En tiempos en que Neil Young ha inaugurado la modalidad de desertar de Spotify con todo su repertorio en repudio a la difusión de campañas contra la vacunación, emulado ya por algunos de sus contemporáneos como Peter Frampton y Barry Manilow, hay que recordar de aquel célebre músico una rolota que marcó el fin de los años 80, “Rockin’ in the Free World” (1989), himno cuyos estribillos, sólo los estribillos, venían como mandados a hacer para el derrumbe del comunismo en curso entonces, si bien se trata de una mirada sarcástica al “mundo libre” estadunidense, como pasó en su momento con “Born in the USA” de Bruce Springsteen y “With God on Our Side” de Bob Dylan. Hay otras piezas, sí, alusivas al colapso y sus efectos: “Winds of Change” de Scorpions y “Anya” de Deep Purple. Y de hecho hubo un concierto organizado ya en los 90 a propósito de la caída del Muro de Berlín, con “The Wall” de Pink Floyd como emblema, aunque esa canción poco tiene que ver con el acontecimiento que marcó el fin de la guerra fría.
Esa década de los 80 fue decisiva en el curso de la polarización del mundo. El gran llamado de atención, después de la carrera espacial y la crisis de los misiles, fue el accidente de la planta nuclear de Chernóbil, en Ucrania, en 1986, año en que el líder soviético Mijaíl Gorbachov (1931-2022) preparaba ya la publicación de su libro titulado Perestroika, a propósito de su reforma económica. El volumen fue lanzado simultáneamente en la URSS y Estados Unidos y era la respuesta del dirigente a una petición que hicieron editores gringos para definir en un lenguaje accesible, para el ciudadano común, el verdadero significado de su nueva política de apertura y democratización.
Si bien la voz rusa “perestroika” significa literalmente “renovación”, “reestructuración” y “reapertura”, el líder del Kremlin prefería “revolución”, pues consideraba que los preceptos de la transformación vivida desde 1917, con el ascenso de los bolcheviques al poder, se habían anquilosado, además de que no se ahorró señalamientos por errores del pasado y críticas a sus antecesores, fuera a Stalin por su “arbitrariedad política”, fuera a Brezhnev por el “estancamiento económico”.
Ya ese programa incluía las transformaciones de fondo que iban a derivar en el derrumbe del muro, como la salida de tropas de Afganistán, el retiro militar del Pacto de Varsovia y un afán por poner delante de todo la búsqueda de la paz, siempre pensando que esos cambios, apuntalados con la otra gran reforma, la glásnost (transparencia, apertura política), más que acabar con el socialismo lo iban a redimensionar para salir fortalecido.
A la luz del enfrentamiento entre esos dos sistemas dominantes en que se dividió el mundo, el socialismo y el capitalismo, un economista estadunidense de origen canadiense, John Kenneth Galbraith, estudioso de fenómenos como el Crack del 29, dice a propósito de la génesis de su obra capital La sociedad opulenta: “Entonces fue en el otoño de 1957 cuando los soviéticos lanzaron el primer sputnik (satélite artificial). Ninguna acción fue tan admirablemente oportuna. Si hubiese sido más joven y mis opiniones políticas menos formadas, me habría visto llevado por la gratitud y encontrado un lugar de eterno descanso en el muro del Kremlin. Supe que mi libro daba en el blanco. Una sociedad enormemente menos productiva había alcanzado un éxito sorprendente y, podía decirse, muy alarmante. No podía ser debido a que tuviesen más riqueza: más autos, más gasolina, alimentos más elegantemente envasados o algo que se pudiese comparar en materia de depilatorios o desodorantes. Sin duda empleaban sus mucho más escasos recursos de una forma más intencionada”.
Por eso creía Galbraith que había dado en el blanco y si bien la única postura aceptable de un autor, decía, es la de aparentar modestia, así como el más profundo pesimismo sobre la capacidad del público para apreciar su obra, después del primer sputnik sólo pudo mantener esa actitud con mucho esfuerzo, pues en realidad esperaba que La sociedad opulenta fuera un éxito de importancia. De hecho, cuenta que apostó con su editor y ganó una cena en la que abundó el alcohol, cuando el volumen se convirtió en un best-seller. El embate de la sociedad de masas y los grandes medios en la aldea global, para usar el término de Marshall McLuhan, vino a ahondar las divisiones entre las miradas socialista y capitalista que no pasaban por alto en otros entornos, como el del análisis de los propios medios en los años 70, con eso que Umberto Eco llamaba “apocalípticos” e “integrados”. Dice McLuhan: “Los antaño intelectuales críticos de los medios de comunicación social han terminado exaltándolos, dando así razón a la tesis de que, puesto que estos medios crean un ambiente total y englobador, oponerse a ellos es tan inútil como oponerse a la existencia de aire en la atmósfera”.
(Recordé esta tesis cuando visité en 2014 varias ciudades chinas, invitado por la embajada a un encuentro de periodistas latinoamericanos sobre la izquierda en nuestros países: estaba entonces un Mundial de futbol y la televisión china, controlada por supuesto por el gobierno, como todo, tenía un canal exclusivo para transmitir los partidos y todo alrededor de la justa, con chicas presentadoras en minifaldas, como puede verse en cualquier canal occidental, tipo Fox Sports o ESPN, sin que nadie pusiera el grito en el cielo, como sí pasa en nuestros países con evangelizadores anquilosados en la prehistoria.)
Ignoro si los “evangelizados” por el teórico neoliberal Friedrich Hayek, usando el término de Galbraith, creen haber ganado la carrera del capitalismo con el socialismo tras el derrumbe de la Unión Soviética, a la luz de la depredación, la pobreza, la corrupción y la inestabilidad que golpea al mundo, con una minoría cada vez más rica y mayorías cada vez más depauperadas. Pero es un hecho que el capitalismo, con el neoliberalismo como bandera, es el sistema predominante en un mundo cada vez más convulso, que parece no aprender de su historia, como puede percibirse estos días de guerra en las fronteras de Rusia, con intercambio de baladronadas entre Vladímir Putin y Joe Biden, al más puro estilo de la guerra fría, y con un jugador clave que sacó sus fichas y eligió bando: China está con Rusia.
Ese “mundo libre” derivado del colapso soviético fue la arena en la que el Gorbachov pasó a retiro, no sin antes haber librado auténticas batallas de dimensiones homéricas como arreglárselas con la nomenklatura, sobrevivir (gracias al apoyo decidido de Boris Yeltsin) a un secuestro y golpe de Estado de algunos días y salir vivo de su confrontación con otros pesos completos de la época, como Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Casi nada.
Auténtico rock star de la política internacional, ayer a su muerte, a los 91 años, Gorbachov recibió un reconocimiento unánime de los liderazgos políticos de todos los puntos, aun de las huestes de quienes fueron sus enemigos en la década de los 80, sin dejar de mencionar que llegó a aparecer en una película de Win Wenders y, el colmo, en un célebre anuncio de hamburguesas, además de haber cantado. En su retiro, Gorby se tomó en serio el estribillo aquel de Neil Young, rocanroleando en el “mundo libre”.
Mañana: Gorbachov, perestroika y tripolaridad
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Mikhail Gorbachev was a one-of-a kind statesman who changed the course of history.
The world has lost a towering global leader, committed multilateralist, and tireless advocate for peace.
I’m deeply saddened by his passing. pic.twitter.com/giu2RHSjrQ
— António Guterres (@antonioguterres) August 30, 2022