Serie Serafo Emiliano Pérez Cruz

Me debes cambio

Los pasajeros colman ese destartalado vehículo que pareciera quebrarse en cada bache, atendiendo a quienes con sus bultos se acercan a la puerta para bajarse

En la inmensidad del llano destaca una pequeña tolvanera que se mueve, que se acerca hasta que un camión logra definirse, deja tras de sí el abanico de polvo, la cauda que se extiende y queda suspendida porque viento no sopla y el sol del atardecer maximiza el desértico paisaje: ni un alma que aparezca, ni una hierba que vibre y se consuma en ese blaquecino paisaje de donde las almas han desaparecido hasta el anochecer, si alguna brizna de aire suspira…

De la nada aparecen personas que hacen la parada al camión, cuyo traqueteo se incrementa a medida que hace presencia, crece y el rugido del motor ya es tal y no ese zumbido como de enjambre de mosquitos dispuestos al ataque.

Por la mañana y por la tarde noche es cuando los pasajeros colman ese destartalado vehículo que pareciera quebrarse en cada bache, sacudiendo el sopor de sus ocupantes, atendiendo a quienes con sus bultos y maletas se acercan a la puerta, esperando pare del todo el conductor para descender y perderse entre el llano, rechinando muelles, metiendo acelerador para no atascarse en algún lodero.me debes cambio

—Ai llegando a los lavaderos me apeo, chofer: me debes cambio de un billete de a diez que te di –se escucha la voz tipluda de una muchacha

—Yo bajo en la esquina de la placita, ya viene cerquita…

—Abran cancha para que dejen bajar,  abran cancha; pásele pa’ atrás, atrás hay tele…

Hora y media, hasta dos horas consume el traslado desde el centro de la ciudad hasta los terregales de la periferia, y viceversa. No cabe un alma extra, y sin embargo muchas cuelgan de los estribos, de la escalerilla, arracimadas en cada ventana, expuestas a que el cansancio afloje sus brazos y caigan sobre las banquetas y aún escuchen las exclamaciones de burla:

—Azotó la res, vámonos: ya cayó la res.

Al fin quedó atrás la terracería, las llantas se adhieren al asfaltó; chiclosas y reumáticas avanzan entre las calles, medio frenan para que más pasajeros intenten colgarse y así llegar al trabajo.

—Esos de atrás, manden sus pasajes, no se hagan güeyes para viajar sin pagar… Pasajes, pasajes…

El zarandeo arrulla,y bien por los que van sentados. Los de a pie se arrullan, el cansancio de la jornada o la desmañanada ayuda y las piernas se aflojan. Algunos han desarrollado esa envidiable capacidad para dormir de pie. Incluso roncan y sacan sonrisas a sus compañeros de viaje.

—Nomás le falta hablar y que nos cuente sus sueños. Quién como él, caray.

—Hasta la baba le escurre al hombre, va perdido e sueño —se escucha una voz femenina.

—Ha de estrañar el calor de su vieja, y orita, si escuchó, se alborota el man…

—Pues ya te encargarás aplacarlo —respinga la de la voz, áspera y retadora.

El siencio impera nuevamente. Sólo el ruido del motor se impone. Algunas testas se balancean sobre los cuellos como de trapo, reblandecidos por la fatiga. El llanto de un bebe saca a la madre del letargo, de entre el brasier extrae el moreno seno y ávido el lactante se prende. La madre se percate de las miradas y con evidente fastidio extiende el cobertor.

—¡No te cuelgues del timbre, chango: anticipa tu parada! Mucha prisa y venías dormidote… Atrás bajan, chof.

—Hagase p’allá, abuelo: me trae de su recargadera: se mancha el don…

—Mándame el cambio chof, no te hagas wey… Todos tenemos nececidá, pero no todos roban… Bien que te haces wey.me debes cambio

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