Hay caminos olvidados en el paso del tiempo. Imágenes difusas de los primeros amores. Memoria fragmentada de cuando tuvimos comprensión a raudales y guía.
En los recovecos del pasado subsisten imágenes difusas de enseñanzas primigenias y del trazo preliminar del mundo. Dicen que en la infancia se teje una red de memoria que permanecerá siempre, pese a las prisas cotidianas, nuevos roles, retos sorprendentes que emergen a medida que crecemos y envejecemos. Las raíces y primeros credos se diluyen, pero nunca se van del todo.
El vestigio es un vestido gastado que sostiene hiladas antiguas para albergar memoria.
Pero sin importar la edad y circunstancias, subsiste un anhelo que se acendra con el paso del tiempo: el regresar a los primeros años. En ellos no había desencanto, traiciones ni una ansiedad que se vuelve pertinaz cuando llegamos al último tramo de vida.
Existen muchos simbolismos de la añoranza. Uno de los más perceptibles es la fotografía sepia de la que no osamos desprendernos. Es parte de nuestro pasado, ancestros y mejores recuerdos. Es la mirada sorprendida y una sonrisa descuidada y profundamente natural que nos recuerda quienes fuimos.
Sin embargo, los anclajes materiales a la infancia son fugaces, inasibles… un sueño breve.
¿Qué nos falta?, ¿por qué no podemos revivir del todo el momento y circunstancias que nos envolvieron, porque es imposible revivir los primeros amores?
En el fondo de un caleidoscopio de añoranza se halla la sabiduría en la figura de una mujer. La abuela eterna, la que reúne los presagios que se hicieron verdades, la que nos enseño los secretos de un mundo que empezábamos a habitar.
Un día ella, el símbolo más fidedigno de guía e incondicionalidad se fue para siempre. La buscamos en los recuerdos y los sueños, en diversos objetos. Sólo hay fragmentos de su grandeza y significados.
La añoranza se agiganta con el paso de los años y horas. Siempre fue así. Quienes nos precedieron en la vida también clamaron por la mágica figura de la abuela, sacerdotisa, maga y sabia.
Ella, sólo ella, puede regresarnos anhelos viejos y enseñanzas inmarcesibles. Buscamos el refugio de su voz y el conocimiento que emana de manera natural en ella. ¡Ojalá minca se hubiera ido! Necesitamos sus anécdotas y cuentos, su manera de regañar sin levantar nunca la voz, su regazo cuando los fantasmas reales e imaginados nos asechan.
La buscamos en los recuerdos y los sueños, en diversos objetos. Sólo hay fragmentos de su grandeza y significados
Mis abuelas fueron Angelita y Soledad. Una llena de dulzura un tanto irreal. La otra, mi bisa, de alegría apabullante. Una fue inocencia de cuentos de hadas. La otra la imaginación y generosidad desperdigada. Las abuelas son lo más próximo que tenemos a la idealización y al críptico mundo de los santos y figuras celestiales.
Queremos entonces una escalera al cielo. Poder trepar de la realidad que ahora vivimos para volver a abrazarlas y decirles a nuestras abuelas lo que ahora acontece y sentimos.
Ayahuasca, el laberinto del universo
La ayahuasca o yagé, medicina ancestral, abre puertas de imaginación no exploradas. En laberintos legendarios nos adentra en el rencuentro más feliz y añorado: volver a escuchar y ver a nuestras abuelas, a Angelita y Soledad.
La ayahuasca es una mezcla de la enredadera de ayahuasca y un arbusto llamado chacruna que contiene un alucinógeno (dimetiltriptamina).
El gobierno peruano le confiere el alto honor de ser “puerta al mundo espiritual y sus secretos”, por lo que la medicina amazónica se estructura alrededor de la ceremonia ayahuasca presidida por un chamán.
Cura males tan diversos como trastornos de estrés postraumático, depresión y adicciones, aunque científicamente no hay evidencias. Los buscadores de emociones rehúsan beber ayahuasca porque la sensación no es agradable. Hay quienes asumen que se trata de un “exprimidor” de cuerpo, mente y espíritu. Lo que muchos ignoran es que otro gran mal que cura el yagé es la añoranza por las mujeres más sabias que tendremos en nuestra vida.
Dicen que la ayahuasca remite a una introspección alucinógena. En realidad existen muchas descripciones de como arribar a nuestros recuerdos y a un idílico sueño que presiden las abuelas, siempre sabias, valientes, radiantes e inolvidables. El yagé es el fértil camino de la infancia. Son el reencuentro que se vive a través de la bebida “sabia” pero también amarga.