Luis Bugarini

La resurrección de Metallica

El disco iba firmado por una banda que se ligaría a mi vida por siempre: Metallica. Aquello era «Master of Puppets»

Era 1986 y yo tenía ocho años. No olvidaré la tarde de aquel cuatro de junio. Era mi cumpleaños y le pedí a mis padres un disco de regalo. No sabría cuál compraría. Iba nervioso en el camino. Llevé mi madre a la tienda Aurrera de Calzada de Tlalpan en el metro Nativitas y en un paseo por los anaqueles encontré un disco que llamó fatalmente mi atención. En la portada podía verse un cementerio de cruces simétricas, en tonalidades púrpura y esas cruces estaban atadas a cordeles que subían al cielo. Aún ignoro lo que significa la imagen, pero el disco iba firmado por una banda que se ligaría a mi vida por siempre: Metallica. Aquello era Master of Puppets (1986) y era la entrega más reciente de la banda.

Master of Puppets, es considerado por muchos músicos y periodistas de rock como el disco mejor producido y más metalero de la banda
Master of Puppets es considerado por muchos músicos y periodistas de rock como el disco mejor producido y más metalero de la banda

Al igual que muchos de mi generación ese nombre se volvería icónico. Los discos que median entre Kill ‘Em All (1983) y Metallica (1991) se volverían un código compartido de emociones salpicadas para quienes reconocían la importancia de la velocidad en el metal y cierta dosis de inconformidad con el mundo. Luego vendría una larga noche de discos en los que la banda intentó conciliar sus viejas raíces de trash con las necesidades del mercado musical, y el resultado jamás fue el afortunado. Escuchamos baladas, leímos reflexión en las letras y se mostró un viraje en la actitud en lo político. Muchos desertaron de aquella Metallica, que parecía que se había entregado por completo a su necesidad de sobrevivir en medio de una de las industrias más complejas del capitalismo. Pocos perdonaron aquel viraje y la banda, durante décadas, quedó como un ejemplo de lo que no debía hacerse.

Fui uno de esos desertores por años. Así que cada vez que sacaban un disco, lo escuchaba anhelante a la espera de un instante, una canción que fuese una posibilidad de encarar el presente, aunque desde las viejas raíces. Nada, siempre la misma secuencia de canciones dulzonas y apagadas. La mayoría de las veces, decepcionado, abría la gaveta de los discos y volvía a Ride the lightning (1984) o a And Justice for All (1988). Sé que este sentir es general, al menos entre los individuos de mi generación, porque se dejó de sentir cualquier forma de emoción con los nuevos discos ─que por suerte nunca fueron demasiados. El pasado se volvió un refugio y esto siempre fue una paradoja porque bandas como Slayer, Megadeth, AC/DC o Anthrax, con una carrera semejante a la Metallica, se mantuvieron en sus raíces, entregando discos cada vez más rápidos y técnicos en la composición. Esa historia no podía quedar así.

Por suerte, 72 Seasons, el nuevo disco de Metallica, es una sorpresa mayor (2023). Es una composición armónica en la que no falta el buen metal y también pueden escucharse canciones para temperamentos menos prendidos. El menú de casi ochenta minutos es balanceado y despertará el entusiasmo de quienes se olvidaron de la banda. De manera arrolladora, el sonido de la vieja Metallica volvió desde ultratumba para instalarse en un punto de inflexión en el que hay satisfacciones para la mayoría de sus seguidores. Los riffs son moderados, pero nunca faltan. Ya no sucede la electrificación de los oyentes, como antaño, pero lo cierto es que aquella vieja audiencia de los ochenta ya envejeció. La oscilación permanente entre el viejo trash de la bahía de San Francisco, en este caso, marida con la necesidad de figurar en las listas de los discos más escuchados. Lo lograron.

Por lo demás, hoy por hoy, el negocio musical es diferente por completo al de la década de los ochenta. Ahora las plataformas de streaming enseñorean el negocio y la popularidad se resuelve en asuntos estadísticos. Las cifras son las grandes pitonisas que cantan a la vista de todos, la sobrevivencia en el medio musical. Como pocas bandas de su género, Metallica ha logrado adaptarse no sólo en lo musical a lo nuevo, sino también por lo que hace a los mecanismos de llegar a los receptores de la música. No olvidemos la controversia que sostuvieron en su momento en contra de Napster. De la misma forma, mantienen casi la alineación original y eso es un mérito en el que, claro, interviene el azar, pero subraya la seriedad con la que asumen su rol musical en un medio cambiante. Esto es infrecuente y sólo los más grandes logran esta victoria.

Escuché 72 Seasons sopesando cada modulación rítmica, cada intervención de la guitarra o el bajo. Lo escuché sin interrupciones, como quien acude a una conversación con un personaje de altos vuelos. El resultado es un viaje al pasado y una promesa de futuro. Gracias a Metallica. Me restituyeron la confianza en que es posible rescatar parte de tu identidad, incluso por encima de las exigencias de la industria musical. El mago Greg Fidelman (1965) llevó a cabo la producción, quien ya había trabajado con la banda, y el resultado es de primer nivel. Con cada vez menos motivos para el entusiasmo, este disco de Metallica los reinstala en el centro de nuestros afectos, a la par que nos devuelve la confianza en el ser humano. No me parece poco mérito.

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