El trasfondo de la debilidad es muy amplio… y a veces no imaginado.
Concretamente en el lenguaje débil, caracterizado por la dubitación y falta de contundencia, subyace un sentido pertinaz de agradar, de mostrarse más agradable y buscar empatizar más que presentar la información como concluyente.
Reducir la fuerza del discurso, transformarlo en una opinión o declaración cargada de dudas, generalmente se atribuye a las mujeres y a grupos de poca representatividad. Aunque el consejo generalizado en el ámbito corporativo es expresarse con mayor determinación y fuerza, pocos saben lo que la debilidad puede crear.
“Creo que…”, “¿estás de acuerdo?” o similares pueden generar empatía y mayor participación en los grupos de trabajo. Responden al liderazgo empático más que al determinista o coercitivo. Se emplean para infundir apoyo, propiciar mandos horizontales y catapultar la participación en lugar de ser deterministas.
Debilidad: máscara y arma
El lenguaje débil es muy útil para mostrarnos poco amenazantes y generar nuestra permanencia en grupos sumamente acotados. También permite que nos involucremos en distintos ámbitos sin que nos perciban como amenazantes o peligrosos.
¿Es el lenguaje de las mujeres? Si. Es una arma de defensa cuando no queremos estar bajo los reflectores, cuando resulta insustancial imponer puntos de vista o existe desinterés en alguna acción concreta.
En general, es el tipo de lenguaje empleado para no generar distopías o fricciones. Es una máscara eficaz para agradar.
¿Inadmisible en el ámbito corporativo? No siempre. Muchas veces los grandes cambios radican en la destreza para inculcar suavemente una nueva manera de pensar o enfocar un asunto. Resultan cruciales para propiciar cambios sin fracasar en el intento. También ese lenguaje débil resulta importante para evitar confrontaciones o ataques.
Las mujeres solemos usar ese lenguaje. Incluso muchas veces solemos ladear un poco la cabeza y sonreír. Es la manera que tenemos de mostrarnos convencionalmente al mundo. Sabemos que las “sabelotodas” no cazan, así que muchas veces cedemos el crédito a otros.
¿La recompensa? Inducir una nueva perspectiva sin que se desdeñe a priori por ser “nuestra idea”. No importa dar el crédito y visibilidad a otro. A veces al perder se gana.
Sí, eso lo sabemos los grupos subrepresentados en una sociedad que nos discrimina por múltiples factores: sexo, edad, credo, orígenes, grados académicos, color de piel e, incluso, enfermedad.
En México, todos, en algún momento, fuimos desdeñados por alguna característica intrínseca. Todos sabemos que a veces, por cualquier razón, podemos ser segregados, ignorados o incluso humillados.
Por eso es conveniente emplear las triquiñuelas de la debilidad. Es un audaz grito de “No me ataques por favor. No soy una amenaza. Soy alguien sin poder ni contundencia”.
Si. El lenguaje débil es defensa, pero también una manera fidedigna de introducirnos a diversos grupos, generar empatía y lograr transformaciones. Y el lenguaje débil, debo decirlo, también es una forma de acompañar, consolar y propiciar la participación.