo de que el CI del ser humano aumentó a razón de tres puntos por década durante un largo periodo de 100 años.

A este importante descubrimiento se le denominó precisamente “efecto Flynn”, pero luego todo se detuvo.

No es raro que el siglo XX destaque sobre otros por sus avances y descubrimientos. Fue el siglo de la penicilina, del ADN, de la fisión nuclear, de la carrera espacial, del avión, la radio, la televisión, el teléfono y las computadoras.

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Fue el siglo de Sigmund Freud y el psicoanálisis, esa ventana que nos permite asomarnos a la psique y descubrir con incomodidad que una voluntad primitiva nos gobierna y que se libera de vez en cuando en los sueños.

Fue el siglo de Albert Einstein y la teoría de la relatividad, que cambió la comprensión del universo y demostró que la gravedad que nos ata a la Tierra es la principal evidencia de que el espacio-tiempo en que vivimos es curvo.

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Albert Einstein en Washington, 1946 . Cortesía Museo Albert Einstein

Fue el siglo en el que Stephen Hawking aseguró que los seres humanos habíamos acumulado ya la inteligencia y las matemáticas necesarias para explicarnos el origen del universo sin necesidad de recurrir a Dios.

Sin embargo, ese avance sin pausa de la inteligencia humana se frenó repentinamente en 1975, incluso en países de alto desarrollo, donde la economía, la salud y la educación mejoraban de forma constante, como Noruega, Finlandia, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca…

Un grupo de científicos que colaboraba en la revista noruega Proceedings of the National Academy detectó no solo esa interrupción en el desarrollo de la capacidad cognitiva de la especie, sino un retroceso.

Las pruebas aplicadas a 730 mil jóvenes de 18 años que se presentaron al servicio militar en ese país, entre 1962 y 1991, revelaron que habían perdido siete puntos de coeficiente intelectual.

El CI es una prueba que evalúa conocimientos, aptitudes y funciones de una persona mediante problemas matemáticos, de lenguaje, espaciales y lógicos. No pretende medir la inteligencia total de un ser humano (algo imposible), sino proporcionar un parámetro comparable con otras personas.

Al aplicar la prueba siempre se fija en 100 puntos el CI de un grupo o población. Las personas que superan 120 puntos son consideradas superdotadas y aquellas que están debajo de 70 son discapacitados mentales.

Visto lo anterior, ¿en verdad hemos llegado a un tope de inteligencia fijado por nuestra propia naturaleza o estamos en una pausa, condicionada por las circunstancias actuales y el entorno, y retomaremos la ruta de ascenso en el futuro?

Aquí es donde la comunidad científica se divide. Para explicar el aumento en la inteligencia humana durante 100 años un grupo de científicos lo atribuye a los constantes avances en educación, alimentación y salud.

Para hablar del retroceso, otros mencionan el fracaso del modelo educativo y daños en el medio ambiente que afectan también el cerebro; además, argumentan que esta era de información y tecnología socava la capacidad de concentración.

Otra hipótesis apunta a que la especialización del hombre ha propiciado la pérdida de ciertas habilidades que se miden en las pruebas de CI, y otra asegura que si los tiempos han cambiado de un siglo a otro es natural que las capacidades cognitivas también.

Una vertiente adicional en este debate es que no existe solo una inteligencia, sino muchas, como defiende Howard Gardner en su libro Estructuras de la mente. La teoría de las inteligencias múltiples (FCE, 1987).

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‘Estructuras de la mente’, de Howard Gardner

De hecho, el profesor de Harvard es uno de tantos detractores de las pruebas de CI, pues considera que la inteligencia no es una cantidad que pueda medirse con un número porque en ella confluyen factores biológicos, culturales e históricos.

Gardner enumera al menos siete tipos de inteligencia: lógico-matemática, espacial-visual, lingüística-verbal, musical, corporal-kinestésica, intrapersonal-interpersonal y naturista.

Pero, ¿y si en verdad hemos llegado a nuestro límite de inteligencia? Es posible, porque parece irreal que el coeficiente intelectual del hombre crezca de manera sostenida a un ritmo frenético por tanto tiempo.

También existe la posibilidad de que no necesitemos ampliarla o que lo estemos haciendo ya por otras vías: el pacto con la máquina y la inteligencia artificial nos permite a nosotros, mortales, jugar a ser Dios creando un robot o un software a imagen y semejanza.

La legendaria máquina Enigma que permitió a Alan Turing y a los ingleses descifrar los códigos secretos nazis y precipitar el fin de la Segunda Guerra Mundial es un ejemplo de ese intento.

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Máquina Enigma. Cortesía Museo Leonardo Da Vinci

El más reciente puede ser Neil Harbisson, la primera persona en el mundo reconocida como cíborg, quien tiene una antena implantada en la cabeza para “escuchar” los colores, debido a acromatopsia que padece.

Ese mismo dispositivo —con wifi integrado— le permite al artista y activista inglés recibir imágenes satelitales, videos y fotografías de cámaras externas, llamadas telefónicas y música…

Sea propia o artificial, ¿hay alguna razón para desear que el ser humano deba acumular más inteligencia?

El profesor Robert Sterberg, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, asegura que “un mayor CI no ha traído soluciones para ninguno de los problemas principales del mundo: disparidad de ingresos, pobreza, cambio climático, contaminación y violencia”.

La inteligencia de la especie tampoco ha ideado un mecanismo contra el desempleo, el racismo o la codicia; la mayoría de veces nuestra inteligencia no nos salva ni de una discusión agresiva por abordar primero el andén del Metro.

Esta época nos ha dado una capacidad inigualable para intercambiar ideas, pero a menudo esa interacción termina en insulto y el ciclo de la comunicación fracasa.

Tampoco hay algo en la especie humana que se asemeje a la inteligencia colectiva que poseen las abejas o las hormigas.

El hombre de Cromañón necesitaba una inteligencia mínima para cazar y defenderse del entorno. Al final la selección natural lo eliminó de la faz de la Tierra, pero quizá fue más feliz.

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