Charlie Watts

Charlie Watts en el Franz Mayer

Una resaca impidió a sus satánicas majestades acudir a la cita, excepto al baterista, quien llegó con la puntualidad de un inglés

Me topé por casualidad con Charlie Watts en febrero de 1998; tenía 22 años y él, 57. Hacía mi servicio social en el museo Franz Mayer mientras seguía con mis estudios de Historia del Arte y mis funciones eran atender a grupos, dar visitas guiadas y escribir artículos sobre piezas de museo.

Era lunes. La mayoría de los museos cierran al público ese día para actividades administrativas y de mantenimiento, a veces para visitas especiales. El representante de The Rolling Stones, quienes daban su primera ronda de conciertos en México, había pedido al Franz Mayer un recorrido especial para la banda.

Alguien les había recomendado el Franz Mayer y ahí estaba el anuncio de la visita de los Stones.

El alboroto fue general, en especial entre los jóvenes que hacíamos servicio social, más mujeres que hombres, quienes gritaban como si estuvieran en el concierto del Bridges to Babylon Tour. Todos querían ser sus guías, aunque ese tipo de recorridos los daba yo, pero a nadie le importó mi moción.

Todos queríamos conocerlos. Tomamos una opción salomónica: dejar que ellos eligieran al guía de entre el grupo; luego mejoramos el plan y nos dividimos las salas para que todos pudiéramos tener nuestros cinco minutos como los guías para los Stones.

Poco nos duró el gusto, porque el entonces director del museo, Héctor Rivero Borrell, también era fan de la banda desde sus inicios, y avisó que personalmente se encargaría de la visita especial.

Algunos compañeros se decepcionaron y al terminar su turno se marcharon, un puñado nos quedamos aunque fuera para verlos de lejos, por curiosidad. Una compañera estaba tan emocionada que se dibujó la boca icónica de los Stones en un muslo, con la esperanza de que Mick Jagger le mirara las piernas.

Todavía no anochecía cuando por los radios de vigilancia supimos que las visitas habían llegado. Decidimos acomodarnos estratégicamente en puntos donde pudiéramos verlos, a pesar de que se nos advirtió de no molestarlos. Atrincherados observábamos, pero nos dimos cuenta que la banda no estaba completa, de hecho, solo estaba uno de ellos: Charlie Watts.

El resto de los Stones habían festejado una noche antes con los excesos que siempre los caracterizaron, por lo que el único que había amanecido sobrio y decidido a conocer el museo fue el baterista de la banda, Charlie Watts.

Había dejado las drogas y el alcohol desde que se rompió un tobillo en un concierto en 1986, tras lo cual quiso mejorar su salud, su matrimonio y, en corto, su vida. Fue el único de los Stones que pudo levantarse ese día y se notaba cómo prestaba atención a la visita exclusiva al Franz Mayer.

Cuando el director del museo nos sorprendió escondidos tras las columnas del claustro, sonrió. Dijo a Charlie Watts que quería presentarle a sus colaboradores del museo y nos pidió acercarnos a saludar.

Con movimientos lentos, un tanto encorvado por los años, pues aunque tenía entonces 57 lucía considerablemente más viejo, Charlie Watts se acercó también y nos saludó con cortesía y cordialidad inglesa. Comentó que éramos afortunados de trabajar en un lugar tan hermoso. Después, con la misma gentileza, nos deseó buena tarde y siguió la visita.

Mis compañeras superaron su deseo de conocer a Jagger y comenzaron a alabar las habilidades de Charlie Watts como baterista; la cercanía, sencillez y don del baterista las cautivó. En lo personal, no me lavé un tiempo la mano que me saludó y pensé que la fama de Charlie Watts era menor que su sencillez. Descanse en paz.

Charlie Watts. Ciudad de México, 2016, por Fernando Aceves. Charlie Watts. Ciudad de México, 2016, por Fernando Aceves.
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