Según la tradición budista tibetana, se le llamo “bardo” al estado intermedio entre una encarnación y la siguiente. En el momento de la muerte, la persona tiene la experiencia directa de la realidad, pero después ésta se va descomponiendo en caóticas alucinaciones surgidas de las improntas adquiridas y de las acciones realizadas por la persona durante la vida, y es precisamente ese viaje de la mente y la conciencia lo que representa Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades, la recién estrenada película de Alejandro González Iñárritu.
Desde la presentación de la cinta en el Festival de Venecia, la crítica no ha sido precisamente benévola con el filme. En el portal especializado Rotten Tomatoes, la película sólo ha conseguido 52 por ciento de aprobación de los críticos, los más extremos la han calificado de “insufrible, narcisista, confusa, autoindulgente, tediosa, soberbia (¿habrá alguien más soberbio que un crítico de cine?), sin sentido, gratuita y pretenciosa”, entre otras linduras. En cambio, al público le está gustando, con 90 por ciento de aprobación hasta el momento.
Para hacer honor a la verdad, Bardo sí es narcisista y fastuosa, pero eso más que restar, aporta: tan sólo para la secuencia de la caravana migrante se utilizaron 600 extras y 250 técnicos en el equipo de producción, la película fue filmada en 65 mm, un formato de alta resolución y panorámico, caro y complicado para filmar y proyectar que sólo algunos pocos directores utilizan; además de que dura casi tres horas (ya sin los 22 minutos que Iñárritu le cortó después de Venecia) y que la película rompe cualquier regla de estructura narrativa cinematográfica convencional simplemente porque lo que retrata es el viaje caótico de la mente. Todo esto sin mencionar que Iñárritu no hizo la película para el público. sino para él mismo: “Para mí fue un ejercicio obligatorio por mi edad y mi necesidad existencial de liberarme y así poder compartir sin maquillajes un muy frágil estado mental y emocional que es difícil articular con palabras”.
Lo cierto es que las tres horas de Bardo no se perciben; lo que sí se advierte es que es una película brutalmente honesta hecha más para sentirse que para entenderse y que se inscribe en la tradición del realismo mágico latinoamericano: “Si eres mexicano y haces una película así, eres un tipo pretencioso. No sé si [los críticos] han leído a Jorge Luis Borges, a Julio Cortázar o a Juan Rulfo, pero deberían para saber de dónde vienen estas cosas y nuestra tradición imaginaria de tiempo y espacio combinados en la literatura de América Latina. Esto, para mí, es la base de la película. ¿Por qué no tengo derecho a trabajar en esa tradición de la manera que me gusta hacerlo?”.
Bardo sin lugar a dudas es la película más personal de Iñárritu, en la que con imágenes que van de lo ridículo a lo conmovedor, hace las paces con los “trazos” de memoria, con la incertidumbre del “éxito” que tanto menciona en las entrevistas, con la traumática muerte de su primer hijo, Luciano Mateo, a las 30 horas de nacido; con el Ego con el que lidia y seguirá lidiando como buen nativo del signo de Leo, con haberse perdido la muerte de su padre por estar fuera, con su calidad de inmigrante sin lugar al cual poder llamar hogar, con un México que tiene lejos, pero que siente más cerca que nunca y que le duele en el alma, con las heridas ancestrales que todavía siguen abiertas, con la pérdida y la añoranza, con la ilusoria y absurda realidad.
Bardo puede describirse como una personalísima catarsis que sólo alguien con una autoestima tan alta como la de Iñárritu —que algunos podrían llamar egolatría— se atreve a lanzar al caníbal y despiadado escrutinio público: “Creo que es la película con la que me siento más satisfecho, más sólido; es mi mejor trabajo. Aquí vertí todo mi ser”, confiesa el cineasta.
En su regreso a filmar en México después de 20 años, cosa que no hacía desde Amores perros, su ópera prima, y con cinco premios Oscar y cinco largometrajes en el ínter, Iñárritu ha plasmado en Bardo, elegida por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar a México en el Óscar, un crisol de emociones, sensaciones, colores, memorias reconstruidas y miedos, todo lo que conforma ese espacio amorfo y vital que es el océano de la conciencia. No es una película para mentes y estructuras rígidas. En esta odisea visual, personal y onírica, el director de Birdman y Biutiful nos invita a acompañarlo para ser experimentada a nivel emocional e intuitivo, desde lo que nos mueve en las entrañas.
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¿Qué es, o qué significa Bardo?
Dirigida por Alejandro G. Iñárritu, ‘BARDO, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades’ está disponible en cines en México, Estados Unidos, Argentina y España, en el resto del mundo a partir del 18 de noviembre, y en Netflix el 16 de diciembre.
— BARDO Movie (@BardoMovie) November 4, 2022