Auschwitz, a 74 años de los crímenes del nazismo

Era el campo de concentración y exterminio a donde deportaron al menos a 1 millón 300 mil personas, de las cuales 1 millón 100 mil eran judías
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Foto: Jorge Valdés

Oświęcim, Polonia. La Segunda Guerra Mundial tuvo en Adolf Hitler al perpetrador principal de las acciones más atroces y descabelladas contra la población civil —principalmente la judía— de los países europeos que sucumbieron ante el poderío de la Alemania nazi durante el conflicto bélico que duró seis años.
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Foto: Jorge Valdés

Antisemita declarado, el Führer del Tercer Reich maquinó los planes más terroríficos y crueles para aniquilar a los judíos de toda Europa: segregación, persecución, confinamiento en guetos y en campos de concentración, hasta llegar al punto culminante de su locura: la llamada “Solución Final”, estrategia concebida en conjunto con los dirigentes nazis en enero de 1942 para perpetrar el genocidio de toda la comunidad judía en campos de exterminio, donde las Schutzstaffel (SS), las escuadras militares de protección al servicio de Hitler y de su partido, ejecutaron masivamente, mataron de hambre, asesinaron en las cámaras de gases y quemaron a decenas de miles de hombres, mujeres y niños.

El más conocido de estos símbolos del Holocausto y del terror, tanto por los crímenes y abusos sin igual que ahí fueron perpetrados como por haber sido el de mayor extensión, es el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, situado en las localidades de Oświęcim y Brzezinka, al sur de Polonia, a donde los nazis deportaron entre 1940 y 1945 al menos a 1 millón 300 mil personas, de las cuales 1 millón 100 mil eran judías.

En este infierno en la Tierra, concebido originalmente para encarcelar solo a presos polacos pero que desde 1942 también operó como centro de exterminio masivo, murieron 1 millón 100 mil personas. Aproximadamente 90 por ciento de las víctimas, 1 millón, eran judíos. La mayoría pereció en las cámaras de gas y sus cuerpos fueron incinerados en los cuatro crematorios construidos en el lugar, y en los cuales en un solo día se podían quemar hasta 4 mil 800 cadáveres.

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Foto: Jorge Valdés

Tras tres años de operar como el centro de exterminio más grande en la historia de la humanidad, el campo de Auschwitz fue liberado el 27 de enero de 1945 por el Ejército Rojo de la Unión Soviética, que encontró aún en el interior a cerca de 7 mil 600 prisioneros, prácticamente muertos vivientes, luego de que los nazis abandonaran el lugar ante la inminente llegada del enemigo, que descubriría entonces la magnitud de la crueldad y la barbarie cometidas en el lugar.

Culminada la guerra, dos años y medio después, el 2 de julio de 1947, el lugar fue convertido en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau por un decreto del parlamento polaco, con el propósito de preservar el sitio como un referente histórico y en memoria de las miles de víctimas de la Shoah, y desde entonces es visitado por miles de personas de todo el mundo, quienes conocen ahí, de primera mano, la crueldad y deshumanización que el nazismo aplicó hacia los prisioneros y las innumerables historias de sangre, tortura, degradación y muerte que se vivieron en ese complejo durante un lustro.

El museo, incluido en 1979 en la lista internacional de sitios del patrimonio mundial de la Unesco, engloba los terrenos de los campos de concentración: Auschwitz I y Auschwitz II-Birkenau, los cuales cubren 191 hectáreas. 20 están en Auschwitz I y 171 en Auschwitz II-Birkenau.

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Foto: Jorge Valdés
Visita al dolor

El recorrido por el museo comienza en Auschwitz I, donde una frase por demás irónica, colocada en la puerta de acceso al campo, daba la “bienvenida” a los prisioneros: Arbeit Macht Frei (El trabajo libera). Y sí, en muchas ocasiones las largas y extenuantes jornadas de trabajo pesado e inhumano a las que eran sometidos (hasta 11 horas continuas de labor forzada), aunadas a la desnutrición y hambruna que padecían por falta de comida, terminaban siendo su liberación… hacia la muerte.

Un silencio profundo, roto solamente por el ruido de los pasos en la tierra, acompaña el andar hacia las barracas o bloques que en su momento fueron atiborradas con miles de prisioneros, y que ahora se han convertido en salas de exhibición permanente: unas muestran documentos, imágenes, mapas y material nazi de la época referente a las acciones y operaciones que se llevaron a cabo en esta sucursal del Holocausto.

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Foto: Jorge Valdés

Aunque otras son las que estremecen hasta al más fuerte: en éstas se encuentran decenas de fotografías que muestran a decenas de presos, hombres, mujeres y niños, y las condiciones deplorables de inanición y de salud en las que se encontraban, así como enormes cantidades de ropa, zapatos, prótesis, utensilios, objetos de aseo personal y maletas que los prisioneros portaban a su llegada a Auschwitz y que jamás volvieron a sus manos.

Pero particularmente una sala de exhibición deja atónitos e incrédulos a los visitantes: detrás de un amplio cristal de aproximadamente 10 metros de largo permanecen para la posteridad toneladas de cabello que fue rapado a los deportados a su llegada y a los cadáveres de miles de víctimas antes de ser quemadas. La barbarie total del nazismo contra civiles inocentes que al llegar a Auschwitz eran despojados hasta de su identidad: aquí dejaban de existir como personas con un nombre y pasaban a convertirse en solo un número que era tatuado en sus cuerpos.

Bloques 10 y 11

Los bloques 10 y 11 de Auschwitz I fueron punto y aparte en esta pesadilla de terror contra la humanidad. En el primero, varios cientos de mujeres prisioneras, principalmente judías, eran retenidas y utilizadas como conejillos de indias humanos. Algunas de ellas morían por los tratamientos que recibían y otras eran asesinadas para que se les realizaran autopsias. Aquellas que sobrevivían quedaban con heridas permanentes.

El bloque 11 no se quedó atrás. Conocido como “El bloque de la muerte”, contaba con un sotano donde entre el 3 y el 5 de septiembre de 1941 comenzaron los ensayos con el gas Zyklon B en preparación a las ejecuciones masivas de judíos. 600 prisioneros de guerra rusos y 250 prisioneros políticos polacos, seleccionados de la enfermería del campo como conejillos de indias para el experimento, fueron asesinados con este método durante esos tres días.

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Foto: Jorge Valdés

Más aún. Entre los bloques 10 y 11 se encuentra “La pared de la muerte”, donde entre 1941 y 1943 las SS mataron a varios miles de personas. La mayoría de los ejecutados en ese lugar fueron prisioneros políticos polacos, pero incluso se asesinó a niños en venganza a las operaciones de resistencia contra la ocupación nazi. También fueron aniquilados ahí prisioneros de otras nacionalidades y orígenes étnicos, incluidos judíos y prisioneros de guerra rusos.

En el sitio permanece una larga pared de ladrillos rojos. Al frente de esta, justo en el centro, un pequeño bloque de ladrillos grises gruesos, con veladoras y flores en el piso, yace permanentemente como un memorial en recuerdo de los miles de asesinados.

Con la emoción a flor de piel se camina unos metros para llegar a otro sitio donde se aniquiló cruelmente a miles: la primera cámara de gas en Auschwitz, que comenzó a operar en 1941 y que fue construida en el interior del edificio que albergaba los crematorios del lugar, los cuales permanecen ahí, entre la penumbra y la oscuridad, como mudos testigos perpetradores de la masacre antisemita. Recorrer el frío y lúgubre lugar e imaginar lo que ahí sucedió pasma, hela la sangre y deja sin palabras antes de conocer al “hermano mayor” y más siniestro: Auschwitz-Birkenau.

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Foto: Jorge Valdés
Brutalidad y odio total

Lo vivido en Auschwitz I queda pequeño ante los horrores que abundaron en el mayor campo de concentración y de exterminio nazi: Auschwitz II, mejor conocido como Auschwitz-Birkenau, el símbolo máximo del terror, de la brutalidad y del odio antisemita en la historia de la humanidad.

Situado a escasos dos kilómetros de Auschwitz I, el campo es distinguible a la distancia gracias a su imponente y atemorizante entrada: la llamada Puerta del suplicio, una alargada edificación por cuyo centro ingresaban día y noche trenes de carga de ganado con miles de deportados, en su mayoría judíos provenientes de toda Europa, que viajaban hacinados y en las peores condiciones durante días hasta llegar a su destino fatal dentro del complejo: La rampa, donde los oficiales y médicos de la SS realizaban el llamado “proceso de selección” de los presos para vivir o morir inmediatamente: los que estaban sanos y jóvenes se convertían en prisioneros destinados al trabajo forzado. Los ancianos y enfermos, así como la mayoría de mujeres y niños, eran conducidos en el acto, y bajo el engaño de que iban a ser aseados, hacia las cámaras de gases, donde eran ejecutados de manera lenta y atroz con el pesticida Zyklon B (la agonía duraba hasta 30 minutos) y finalmente incinerados en los cuatro crematorios del complejo.

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Foto: Jorge Valdés

La vía férrea y un vagón de los ferrocarriles de la muerte permanecen en el sitio, al igual que los restos de las cámaras de gas y de los hornos crematorios que los nazis trataron de destruir en su huída, días antes de la llegada de las tropas soviéticas, en busca de borrar toda huella de la locura genocida perpetrada durante años en ese complejo.

En el extenso campo también se conservan algunos barracones originales. Un recorrido por el interior de estos lleva a imaginar las condiciones de esos lugares hace 80 años: fríos, oscuros, malolientes, atiborrados de prisioneros enfermos, hambrientos, torturados, con plagas de piojos, garrapatas; hacinados en tablones de madera habilitados como camas, divididas a manera de litera en tres niveles y pegadas a lo largo unas a otras, separadas solo por una pared de ladrillo.

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Foto: Jorge Valdés

Además se preservan aquellos bloques en donde se encontraban las enormes letrinas, así como las chimeneas de ladrillo de las estufas, que rara vez eran utilizadas por los presos. También se encuentran barracas reconstruidas y una docena de kilómetros de valla de los campamentos, así como los puestos de vigilancia de los miembros de las SS.

Al final, conocer en detalle los lugares y las atrocidades cometidas en Auschwitz-Birkenau provoca escalofrío, estremece, entristece… pero también lleva a la reflexión profunda, uno de los objetivos principales del Museo Estatal, que día con día extiende sus esfuerzos por todo el mundo, con exposiciones itinerantes, publicaciones, sesiones online en vivo, podcasts y actualizaciones constantes de archivos de búsqueda e información, en busca de que de que el horror del régimen nazi de Adolf Hitler jamás sea repetido y de que el Holocausto judío que arrebató la vida a 6 millones de personas nunca sea olvidado.

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Foto: Jorge Valdés

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