Con La soledad en tres actos (Alfaguara, 2023), Gisela leal (Monterrey, 1987) publicó, la que es hasta el momento, la novela de su vida. Al solitario universo que alberga su trabajo cruzado por una infinidad de temas, referencias y puntos de vista; la autora, de El club de los abandonados, El maravilloso y trágico arte de morir de amor y Oda a la soledad, integra en La soledad en tres actos una capa de profundidad con la introducción de una mirada inédita en su obra: la inspección de un futuro distópico no muy alejado de nuestra época.
La literatura es, para la escritora, sobre todo un territorio que refleja la idiosincrasia respecto a ideologías, comportamientos y maneras de ser tanto individuales como sociales que son comunes entre los países que configuran Latinoamérica. La obra de la mexicana se preocupa por responder dos preguntas claves: ¿qué es esto que vemos?, y ¿qué se supone que hacemos aquí?
¿Cómo nació La Soledad en tres actos?
Nació de la necesidad de darle una voz a las muchas y variadas ansiedades que me parece vivimos día a día. Llevados de la mano por un narrador omnipresente, que siempre tiene muchas opiniones que dar respecto a todo, en esta historia conocemos a personajes que viven situaciones que son el común denominador en los tiempos que vivimos: la soledad, la falta de pertenencia, la corrupción del hombre a partir del poder, las consecuencias que tiene en nuestra salud —física y mental— la desconexión que tenemos con la naturaleza, la incertidumbre de vivir en un mundo regido por tecnologías de las cuales desconocemos su alcance.
Parece que es una obra anacrónica…
Claro. Se abordan varios temas que resultarían vigentes hoy y en cualquier otra época, como las familias rotas y cómo estas nos pueden marcar para siempre; la infancia y el complejo proceso de conocerse a sí mismo; la adultez y cómo siempre nos llega antes de que sepamos cómo se come o qué se supone que debemos de hacer con ella; la decepción, el miedo y, sobre todo, esta batalla interna que enfrentamos todos los días entre el bien y el mal que habita en nosotros; entre nuestro desear ser las mejores versiones de nosotros mismos y el encontrarnos con todos los retos que se nos presentan en el camino para lograrlo.
La intención de esta novela es que el lector se identifique con las historias que aquí se cuentan y, al hacerlo, se sienta un poquito menos solo en el retador juego de vivir.
Al leer La soledad en tres actos surgen muchas preguntas, ¿Cuándo se desarrolla la historia? ¿Dónde? Hay enfermedades modernas ¿Estamos una obra de una especie de ficción especulativa?
Mientras trabajaba en la novela consideré que en estas idas al futuro que vemos en la vida de Antonia, habría algo de futuro distópico; no un futuro muy alejado, pero tampoco uno que nos alcanzaría tan rápido. Terminé de escribir la novela en verano de dos mil veinte; después de dos años de edición, lo que más me sorprendió y al mismo tiempo me causó gracia, fue que eso que yo ilusamente consideraba futuro distópico no lo era en lo absoluto, porque todo eso estaba pasando allí mismo. Por ejemplo, notarás que la enfermedad de Antonia, el ERPOG, aparece en las primeras páginas; eso fue escrito antes de pandemia, ¡ocho meses después llegó la COVID!
Dicho esto, a esta novela, antes que ficción especulativa, la llamaría ficción virtual, tomando la primera acepción de la RAE para el término virtual: que es muy posible que se alcance o realice porque reúne las características precisas.
Actualmente hay un gran número de escritores (Marcelo Cohen, Rita Indiana, Alberto Chimal, Samanta Schweblin, Edmundo Paz, Juan Cárdenas, Fernanda Trías, Verónica Gerber) latinoamericanos que fabulan de manera especulativa, —a veces desde el absurdo— para intervenir en las discusiones actuales sobre identidad, memoria o el tema del uso de la tecnología. Todos ellos con intenciones políticas. ¿En Latinoamérica la especulación y la fabulación de futuros alternativos se volvió una herramienta para poner sobre la mesa todo aquello que preocupa a los jóvenes?
Me imagino que siempre ha sido así, sólo que cada generación lo vive de manera distinta: el mundo que se nos presenta nos parece algo enloquecido, con avances y descubrimientos que nos hacen sentir vértigo, que estamos al borde del abismo, porque el mundo tal cual lo conocíamos, deja de serlo. ¿Qué más amenazante o disruptivo que la Inteligencia Artificial? Hoy se trata de eso, pero antes fue el internet, y antes de eso la clonación, y antes de eso la bomba atómica, y antes de eso… Esto sólo me hace confirmar que la realidad siempre supera la ficción, esto me encanta porque me hace estar constantemente fascinada y profundamente intrigada de ver qué es lo que sigue en la historia más interesante de todas, la de la vida. Cuando apenas pensábamos que, después de la novela de ciencia ficción que vivimos durante la pandemia, tendríamos un momento de paz, de normalidad (si acaso ese término aún es vigente), llega Putin, llega ChatGPT, llega un calor infernal que -por fin- se vuelve un tema político… tenemos que aceptar que la capacidad creativa de quien maneje los hilos de nuestra existencia es simplemente brillante.
¿La incomodidad con el presente es un común denominador entre una buena parte de los escritores contemporáneos?
Dudo que este malestar se presente sólo en una buena parte de los escritores; diría más bien que es en la sociedad en general. Una de las funciones del arte, creo, es la de reflejar el sentimiento común de los tiempos que corren. Deduzco que, si estamos viendo incomodidad con el presente en libros, películas, series y demás obras artísticas contemporáneas, es porque este es el estado más presente entre todos.
Finalmente, Gisela, hay dos preguntas que te haces dentro de la obra ¿Por qué no aprendemos los humanos? Y ¿Existe un mensaje de esperanza dentro de tu obra? ¿Cuál sería?
Creo que no es tanto que no aprendamos como humanos, sino que no aprendemos como civilización. La lógica de esto, creo, podría ser que uno no aprende en cabeza ajena, y por eso es necesario volver a cometer los mismos errores que cometieron las generaciones anteriores a la nuestra y, a partir de eso, evolucionar. Desgraciadamente, cuando por fin lo hacemos de manera individual, seguramente ya estamos al final de nuestros días y otra generación ya tiene el control, y así se va perpetuando el ciclo ad infinitum.
No sé si hay un mensaje de esperanza entre estas páginas, lo que sí sé es que intenta recordar que podemos dejar de repetir patrones cuando nos hacemos conscientes, cuando identificamos que estamos actuando como seres autómatas que no se cuestionan por qué hacen lo que hacen; cuando estamos presentes y vivos, con todos nuestros sentidos despiertos, que para eso nos los dieron.