Monica Ramírez Cano

¿Merece la pena salvar el alma del peor criminal?

A través del Strap un preso logra reconciliarse con todo aquello que le atormenta para perdonarse a sí mismo y, lo más importante, evitar que reincida al ser liberado

¿Se puede rescatar un alma perdida? ¿A un ser humano? ¿Merece la pena? Pareciera que la respuesta inmediata es “no”, así, sin misterio. Punto. Pero la verdad es que cuando se vive un proceso mediante el cual se rescatan las almas de seres humanos, quienes han tomado decisiones equivocadas y han causado profundas heridas en los miembros de la sociedad con sus delitos, el cielo cambia de color, la esperanza nos invade y restauramos la confianza extraviada en el ayer, aquella que quedó inmersa en los “si tan sólo…” que abundan hoy en día, sobre todo cuando se trata de seguridad pública, de delitos, de crímenes que a veces nos son difíciles de comprender y de la atención correspondiente y justa a las víctimas de la delincuencia.

Escribe una querida y respetada amiga mía en su libro recién publicado “Corazones de Papel: el relato de mi secuestro”, que puede ser muy fácil cuando se ha padecido en la infancia maltrato severo de cualquier tipo, que las personas guarden tanto sufrimiento, tanto dolor, rencor, que les lleve a identificarse con su verdugo y lastimen más tarde en su vida a los demás (Cervantes, Irma: 2022).

Criminológicamente hablando claro que sucede, sin embargo, esto no es una regla ya que hay adultos que fueron objeto de abusos severos en su infancia o personas comunes que atravesaron por alguna situación traumática y no se convirtieron en agresores ni en criminales. No obstante, en mi carrera profesional, algunos de los delincuentes que he entrevistado describen historias infantiles sumamente trágicas, tras las que justifican la comisión de sus delitos y se instalan en una posición de víctimas de la que muy pocos logran moverse. Otros, simplemente lo hacen porque así lo aprendieron y algunos más, porque así lo quisieron.

Al reflexionar al respecto, siempre llego a la misma conclusión, la clave está en la capacidad de “elección” en las “decisiones” que tomamos y los recursos psicológicos y respuestas emocionales que vamos adquiriendo, desarrollando y fortaleciendo a lo largo de nuestro desarrollo para enfrentar las adversidades de la vida y no desviarnos hacia la vía de las envidias, de los sentimientos negativos de derrota y desprecio que nos carcomen el corazón, hacia la vía del narcisismo[1], la psicopatía[2], la antisocialidad[3] y de la ilegalidad.

alma
Jorge Correa, padre del teatro penitenciario

Las almas pueden perder su camino por diversas razones y hacia distintos destinos, pero la que nos ocupa en este relato es aquella que extravió su rumbo y tomó una dirección equivocada hacia la vía del delito, esa que se encuentra inmersa en la comisión sistemática y crónica de conductas que transgreden la ley, y con ello, causan una profunda herida en la sociedad.

Reparar este daño es a veces, si no difícil, imposible, ya que la víctima termina por vivir en un estado de “supervivencia”, se adapta al dolor y convive con él sin realmente poder sanar y superar el daño del que ha sido objeto (Cervantes, Irma: 2022). Hay hechos que te marcan de por vida, que no se superan, pero sí podemos sanar las heridas aunque nos dejen terribles cicatrices y continuar.

Es entendible que para la sociedad sea en ocasiones difícil comprender por qué existimos personas que trabajamos con aquellos que delinquen, se asume que quien comete un crimen es una persona que debe estar encerrada, debe recibir el peor de los castigos y si se puede quedar privada de su libertad de por vida, qué mejor.

Pero nos olvidamos de que ellos son seres humanos que tomaron decisiones equivocadas, que tienen una historia detrás, a veces sumamente trágica ya que muchos también fueron víctimas primero para convertirse en criminales después. No obstante, esto no les da derecho a lastimar a los demás, no hay ni habrá historia previa que justifique la comisión de un acto delictivo y no es lo que pretendo al compartirles este texto; sin embargo, creo que conocer esas historias y trabajar con personas privadas de la libertad nos contextualizará sobre lo acontecido, con la finalidad de entender, identificar y prevenir.

Intentar rescatar un alma, un hombre, una mujer para que no se convierta en delincuente o ya cuando lo es, puede intentarse desde diversas trincheras. En mi caso, realizar perfiles criminológicos a personas que ya tomaron la decisión de delinquir y para quienes pareciera que no hay marcha atrás, me ha permitido identificar factores, situaciones por las que éstas atravesaron a lo largo de sus vidas y que les llevaron a elegir cometer un crimen.

Conocer estos factores, estas situaciones, me ha concedido compilarlas en distintos instrumentos que he hecho llegar a las personas que trabajan en prevención, con la finalidad de que realicen alguna suerte de intervención temprana si se topan con ellas, en los menores y adolescentes a su cargo en distintos contextos. Hay gente que lo hace desde la parte religiosa, desde la espiritualidad, el deporte, la educación, el trabajo digno, etcétera. Yo he elegido hacerlo desde el lugar de la salud mental.

Jorge Correa, padre del teatro penitenciario
Jorge Correa, padre del teatro penitenciario

En uno de estos días y tras la pesada jornada laboral, conversábamos al interior de mi equipo de trabajo sobre opciones de intervención preventiva y asistencial para las personas privadas de la libertad, que dejaran de ser una simple terapia ocupacional. Buscábamos algo que verdaderamente detonara un cambio en su interior y cuya experiencia fuera determinante en el transcurso del cumplimiento de sus sentencias. Al final del día la Constitución y las leyes en materia de reinserción social son claras: prevenir para evitar la reincidencia.

Así, nos decantamos por las artes escénicas y para ello nuestro interés se centró en solicitar, porque quién mejor, la presencia del Mtro. Jorge Correa (Papá George) y de la Mtra. Rosa Julia Leyva (Mamá Goris), su esposa, para que nos dieran un taller de teatro bajo la metodología Strap desarrollada por Jorge (Sistema Teatral de Readaptación Social y Asistencia Preventiva), en un periodo de dos semanas, cuando lo mínimo que se requiere son tres meses.

Después de negociar con las autoridades, de quienes recibimos siempre todo el apoyo, logramos agendar dos semanas de trabajo con Jorge Correa, condecorado por la Unesco como patrimonio por ser el iniciador del teatro penitenciario en México, y Rosa Julia, ambos tienen años aplicando Strap al interior de los centros de reclusión de todo el país.

En estas dos semanas, tuve la oportunidad de vivir un curso intensivo del Strap junto con mis compañeros técnicos y con personas privadas de la libertad, acusados y sentenciados por delitos terribles. Nos asignaron un grupo de 33 personas por lo complicado de sus casos; cinco de ellos con necesidades especiales, y bajo estricto tratamiento psiquiátrico, fueron los que mayormente nos sorprendieron.

Lo que muy poca gente sabe es que el Strap no es sólo elegir una obra de teatro y montarla, es un proceso, una experiencia de vida a través de la cual las personas privadas de la libertad se sensibilizan de manera progresiva mediante diversas y emotivas dinámicas de grupo, escogidas meticulosamente para tal fin, que posteriormente les permitirán reconectar emocionalmente con los suyos, con su vida, con su pasado y con quienes son hoy, con sus experiencias infantiles y con emociones tales como el dolor, el rencor, la desesperanza, la soledad, la venganza, la derrota, la victimización, el rechazo y el abandono, así como con emociones positivas que tienden a fomentar y propiciar un reencuentro consigo mismos.

Algunos aseguran que “dejaron de existir en mí al momento en que caí aquí” (refiriéndose al centro de reclusión), es decir, Strap propicia que las personas privadas de la libertad se reconcilien con todo aquello que le atormenta y se perdone a sí misma.

Lo más importante, que tomen conciencia de su delito, del daño que ha causado a las víctimas, a la sociedad, a sus seres queridos y se dé entonces la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente partiendo del sitio en donde se encuentra en ese instante para dar paso a un verdadero proceso de sanación y readaptación, que evite que reincida al ser liberada. Reinsertarse entonces de la mejor manera posible a la sociedad a la que volverá.

He de confesarles —comenzó una persona al segundo día del Strap después de una dinámica en la que muchos rompieron en llanto— que fui traído aquí con engaños y de manera obligada, lo cual me tenía molesto, es más, teníamos mis compañeros y yo un plan para boicotear lo que sea que vinieran a hacer con nosotros, pero estoy sorprendido y muy apenado con ustedes, porque no ha pasado más que un solo día y he descubierto más de mí que en los 10 años que llevo preso y en toda mi vida en libertad”.

Así es como recupero hombres, yo no formo actores”, dice Jorge acerca de su método mientras dirige la obra teatral a montar al final.

Al pasar los días, se creó un ambiente fraterno de profundo agradecimiento y honesta entrega. Las personas privadas de la libertad comenzaron a aprenderse el diálogo que les fue asignado conforme al papel que les escogieron los maestros, y el resultado fue asombroso. Se dejaron la piel en el escenario y los cinco con condición psiquiátrica lograron integrarse y a su vez el grupo los acogió con cariño y protección: conspiraban tras el telón para encontrar las mejores formas de ayudarles indicándoles cuándo debían entrar a escena y cuándo salir, cuándo empezar a decir su diálogo y cuándo callar.

Jorge Correa, padre del teatro penitenciario
Jorge Correa, padre del teatro penitenciario

Nos regalaron una actuación maravillosa, pero lo más importante fue lo que sembró STRAP en ellos: la semilla del cambio. En tan sólo dos semanas se constituyeron como una pequeña compañía teatral con nombre y apellido y su conducta, de acuerdo con los reportes que nos brinda el área encargada de dar seguimiento a este proyecto, sí que sufrió un cambio positivo. Esa era la idea, esa fue siempre la finalidad.

Papá George y Mamá Goris volvieron a sus actividades cotidianas, pero dejaron en nosotros mucho más de lo que pudimos esperar. Las personas privadas de la libertad están por montar otra obra en la que incorporarán a nuevos participantes y esto es lo que llamo hacer y marcar la diferencia en la ardua tarea que nos corresponde a quienes trabajamos en esta trinchera.

Con uno, dos o cinco en los que se haya detonado ese proceso de sanación y de toma de conciencia de su delito, del daño a las víctimas, nos damos por satisfechos y comprobamos que al final sí se puede recuperar un alma, un hombre, una mujer, y sí que merece la pena intentarlo.

Siempre con objetivos claros y dirigidos hacia una meta que involucre la restructuración del tejido social, la disminución del delito y de la reincidencia. Las personas privadas de la libertad que tomaron Strap no son las mismas que salieron a actuar: El Loco, de Gibrán Khalil, adaptada del libro para guion teatral por papá George: “¡¿Quiénes son mis locos?!” gritó con voz fuerte, firme al concluir la presentación de la obra. “¡Nosotros!” respondimos al unísono con euforia. “Hemos finalmente recuperado unas cuantas almas perdidas y ha valido la pena, señores”, aseguró al público.

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Bibliografía:

  • Cervantes, Irma (2022). Corazones de Papel: el relato de mi secuestro. Sin Editorial. México.
  • Garrido, Vicente (2020). Asesinos Múltiples y Otros Depredadores Sociales. Ed. Ariel. México.
  • Garrido, Vicente (2003). Psicópatas y otros Delincuentes Violentos. Ed. Tirant Lo Blanch. España.
  • Hare, Robert (2003). Sin Conciencia. 3ª ed. Ed. Paidós. España.
  • Hare, Robert (1998). Psychopaths and their nature: Implications for the mental health and criminal justice systems. En Theodore Millon, E. Simonsen, M. Birket-Smith y R. D. Davis (Eds.), “Psychopathy, Antisocial, Criminal and Violent Behavior” (Pp. 188-212). Ed. Gilford Press. Nueva York, Estados Unidos.
  • Hare, Robert (1993). Without Conscience. Ed. Pocket Books. Estados Unidos.
  • Harris, G.T.; Rice, M.E. y Lalumière, L. (2001). Criminal Violence. The roles of psychopathy, neurodevelopmental insults, and antisocial parenting. Criminal Justice and Behavior, 28: 402-426. Estados Unidos.
  • Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5). 5ª ed. Ed. Médica Panamericana (2014). American Psychiatric Association. España.
  • Rodríguez Testal, Juan Francisco y Pedro J. Mesa Cid (2011). Manual de Psicopatología Clínica. 2ª ed.  Ed. Pirámide. España.

[1] DSM-5:Patrón dominante de grandeza (en la fantasía o en el comportamiento), necesidad de admiración y falta de empatía que comienza en las primeras etapas de la vida adulta y se presenta en diversos contextos. La característica esencial de este trastorno es un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía que se inicia en la edad adulta temprana y está presente en una variedad de contextos. En consecuencia, sobreestiman sistemáticamente sus capacidades con arrogancia y pretensión, y devalúan la contribución del contexto o de los demás”. El CIE-10, el Trastorno Narcisista de Personalidad lo ubica en la categoría F60.81/CIE-9: 301.81: “como un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems:

  1. tiene un grandioso sentido de autoimportancia (p.ej., exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados).
  2. está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.
  3. cree que es «especial» y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto status.
  4. exige una admiración excesiva.
  5. es muy pretencioso, por ejemplo, expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas.
  6. es interpersonalmente explotador, por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.
  7. carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.
  8. frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él.
  9. presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios.”

[2] Robert Hare (1998) describe al psicópata como “un depredador de su propia especie, que emplea el encanto personal, la manipulación, la intimidación y la violencia para controlar a los demás y para satisfacer sus propias necesidades egoístas. Al faltarle la conciencia y los sentimientos que le relacionan con los demás, tiene la libertad de apropiarse de lo que desea y de hacer su voluntad sin reparar en los medios y sin sentir el menor atisbo de culpa o arrepentimiento”. Garrido (2003), añade “que las y los psicópatas son responsables de una cantidad desproporcionada de crímenes, actos violentos y conductas que causan ansiedad y un profundo malestar social (Hare, 1993, 1998; Harris y Lalumière, 2001), lo que ha llevado a afirmar a estos autores que <<con respecto a la persistencia, frecuencia y gravedad de los hechos cometidos los psicópatas varones son los sujetos más violentos de los que se tiene noticia>>. La bibliografía criminológica ha asociado la psicopatía a individuos con una gran capacidad de agresión sistemática, que estriba en el aprovechamiento de las oportunidades sin mayor estructura –es compulsiva porque el agresor no se detendrá, tomará lo que le apetece cuando lo quiera y como lo quiere-, a un comportamiento depredador caracterizado por actos de captura, secuestro, tortura, sadismo sexual y muerte. Se ha asociado también a individuos con capacidad de agresión física y psicológica que implican actos de manipulación, crueldad y hostilidad. De las personas en prisión aproximadamente un 20% de los reclusos presentan psicopatía y éstos son responsables de más del 50% de los crímenes violentos; de los psicópatas fuera de prisión, Hare (2003) asegura que en E.U.A. hay aproximadamente dos millones de los cuales cien mil viven en Nueva York y sólo el 2% llega a delinquir.

[3] DSM-5: “Patrón dominante de desprecio y de violación de los derechos de los demás que comienza en la infancia o en la adolescencia temprana y continúa en la edad adulta. Debido a que el engaño y la manipulación son características centrales de este trastorno, es importante identificar el patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de los demás o las principales normas o reglas sociales y jurídicas apropiadas a la edad. Generalmente este trastorno agrupa conductas transgresoras de la ley, es decir, el comportamiento no se ajusta a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, perpetrando reiteradamente conductas motivo de detención Desprecian los sentimientos, derechos y deseos de los demás.” Para el CIE-10, es un “Trastorno de la personalidad caracterizado por descuido de las obligaciones sociales y endurecimiento de los sentimientos hacia los demás. Hay gran disparidad entre el comportamiento de la persona y las normas sociales prevalecientes. La conducta no se modifica fácilmente a través de la experiencia adversa ni aun por medio del castigo. La tolerancia a la frustración es baja, lo mismo que el umbral tras el cual se descarga la agresión, e incluso la violencia. Hay tendencia a culpar a otros, o a ofrecer racionalizaciones verosímiles acerca del comportamiento que lleva a la persona a entrar en conflicto con la sociedad. Personalidad: amoral, antisocial, asocial, psicopática, sociopática.”

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