Somos seres de contrastes, a momentos luminosos, a veces oscuros. Nada me reveló de manera tan rotunda la experiencia de los opuestos como la maternidad, este andar irreversible que si bien, en mi caso, respondió a una elección no deja de abastecer día a día e incansablemente los opuestos, los matices, los contrarios: la alegría más sublime se sucede de una frustración desgarradora o de una culpa agitada que a través de los años parece infatigable.
Por fortuna, las obras literarias a propósito del tema hoy son vastas, la voz de lo que supone la crianza tanto en su condición consciente como en el dolor atroz de la renuncia ha hallado en la literatura un espacio catártico para lectoras/es gracias a escritoras que a lo largo de los años se han atrevido a desmitificar la falaz, inverosímil e inmaculada versión de lo que me gusta nombrar maternidad algodón de azúcar.
Este es el caso de La orfandad de las semillas, novela de mi querida Lourdes Meraz, amiga, colega y escritora a quien agradezco me haya permitido participar del proceso previo a la publicación de una obra capaz de permanecer en la memoria. Ahora que tengo el libro en manos, me alegro porque fui testigo del largo recorrido para que hoy exista como encuentro.
El personaje protagónico es Mariana, una mujer de 33 años que parece poseedora de una vida ideal, nada le falta, ¿nada? Tal vez sí, sólo ser madre. Su matrimonio palpita, corresponde, sonríe tan franco que la necesidad de maternidad aparece de forma consecuente:
“Quiero crecer, Román. Quiero extenderme. Desdoblarme. […] Desde hace un tiempo tengo la sensación de que estoy lista. No es algo que pueda razonar. Es algo que simplemente sé. Que en cualquier momento puedo entregar uno de mis frutos. Que puedo formar y resarcir mi tribu contigo.”
La maternidad elegida comienza con un pensamiento, un destello luminoso, el instante en que una pulsión late fuerte y resuena como indicio de fertilidad. No obstante, aquello que parece natural, casi obligado, no siempre lo es. Ser mujer no implica, en todos los casos, la posibilidad de concebir.
Contrario a la supuesta naturaleza femenina y más allá de la histórica normalización social de nuestros usos y motivos corporales, hay mujeres para quienes, como Mariana, no basta con desear expandirse para procrear.
¿Qué acontece cuando después de intentarlo de múltiples formas cada mes la sangre revela la imposibilidad corporal? ¿Cómo se puede ser siempre sonrisa? ¿Cómo debe un cuerpo como el de Mariana y el de muchas otras, ser reloj, orden, claridad, disposición?
La orfandad de las semillas recuerda el momento previo a la concepción, lo que ahora entiendo como el verdadero origen de la gestación: la mental, la emocional, el recorrido interno por el que se transita con una certeza extraordinaria de que cada minúscula parte del cuerpo está preparado para acoger la vida, ser la vida, dar vida:
“Yo quiero ser tu lugar de partida. Quiero darte el tiempo. Sé que puedo hacerlo. Quiero darte el espacio de mi cuerpo y después el de mis brazos. El de mis años.”
Pero, lamentablemente, “Dios no cumple antojos ni endereza jorobados”, afirma la filosofía popular. Así, el anhelo de la maternidad convierte la vida perfecta de Mariana en un andar cuesta arriba donde la imposibilidad desmorona su universo. Paralelo, el de Román vuelve al pasado personal, se desgasta ante la vorágine de exigencias de su esposa que le impiden, incluso, beber una cerveza:
“No entendía muy bien cómo ordenarle a los espermatozoides que estuvieran en el lugar y el momento adecuados. Tal vez una cerveza le ayudara a entender. Pero interrumpir a Mariana para ir a la cocina por una cerveza sería imprudente, y si se comportaba imprudente podría parecer que le valía madres, entonces nada de todo ese conteo de días sangrientos tendría sentido, y luego había que elegir las palabras con pinzas para cuando Mariana se pusiera a luchar consigo misma para que no se le salieran las lágrimas, y luego tener que andar evadiendo sus hostilidades por la tarde.”
Cuando la primera palpitación de aquel pensamiento maternal se concreta en la palabra “Positivo”, sin duda, todo se ilumina. Y otra etapa de experiencias inexplicables comienza en la mente, el cuerpo y las emociones de una mujer.
Sin embargo, esto no ocurre en la corporalidad de Mariana, a pesar de los conteos, los resultados de laboratorio bajo parámetros normales, de la rigurosa atención al momento preciso para recibir la semilla, nada ocurre. De cara a esa especie de castigo inexorable, tanto para nuestra protagonista como para algunas páginas del libro, los grises emergen, la oscuridad aparece para visibilizar el derrumbe:
En este punto conviene señalar que La orfandad de las semillas va más allá de una novela que sólo se limita a narrar las dificultades de una mujer para embarazarse, se trata de la vorágine de pensamientos que configuran una de las experiencias más rotundas de la maternidad. A la par permite apreciar los diversos rostros del sueño, probablemente el más convencional de algunas mujeres y parejas.
El texto muestra las rutas para encarar el problema, el dolor, la ausencia, la imposibilidad, la confrontación humana frente a su propia naturaleza. No hay duda de que Lourdes Meraz documentó con absoluta precisión procesos fisiológicos, científicos y psicológicos para regalarnos una historia cuya identidad es la lucha de contrastes, el mundo interior detallado en otras formas de transitar las sombras y aferrarse, por todos los medios de los que alguien es capaz, a la luz.
Por último, conviene mencionar el cuidado de la edición, la muy lograda imagen de portada que se vuelve metáfora de la historia y configura la representación visual de aquello que mencioné líneas arriba. La invitación queda abierta, tanto para la lectura como para el diálogo con la escritora que se llevará a cabo el 25 de enero a las 19 horas, en La Casa del Poeta en CdMx. ¡No se lo pierdan!
De manera sencilla el libro se adquiere en: http://laorfandaddelassemillas.com/
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