El sorpresivo viraje de Jack Kerouac

Vivió los años de la Segunda Guerra Mundial y la aparición de los hippies, de quienes buscó distanciarse, pese que ellos hicieron lo contrario
Luis Bugarini Fosse
Luis Bugarini

  1. Kerouac: afición por las contradicciones

Es el mismo Jack Kerouac (1922-1969): el escritor de novelas sonoras por el uso del bop y con secuencias no pocas veces luminosas; el experto en contradecirse y en beber por días sin interrupción; el creador del término beat para bautizar una generación, dicha como un balbuceo casi por error a John Clellon Holmes; el profesional del autostop y entusiasta del budismo zen; el católico renegado que volvió a la religión de su infancia cercano el final de su vida; aquel que muere a los cuarenta y siete años por problemas asociados con el alcohol. Es el autor de En el camino (1957).

Kerouac vivió los años de la Segunda Guerra Mundial y la aparición de los hippies, de quienes buscó distanciarse, pese que ellos hicieron lo contrario. Esto para malestar del autor norteamericano, que en algún momento fue considerado un escritor hippie, aunque él sólo quería viajar, escribir y ser libre en el bosque. Provocador nato, su paso por la literatura en lengua inglesa es un cometa que aún viaja hacia su destino. Es un fenómeno que puede leerse en el firmamento de sus libros, que suelen ser invitaciones a extraer de la vida lo mejor que pueda ofrecernos. Su estilo baila entre la síntesis del haikú y la incapacidad de contener el flujo de las palabras. Prueba de su incontinencia es el rollo del manuscrito original de En el camino, en donde buscó liberarse de la distracción de cambiar la hoja con el uso de un rollo de papel de varios metros de extensión.

Subsiste alrededor de su obra una percepción de zigzagueos entre el desparpajo total, verificable en la mayor parte de su novelística, y un equilibrio tan seguro de sí mismo que incluso esa cualidad lo distanció de sus contemporáneos. Esa oscilación es cierta y lo puede comprobar cualquiera, pero su tentativa literaria fue más alta. Con poca modestia, se comparó con Marcel Proust[1], aunque sus contemporáneos lo acercaron a la estética de Thomas Clayton Wolfe (1900-1938)[2], sólo que en escenarios urbanos y no rurales. Hoy su obra entusiasma a los jóvenes al igual que en la década de los sesenta, aunque una lectura de madurez pasa de largo ante ciertos libros para calibrar la felicidad de títulos menos ásperos a la lectura. Debido a la época hay un Jack Kerouac que se solaza con la descripción de entornos inhóspitos, en los que los jóvenes se destruyen con el consumo de sustancias. Quizá hoy utilizaría fentanilo y sería otra de las almas perdidas de Kensington Avenue, Filadelfia.

Es el mismo Jack Kerouac (1922-1969): el escritor de novelas sonoras por el uso del bop y con secuencias no pocas veces luminosas; el experto en contradecirse y en beber por días sin interrupción
El creador del término beat. Foto: Palumbo CC

Encuentro un contraste entre Maggie Cassidy (1959) y Tristeza (1960), que ayuda a trazar una línea que permite mirar a Kerouac desde dos perspectivas ambivalentes y acaso contrapuestas. La primera novela es una historia colegial de amor adolescente entre Jack Dulouz (el propio Kerouac), y dos chicas de su escuela. Tres adolescentes que no saben cómo reaccionar ante los primeros estímulos de la pasión amorosa y erótica. Es una historia tersa en la que no hay excesos, sino entusiasmo por el deporte, los códigos que impone el amor y la vida misma. No es la novela más leída de Kerouac con seguridad, ya que no tiene consumo de drogas, ni centros nocturnos, ni encuentros sexuales tumultuosos y diversos. Es una novela que gravita sobre la idea del crecimiento y el hallazgo de ese fenómeno que llamamos “arte de vida”.

Tristeza, por su parte, es una crónica novelada de uno de sus viajes a México en la década de los cincuenta, en donde una mexicana provee droga a un colectivo de adictos. El protagonista siente amor por ella y cuando vuelve a los Estados Unidos la recuerda con afecto. El relato es breve y vertiginoso. No hay un tratamiento del lenguaje porque la finalidad es mostrarse temerario y descosido, crudo y áspero. Tristeza maridó con la obra de la misma época de William Burroughs y Allen Ginsberg en su celebración de las drogas como una posibilidad creativa, incluso más aún que En el camino. Aullido se publicó en 1956 y El almuerzo desnudo tres años más tarde. “Sin droga”, parece decir aquella generación, “la vida no vale nada”.

Ahora bien, en Kerouac el hombre es el estilo, que en su caso resultó inimitable pese a que aquí y allá demasiados escritores pensaron que podían acercarse a esa sonoridad del bop, que acaso sea exclusiva de la lengua inglesa. En México, autores reunidos alrededor de la revista El Corno Emplumado (1962-1969), y en Argentina los grupos Opium y Sunda (1963-1969), dedicaron sus energías a darle un acento nacional a la propuesta del autor norteamericano. En ocasiones se lograron páginas desde la parte literaria y artística, y en otras, tan sólo se viajó sin dinero haciendo autostop impulsados por el consumo de drogas y el culto a la pobreza. El movimiento hippie derivó en una bohemia política, por lo común incapaz de hacer una propuesta de valor más allá de pedir el fin de la guerra de Vietnam.

Pero Kerouac fue el individuo de las sensaciones, no un intelectual como sí lo fueron Burroughs y Ginsberg. A él no le cautivaron las ideas: se perdía en ellas. Comienza un ensayo y líneas más adelante comienza el chisporroteo de imágenes. Fue el escritor de las sensaciones, sin sistema, el que observa el movimiento de la hierba y en su cabeza brota una música que sólo él puede escuchar, aunque puede transmutarla a un discurso que hipnótico y apabullante.

Por ejemplo, Kerouac bautiza a la generación beat por “abatida”, y así quedó para miles de personas, pero en 1959 refirió lo siguiente: “[…] fui una tarde a la iglesia de mi infancia […] y, de pronto, con los ojos llenos de lágrimas, tuve una visión de lo que realmente había querido decir con beat mientras escuchaba el silencio sagrado de la iglesia […] la visión de que beat quería decir beatífico…”[3] (¡!). Eso cuando ya miles de jóvenes se habían sentido a resguardo bajo su sombra a causa del abatimiento motivado por el espectáculo de un mundo en ruinas.

Así era Jack Kerouac: discordancias, provocaciones y contrasentidos. En el programa de William F. Buckley Jr., al que fue invitado junto con Ed Sanders y Lewis Yablonsky, Kerouac, notoriamente ebrio, hace una declaración paradójica para distanciarse de los hippies: “Soy católico. Creo en el orden, la ternura y la piedad”[4]. ¿A qué debemos atender? ¿A las palabras o a los hechos?

Es el mismo Jack Kerouac (1922-1969): el escritor de novelas sonoras por el uso del bop y con secuencias no pocas veces luminosas; el experto en contradecirse y en beber por días sin interrupción
Tres ediciones de En el camino en la exposición En el camino hacia Jack Kerouac: La epopeya, de la palabra escrita a la pantalla. Foto Especial Creative Commons
  1. La prosa “espontánea”

La épica de las drogas, que alcanzó momentos de altísima lucidez experimental en autores como Aldous Huxley o Henri Michaux, en los miembros de la Generación Beat se vuelve otra ocasión para buscar el olvido. No emplearon la mescalina o el LSD para abrir las “puertas de la percepción”, sino para encontrar el mejor camino hacia el autoaniquilamiento. A la distancia, no es difícil explicar por qué la vida de Jack Kerouac sucedió como una bengala al cielo. Algunas hipótesis alrededor de su destrucción temprana —Ginsberg vivió setenta años y Burroughs ochenta y tres—, aparecen en el documental What happened to Kerouac? (1986)[5]. La escritora Fran Landesman, por ejemplo, refiere que Kerouac le dijo que toda vez que era católico y no se podía suicidar bebería hasta matarse[6]. Y así, cada uno de los autores invitados, presenta ideas alrededor su paso por el mundo y la literatura. Pero lo cierto es que el misterio permanece: un individuo muestra chispas de genialidad que se apagan conforme el peso de sí mismo lo obliga a dar con el suelo.

Todo en Kerouac es una pistola de burbujas de jabón con imágenes en el interior. Miles de ellas, superpuestas una a la otra, en flotación libre para impedir que la experiencia del estatismo gravitase en la lectura de sus obras. Esta elección, sin embargo, no siempre fue bienvenida. Explica: “[…] los críticos […] me desdeñaron como un vagabundo analfabeto con diarrea verbal”[7]. No es difícil llegar a esa intuición después de dos o tres títulos al hilo. Páginas enteras de su obra son una acuciante carrera por emborronar la imagen anterior para superponer la siguiente, y así en un continuum que no deja nada en el lector como no sea la sensación de un avance permanente.

Eso aunado a las paradójicas contradicciones que uno halla en sus textos. Jack Kerouac, el escritor que defendió como nadie los poderes taumatúrgicos del viaje, concluye: “Viajar no es tan bueno como parece”[8]. Lo que es equivalente a que Albert Camus hubiera dicho al final que la vida sí tenía sentido. ¿Reír o llorar? Y pese a que ya no resulte hipnótico como lo fue en su momento, el estilo de Kerouac se mantiene como una forma insólita de la escritura ejecutada en un estado cercano al trance o “semi-trance”, como él mismo lo llamó. Lo que importa en un autor es la escritura y a decir de Hassan Melehy: “Kerouac insiste en la fuerza de la palabra misma, su materialidad, su autonomía, su movimiento en la carretera, todos los cuales son el flujo que ocurre en la interacción de la mente y la realidad que se convierte en escritura”[9].

Kerouac se tomó algún trabajo para explicar su procedimiento escritural, llamado “prosa espontánea”: “[…] el lenguaje bocetado es un flujo imperturbable que emerge de la mente de ideas-palabras personales y secretas, una respiración (como el fraseo de un músico de jazz) que se ocupa del objeto de las imágenes”[10]. Así que a la manera de un intérprete de la naturaleza, el escritor es el instrumento que insufla en el lenguaje el cúmulo de imágenes renovadas para la colectividad. También hizo apuntes sobre la naturaleza del verdadero escritor y se perfiló como uno de especial significación: “[…] cualquiera puede escribir pero no cualquiera inventa nuevas formas de escritura[11]. Eso dicho de manera implícita sobre sí mismo y el mérito literario de sus obras.

Los subterráneos (1958) funciona como un excelente punto medio entre la candidez de Maggie Cassidy, que puede cansar a varios, y la crudeza de Tristeza. De nuevo, otra pareja sentimental de Kerouac, personificada como Mardou Fox, es el epicentro de la experiencia del protagonista, Leo Percepied. A idas y venidas, los amantes descubren que la felicidad de la poesía y la vida comunitaria es el eje de una existencia con sentido. Esta novela es crucial para hilar fino alrededor de la Generación Beat, ya que numerosos protagonistas aparecen en sus páginas, sólo que con los nombres alterados. Jack Kerouac dedicó su juventud a observar con detalle microscópico. Fue lo que hizo, en esencia. Comprendió que una vez que llegó a sus dominios la habilidad para emplear el lenguaje literario, su tarea era reunir aquella experiencia ganada en secuencias interminables de imágenes sonoras.

Esta afición del lector mexicano por Kerouac está vinculada con su escritura sobre el país. En la mayor parte de sus páginas, México ofrecía un contraste con los Estados Unidos, en el que no había ley y todo podía arreglarse por ser güero y “gringo” con el pago de la cantidad suficiente. La “noche mexicana” les presentó la oportunidad de deambular sin demasiado riesgo y estallar con alcohol a precios muy bajos. Este pueblo sin ley les ofreció la posibilidad de alejarse de los registros de cualquier contacto con la CIA o el FBI. La veneración del lector mexicano por autores que escribieron sobre el país deviene acrítica. Sucede lo mismo con Malcolm Lowry o Graham Greene. No es un fenómeno exclusivo de los escritores beat.

Es el mismo Jack Kerouac (1922-1969): el escritor de novelas sonoras por el uso del bop y con secuencias no pocas veces luminosas; el experto en contradecirse y en beber por días sin interrupción
Ángeles de desolación. Foto: especial.
  1. El viraje católico

A un lado de su abordaje de la relación entre hombre y mujer, Kerouac tiene un registro en el que logra sus mejores páginas: es el viaje a un lugar solitario que desencadena borbotones de imágenes. Esto sucede en dos novelas que podrían ser consideradas un díptico: Big Sur (1962) y Ángeles de la Desolación (1965). En la primera novela, a la que Allen Ginsberg calificó como de “obra monumental”, un personaje que en realidad es Lawrence Ferlinghetti, presta su cabaña en esa población norteamericana a Jack Douloz, que la habita por espacio de semanas. El relato es una honda introspección con apartados líricos y los empastados de imágenes propios de la narrativa de Kerouac. Big Sur es definitiva para perfilar las bases de su estética.

Ángeles de la Desolación, por su parte, es el relato que hizo de su estancia en Pico Desolación (Washington), en donde trabajó como guardabosques por espacio de sesenta y tres días. Más adelante, las reflexiones se complementan con estancias en México, Nueva York, Tánger, París y Londres. Eran dos títulos de su producción que no podían hallarse con facilidad, pero que la editorial Anagrama integró a fecha reciente a su catálogo. Leídos en conjunto revelan el mecanismo narrativo que hace girar su producción literaria: la experiencia es previa a la escritura, siempre que el budismo permita envasarla con ayuda del aliento lírico.

Y es que pese a los esfuerzos de algunas editoriales, como Adriana Hidalgo o la propia Anagrama, muchos de sus títulos carecen de edición reciente o incluso no se han traducido. Doctor Sax (1962) es inencontrable en una edición fiable, lo mismo que Satori en París (1966). Su libro póstumo, The Sea is my Brother, no se publicó en otra lengua, sino hasta el año 2010. Visiones de Cody (1972) se publicó décadas atrás y no tiene edición reciente, así que es patrimonio de coleccionistas. Eso lleva a sospechar que el interés en su obra no se encuentra en su mejor estado de salud. Tal como si fuera la década de los setenta sus títulos se pasan de mano en mano, en ediciones viejas, difíciles de encontrar. Se vuelve necesario leer su obra en su totalidad para calibrarla en su justa dimensión.

La veneración alrededor de En el camino se mantendrá, sólo que la obra de Jack Kerouac es mucho más amplia que tan sólo uno de sus títulos, por más célebre que sea. Su suerte editorial ha sido que lectores devotos, como Jorge García-Robles, e igual así en diferentes países de la lengua española, se arremanguen para hacer traducciones con un mínimo de fidelidad al original. Y no siempre es fácil trasplantarlo de idioma. Hay juegos verbales que se resisten debido a su sonoridad o al uso de jerga de la época. Pablo Gianera, traductor de la primera versión de Big Sur al español, declinó trasvasar el poema que cierra el título, Sea. Lo dejó intacto porque consideró que “la búsqueda de equivalentes en español de las múltiples onomatopeyas que constituyen el núcleo del original en inglés podría convertir la traducción en un texto extremadamente forzado y eventualmente poco fiel a la musicalidad de la escritura de Kerouac”[12].

El “vivir con alegría” que pregonó Kerouac en lo personal no tiene relación con la calidad de su escritura. El procedimiento de la prosa espontánea se agotó pronto, lo mismo que los episodios de su vida susceptibles de ser transformados en palabra escrita. Nadie vive tanto como para convertirse en un manantial interminable de anécdotas. Las aspiraciones proustianas de Kerouac (más a flor de piel de lo que se reconoce), quedaron sembradas en una colección de historias alrededor de sí mismo, tal como lo hizo el autor francés mediante el estilo abrumador de oraciones extendidas e imágenes que suceden en todos los tiempos. Al final, a su modo y con sus herramientas de trabajo, Kerouac inició su propia leyenda en hilos de pensamiento que parecen repetirse, una y otra vez, aunque nunca suenen idéntico.

El viraje hacia el catolicismo de Kerouac al que hice referencia párrafos arriba fue perceptible para sus contemporáneos. Allen Ginsberg lo registró: “Kerouac, durante sus últimos años de vida, fue tachado de reaccionario. Fue muy gracioso el contraste que hubo entre la actitud que tenía de joven y la que adoptó en la edad madura, porque cuando era marinero fue miembro del partido comunista durante un tiempo”[13]. Ginsberg se refería en específico a la vuelta de Kerouac al catolicismo, vía el recuerdo de su infancia, a la que preciaba como una de las mejores etapas de su vida. Ginsberg y Burroughs, por su parte, se mantuvieron en la izquierda que pedía el desarme nuclear y la despenalización de las drogas. Estarían destinados, al final, a un desencuentro.

Pero el dictamen de Ginsberg sobre la obra de Kerouac fue favorable, al menos en los últimos días. Escribió: “Según William Buckley [Jack Kerouac] solo era un borracho. Según el propio Kerouac, todo había sido en vano, todo ceniza […]. Creía ser el mejor escritor en inglés desde Shakespeare. Si me preguntan ustedes, diría que con sus dolencias escribía libros angelicales”[14]. Pese a la mala relación entre Ginsberg y Kerouac, el dictamen del escritor norteamericano fue amistoso. Escribir “libros angelicales” está más allá de lo que puede anhelar cualquier escritor.

La literatura es un sistema de valoraciones que se mueve con los siglos. Los jóvenes de aquella época se entusiasmaron con un grupo de escritores y artistas que improvisaron soluciones para la atención a problemas de su día a día. Esas soluciones cobraron notoriedad porque nadie más se arriesgó a ofrecer otras. Los tiempos cambiaron y ya puede hacerse una lectura pausada de aquellas propuestas. Jack Kerouac sobrevivirá en sus páginas de aliento interminable, ya que contar se mantiene como una actividad esencial del individuo. Como contrapartida, escuchar una historia puede cambiar el sentido de una vida. Me sucedió con sus obras, a las que vuelvo con gesto interrogante. Me detengo en párrafos. ¿Qué quiso decir aquí? Y la pregunta que nadie puede contestar: ¿Hacia dónde habría dirigido sus pasos, en caso de llegar a más edad?

[1] “Mi obra comprende un vasto libro semejante al de Proust, excepto por el hecho de que mis recuerdos están escritos sobre la marcha, y no, mucho después, en un lecho de enfermo”. En Kerouac, Jack. Big Sur. Argentina: Adriana Hidalgo, 2010. p. 6.

[2] No confundir con Tom Wolfe.

[3] Kerouac, Jack. La filosofía de la Generación Beat y otros escritos. Argentina, Caja Negra Editora, 2017. p. 82.

[4] Ver https://www.youtube.com/watch?v=BYgv7ur8ipg

[5] Ver https://www.youtube.com/watch?v=ILkJp6LpbKI

[6] Ibídem.

[7] Kerouac, Jack. Op. cit. p. 201.

[8] Kerouac, Jack. Op. cit. p. 186.

[9] Melehy, Hassan. Kerouac. Language, Poetics, and Territory. New York: Bloomsbury Publishing Inc., 2016. p. 109.

[10] Kerouac, Jack. Op. cit. p. 87. Énfasis del original.

[11] Kerouac, Jack. Op. cit. p. 99. Énfasis añadido.

[12] Kerouac, Jack. Big Sur. Argentina: Adriana Hidalgo, 2010. p. 5.

[13] Ginsberg, Allen. Las mejores mentes de mi generación. Historia literaria de la Generación Beat. Barcelona: Anagrama, 2021. p. 161.

[14] Ginsberg, Allen. Op. cit. p. 66.

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