Era bonita y ahora se había titulado de cabrona. Tras cometer la travesura, Mariana huyó del tantas veces desinfectado hotel en la Narvarte y pensó que con eso había cerrado los dolores del adiós: Acabas un ciclo y entras en otro, uno entero de luz azul, se repitió lo que le decía e insistía su amiga Eli.
Lo creyó, debió meditarlo más.
Ya en la calle hizo la parada al primer taxi que vio. Tumbada en el asiento trasero de un Platina, sonrió coqueteándose a sí misma en el retrovisor. Había logrado acostarse con un tipo lindo que conoció en un bar, esa misma noche se lo llevó a la cama sin piedad. El muchacho se llamaba Étienne, o eso le dijo. Mariana estaba sobre advertencia de que nadie se revela en una charla frente la barra.
Ella no iba en pos del amor. Traía a Luis atascado en el corazón desde hacía siete años, cinco de ellos de matrimonio. Apisonar los sentimientos era una cosa, dejar de convivir con él era otra, pues eran socios en la paternidad de Josué pese a que él no había dado un quinto luego de la separación.
Como se habían cumplido exactamente doce meses desde el divorcio, pensó, tenía que atreverse. Le hizo caso al extraño empeño de su mejor amiga, salieron esa noche.
Así que vio el menú de hombres con camisas abiertas en el botón superior que las miraban a ella y a Elisama. Mariana, con su metro y cincuentaicuatro centímetros, siempre se supo perversamente atractiva, y también conocía los efectos de mezclar modos adolescentes con un minivestido negro. El alcohol era sólo el último impulso. No había manera de fallar, no iba a fallar.
Colocó las manos atrás y se recargó en la barra, perfilada hacia los pretendientes. Bajó la mirada porque ya tenía en la mira a su víctima. Según Elisama, él entraba en la categoría de encamable, y su olfato nunca fallaba en esas cuestiones; contaba con un gran sentido del olfato. A Mariana le pareció que ese chico la estaba viendo de forma distinta a las demás bestias babeantes. Le gustó, era él con quien quería romper la maldición del alma rota.
Étienne se acercó con aplomo hasta donde estaba el par de mujeres. Se presentó con serenidad. Mariana le preguntó qué lo había llevado a acercarse. Él respondió. Eres hermosa. Ambas abrieron mucho los ojos, como si las hubieran espantado. Yo soy Elisama, interrumpió la amiga. El joven la vio: ¿Ese no es nombre de hombre?, cuestionó cándidamente. Mariana soltó una blanca risa y la noche estaba resuelta.
Étienne tenía muy practicada su rutina, o eso pensó Mariana mientras le ofreció el brazo para caminar por Insurgentes. Le contó que fue engañado por sus primos para ir esa noche al bar, que su único plan tras el ocaso era dibujar a carboncillo varios rostros porque batallaba con rectas en las narices euclidianas. Estudiaba pintura.
Más aun. El joven le ofreció un paseo con detalles históricos de la avenida. Étienne tenía ojos de cielo, pensó ella, y sabía que el origen del Parque Hundido se encontraba en una cantera de la ladrillera Noche Buena. Ella se adelantó y propuso el sitio para terminar la velada, siguieron su camino hasta ese hotel.
Ella decidió comprarle la historia. Si era una trampa, y estaba segura que de eso se trataba, valía la pena caer en ella por esos ojos de cielo. Todo, incluyendo ser abandonada en la mañana, resultaba perfecto.
Después de un beso devastador, Étienne pasó su brazo por detrás de las piernas de ella, la levantó hasta que sus rostros se emparejaron y siguieron así en evoluciones de piel descubriéndose entre saliva.
Ya con gustoso cansancio, él la tomó de modelo, y la habitación de hotel se convirtió en su estudio. En el revés de una manteleta del restaurante del hotel fue apareciendo el rostro de Mariana a trazos de carboncillo. Ella lo agradeció, aunque creyó que la fábula había llegado a un exceso. En la mañana no habría promesas, sólo dos adultos vistiéndose para regresar a casa.
Antes de caer rendidos, él, musitando, le habló de amor, de vivir por amor, de morir de amor. Pese al desconcierto, se quedó dormida un par de horas, luego en silencio recogió lencería y vestido, se alineó lo mejor que pudo y salió de la habitación sin calzarse los tacones. Abandonó al inconsciente. Ella había ganado, sonrió, así llegó a la calle.
La alegría de su rostro se abolló a las ocho con siete minutos, cuando el taxi en el que viajaba se paró sobre los carriles centrales de Viaducto, en un deprimido delimitado por altas paredes. La situación estaba mal, pero no era para tanto, sólo debían orillarse y buscar, a pie y con cuidado, la próxima salida, tal vez algún buen samaritano se encontraba dispuesto a ayudar a una dama en apuros. Eso no sucedió.
Recibió pitidos de claxon, mentadas, rechiflas y mamaceos so pretexto del corto vestido que lucía. Hubo quién le aventó un envase con residuos de Bonafina y colillas de cigarro para arruinar el de por sí ya vilipendiado y ahora apestado atuendo. La mañana apenas comenzaba.
Cuando por fin logró llegar a la salida, corrió para alcanzar la otra acera, enfrente de la advenediza plaza comercial que ocupó el parque de beisbol. Oyó un crujido que, desde luego, era su tacón izquierdo. Enojada, insultada, mojada y sin zapatos, buscó otro taxi. Nadie le hizo la parada. Caminó al Metro, donde había demasiada gente para ser sábado. Aguantó empujones y hasta un pisotón en el dedo meñique que le dolió tanto como el primer desamor.
Al abrir la puerta de su hogar, lo primero que vio fue el gesto de reproche de su ex marido, quien cargaba a su hijo. Luis solía aparecerse en esa casa sin avisar bajo la excusa de visitar a Josué, aunque el círculo cercano a Mariana y su madre, quien cuidaba al pequeño cuando ella salía a trabajar, le advirtieron que la vigilaba. Ya era una mala mañana y empeoraba al tener que soportar la perorata del hombre, el llanto de su hijo y el reclamo de su madre. Respiró profundo, deseó haberse quedado al lado de Étienne.
Si ese era el castigo cósmico, como diría su amiga Elisama, por haberse acostado con un maravilloso desconocido, lo consideraba un acto de mal gusto del destino. No, la penitencia no era por eso.
Se enteró después: había cometido, sin dolo, un terrible pecado.
Extraña muerte, redes y corazones puros
Elisama es una mujer de medidas perfectas únicamente opacadas por su nariz y esa rara insistencia en que su amiga se emparejara, le preocupaba mucho eso. La suya no era una nariz cualquiera, se trataba de un apéndice tan notable que no deja lugar a dudas que tenía un propósito en el universo. Por lo menos ella lo creía así, ambas cosas, lo de su nariz y la existencia de un plan cósmico. Por ello, y porque era su mejor amiga, Mariana acudió a ella al darse cuenta de que las calamidades no cesaban.
El domingo, cuando de sorpresa le cayó agua fría en la regadera a pesar de que el tanque no contaba más de tres días de reabastecido, recibió la llamada de Luis para que fuera a recoger a Josué en un parque. Él alegó que ya no tenía tiempo de ir a llevárselo, pues iba tarde a un compromiso.
Sin poder recordar cómo fue que Luis la enamoró hace años, emprendió el camino para encontrarse con su hijo. Ningún taxi quiso hacerle la parada hasta que se rindió y tomó el Metrobús en Cuauhtémoc para un trayecto agridulce.
Entre Obrero Mundial y Etiopía pudo ver el hotel en el que se llenó de contento con el muchacho de nombre francés, un artista que la hizo sonreír. Pero afuera había patrullas y una camioneta del Servicio Forense, algo había sucedido y su sensación fue cercana al terror de un telefonazo a las dos de la mañana. Decidió no hacerse caso, ya tenía demasiadas cosas en la cabeza.
No sin mancharse de grasa el pantalón al bajar del autobús, caminó bajo una ligera lluvia hasta llegar al punto de encuentro. Sin chamarra y con un raspón en la frente, Josué la esperaba sentado en el piso mientras su papá hablaba por teléfono. Quiso tomar al pequeño en brazos y llevárselo sin que Luis se diera cuenta, pero hubiera sido demasiado, pensó, además verse involucrada en un incidente con policías.
Levantó al niño, lo abrazó antes de hacerle señas a su ex marido. Él, sin dejar el teléfono, respondió con un ademán. Mariana y Josué regresaron a casa. Metió a bañar al niño, lo cambió. Al fin él se durmió y ella prendió la televisión pero sin sonido para no despertar al muchachito.
En el noticiero dieron la noticia de una muerte, no cualquiera, pues en la pleca que acompañaba la imagen en vivo se podía leer: Lloran en Escuela de Arte muerte de alumno. Mariana levantó una ceja, pausó su respiración esperando que no llegaran peores noticias. Hallan cadáver de joven pintor en hotel de Narvarte, rezaba el siguiente titular y un no mames, no. No, no, no mames resonó en su mente. El corazón de Mariana se tensó hasta la parálisis cuando se dio cuenta de que ella había salido del lugar del fallecimiento. Estuvo con una mujer en el cuarto: encargado del hotel, remató la información.
Si el miedo no era suficiente, la honda tristeza le arrancó un sollozo que ahogó pronto porque ahí estaba Josué. Debía hablar con Elisama. Tal vez también con un abogado.
¿Cómo chingados, Eli, cómo chingados?, se revolvió Mariana en la negación. Yo lo dejé dormido. Su amiga no supo cómo responder a tal cuestionamiento pero lo que sí atinó a hacer fue llevarla con su primo Iván para que la asesorara en un juicio de amparo por el que le cobró en diez mil pesos por ser casi de la familia.
El trámite se desahogó en tres días, en los cuales no quiso volver a ver la tele, pues ya los encabezados de los periódicos que veía en su camino al trabajo le recordaban la tragedia y el peligro. Además, no pasaban cuatro horas sin que se le presentara una nueva calamidad.
Los pisotones en el Metro y que le sacaran el celular en el Metrobús resultan asuntos consuetudinarios de la capital, claro, pero no fueron así para ella. Como tampoco lo fue el chispazo aterrador del microondas de la oficina que descompuso el aparato cuando sólo calentaba agua en una taza, ni el golpe en el codo que casi la hizo llorar.
Así fue que finalmente, y luego de pagar otros cinco mil pesos para corregir un error en su nombre en el oficio del amparo, pudo presentarse en la fiscalía para aclarar la muerte de Étienne, pero más que eso, ella necesitaba saber qué había sucedido. A la entrada esquivó el plantón de estudiantes de arte que se mantenía en las afueras del edificio. Elisama esperó en una esquina.
Le falló el corazón, amiga, reveló una de las secretarias a la que tuvo que sobornar con efectivo y comprarle un perfume artesanal de crisantemo cultivado en las azoteas del Centro. Así, sólo eso. La investigación arrojó negativo en los análisis toxicológicos, ni siquiera había bebido, estaba clínicamente sano y descartaba homicidio. Étienne falleció por un infarto al miocardio súbito.
Gracias a un pitazo de la misma secretaria del perfume, apenas asomó la nariz, los artistas en ciernes recibieron a Mariana con un baño de pintura roja. A-se-si-na, a-se-si-na, la acusaron. Ella no entendía pero en ese momento las lágrimas brotaron por el escozor del ataque y la consternación del duelo. A Étienne se le había roto el corazón y a ella el alma.
Mariana siguió caminando sin hacer caso a los activistas que reclamaban justicia por lo que, consideraban, era un homicidio contra un miembro de la comunidad artística y ataque a la libertad de expresión. De pronto ella sintió la mano de Elisama que la guió hasta que estuvieron a salvo. Caminaron a Reforma, donde pudieron sentarse para que Mariana se limpiara el rostro y ahí recibió las noticias que le tenía su confidente.
Asesina, la acusaron. Ella no entendía pero en ese momento las lágrimas brotaron por el escozor del ataque y la consternación del duelo. A Étienne se le había roto el corazón y a ella el alma.
Esto huele mal, Mari. Yo no sabía pero todo lo que he leído sobre él…, interrumpió su discurso para tomar aire mientras su amiga pensó en todo lo terrible que se asomaría, de seguro era un mujeriego, pero además podría cojear de otros pies, como ser dealer, padrote, ambas opciones, o un secuestrador. Contuvo la respiración. El güey era perfecto, declaró.
Mariana y Elisama se quedaron viendo por varios segundos. Según las redes sociales, el muchacho no sólo contaba con carisma y franqueza, no únicamente había dicho la verdad esa noche de antro. Quienes lo conocieron coincidían: Étienne tenía un corazón puro.
No mames, maldijeron ambas al unísono.
El fatídico diagnóstico de la yerbera
Se sentía como una maldición, así que Mariana decidió tomar cartas en el asunto. Surgió en ella una zumbante obsesión por conocer quién era el estudiante de arte que, según los forenses, estuvo cerca de morir en sus brazos. Sin más armas que las redes sociales, decidió lanzarse a conocer a ese amoroso recuerdo. También le pidió a Elisama que le recomendará a alguien que pudiera revertir su mala fortuna.
Y así fue que conoció a la chamana de la fusión tribal, que realmente era la instructora de un nuevo tipo de danza que combinaba lo árabe con las tendencias góticas y maoríes con la que, eso sí, causó gran furor en los festivales urbanos. Sin embargo, y luego de practicar pasos y ritos tal como los prescribió la mística bailarina, nada sucedió. Tocaba cambiar de estrategia y frotarse los músculos con árnica.
Me huele a que ahora sí le vamos a atinar, estimó Elisama, que con una nariz como la suya poco se podría equivocar en esos menesteres. Entraron a un pequeño puesto del mercado de Portales donde una arrugada y sólida señora de piel morena las recibió balanceando un huevo blanco en la mano.
Apenas hizo el pase sobre la cabeza de Mariana, el cascarón se resquebrajó sordamente; la anciana miró profundamente los ojos de la paciente, con sus dos manos la tomó por las mejillas mientras penetraba más y más en su observación. Mija, tú hiciste una chingaderota. Así mismo fue como lo dijo.
La vieja curandera se dejó caer sobre su despostillado banco de madera como si no hubiera remedio. Y no había. No uno que con el que se evitara otra desgracia. Así fue el diagnóstico y la condena: Mariana había roto algo puro, peor aún, al resquebrajar el inmaculado objeto se infernó en vida.
Ya entendí, murmuró la anciana luego de escuchar toda la historia. En mis tiempos nos íbamos tras lomita con la trenza bien apretada para que no se notara que nos habíamos despeinado, recordó la mujer. Pos nos embarazábamos y ya lo que viniera, te ponías mala o los tatas te querían moler a palos, y luego vinieron las enfermedades de esas feas feas… pero lo tuyo es peor. Mariana clavó la mirada en la señora.
Salieron del mercado compungidas y sin nada en claro. El rostro de Mariana no había recuperado los colores cuando Elisama la abrazó. Yo te voy a acompañar, le prometió mientras derramaba lágrimas sobre los hombros y cabello de su amiga. Sin embargo, poco le duró el gusto de tan noble compromiso, pues Elisama y su nariz emprendieron una tórrida aventura con un anónimo galán, así que su palabra quedó en entredicho cuando Mariana le habló para que fuera con ella al barrio de donde Étienne era originario, Santa Catarina, Coyoacán.
Aún mascullando un pinche Eli, se lanzó a las calles empedradas de la colonia con muy poca idea de por dónde comenzar su búsqueda. Recordó con cierta indignación las últimas palabras de la vieja del mercado: No hay ninguna cosa, nada, para eso que te pasó, tendrías que dar tu corazón y el tuyo no es puro… bueno, no como el del difuntito, digo.
Para rematar su molestia, una paloma le cagó las pestañas derechas luego de que alcanzara a distinguir sobre la calle una ofrenda floral dedicada a Étienne. En el frente de la casa donde aún vivían sus padres, el recuerdo del joven artista volvió inmarcesibles las flores. O eso decían los vecinos. Ella se quitó la caca de paloma del ojo con un pañuelo que llevaba en los bolsillos de la chamarra.
Era sábado por la mañana. Meses atrás Eli, su confidente, con quien llevaba ya cuatro años de amistad, requirió de terapia tras un episodio de ansiedad generalizada al salir de su clase de yoga. Al ir al psicólogo para controlar su mal, encontró a personas que también estaban sufriendo, pasaban por duelos, muertes de familiares, hijos, hasta divorcios, en fin. Según el corto mensaje que le dedicó ese día por Whatsapp, ahí conoció al hombre con el que estaba pasando el fin de semana.
La misma Elisama definiría esa escapada romántica en su perfil de Facebook como El beso perfecto, en el sitio perfecto, el hombre perfecto. Mariana pensaba que Elisama debía haberla acompañado, pero contra esa chispa con cara de amor nada se puede.
Al llegar frente a la ofrenda del fallecido artista, Mariana lloró no únicamente por haberse deshecho del excremento que ensuciaba su ojo, sino que las lágrimas brotaron irrefrenables y fueron goterones que pesados tocaban el suelo, hasta podía oírlos, pero no sólo ella. Del portón blanco salió una mujer de mediana edad con el cabello recogido en una cola de caballo, sus párpados hinchados delataban la tristeza y el desvelo por la ausencia aplastante. Ambas se vieron profundamente sosteniéndose la mirada hasta que la señora rompió el silencio pero no el contacto visual. Hija de tu puta madre, bramó.
Así fue como inició una persecución que fue registrada por los teléfonos de vecinos de la cuadra y más allá de esos límites y que fue reconocida ampliamente como el video de Vieja corretea a chava para pegarle con flores, ya que eso fue lo único que pudo asir la señora en la ofensiva que duró varias calles hasta que ambas, sofocadas por el esfuerzo y la falta de condición física, se detuvieron, unos metros la una de la otra.
En varias de las tomas se aprecia nítidamente la expresión de sorpresa que devino terror de la perseguida, claro está, no por el arma que empuñaba su agresora, sino por el ímpetu homicida. Mariana lo había intentado. Entre los varios tramos, al ser señalada como la asesina, sostuvo entre jadeos que la muerte de Étienne sucedió minutos después de que ella saliera de la habitación. Pero no fue escuchada.
Cuando la lasitud abandonó a ambas, no sin la intervención de vecinos y algunos paseantes que ofrecieron a la vengadora y a la presunta responsable beber una coca fría, que no rechazaron, Mariana preguntó a la mujer cómo sabía quién era ella. La respuesta: una de las compañeras de escuela de Étienne le tomó fotos previo al baño de pintura roja y la flamígera cantaleta del a-se-si-na, a-se-si-na. La señora, desde luego, era la madre del muchacho.
Pese al desagrado y demás signos de hiperventilación que presentó, Mariana no pudo culpar a su atacante. Si alguien le tocara un solo cabello a Josué no sólo lo perseguiría por las calles, sino que destrozaría el mundo. Había leído sobre sicarias del narcotráfico, sabía cómo causar dolor y hasta filetear gente con una daga.
Mariana optó por contarles cómo fue que conoció a Étienne, que pasearon por Insurgentes, que él la dibujó en una manteleta, seguramente ya destruida
Una habitante de la cuadra se acercó a la madre del estudiante fallecido, le brindó entonces su hombro, con lo que comenzó a desahogarse con quejidos que abrumaron a los presentes por igual. Mariana no pudo contenerse tampoco. Aún tímida, se acercó a ellas para fundirse en el abrazo, si no del perdón, sí de la necesidad de comprender qué había sucedido aquella mañana en esa habitación de hotel.
Entre sollozos regresaron a la casa con los arreglos fúnebres, donde las dos entraron para platicar sobre lo ocurrido. Ahí la señora, Sonia, más calmada y en compañía de su marido, padrastro de Étienne, sirvió café antes de sentarse a la mesa. Tenía más preguntas de las que podían ser respondidas en ese momento o incluso para las cuales su invitada no tenía idea.
Mariana optó por contarles cómo fue que conoció a Étienne, que pasearon por Insurgentes, que él la dibujó en una manteleta, seguramente ya destruida por la procuraduría al no ver elementos que pudieran indicar un delito. Claro, obvió los pasajes carnales de su encuentro, sin embargo, su relato comenzó con él me dijo que era hermosa.
Doña Sonia comenzó a relajarse porque se vio reflejada en Mariana, a quien, de la nada, le comenzó a caer primero polvo de tirol en el cabello y luego un cántaro de agua sobre la cabeza. El marido había dejado correr el agua de la regadera por salir a buscar a Sonia ante el bullicio por la persecución y posterior regreso a su casa. Desde luego, la gotera y los desperfectos causados por el olvido hicieron blanco en Mariana.
Nadie debe ser puro
Antes de abrir los ojos la inundó una sensación de bienestar pero luego recordó que nada estaba perdonado, porque la vida seguiría encarajándose con ella tras haber conocido, y gozado, a Étienne. Fue una paz de veinte segundos antes de volver a caer en ansiedad.
Recordó que en la casa del difunto encontró varios de sus dibujos. Ese hombre retrataba sin florituras, sólo trazos limpios, rasgos definidos, espejos de lo que uno no quiere ver. Tuvo, fugazmente, la certeza de que lo mejor era que Étienne estuviera muerto. Sacudió la cabeza buscando borrar la honesta idea, porque a nadie se le debe desear eso y el odio está reservado para los hijosdeputa, ¿no? Tal vez por eso sentía un clavo en el ombligo cada que abría los ojos, se lo merecía por pensar que aquel adorable joven estaba bien en el panteón.
Entre esas elucubraciones pasaba su mañana cuando recordó que debía ir a la oficina. Si bien el trabajo de contadora nunca le dio otra satisfacción que un sueldo quincenal puntualmente depositado, a veces se sentía afortunada por conservar un empleo con seguro social, cuando sus compañeros de escuela y amigos varios seguían soñando con hacerse famosos con una cuenta de TikTok y un poco de suerte. Debía levantarse.
Estaba cerca de acostumbrarse a sus malos momentos de Metrobús, con chicles pegados en el asiento, estornudos en la cara, el manoseo de un tipo que huyó entre la gente tras recibir un pisotón con el tacón por delante. Vio cómo una mujer le luxaba el brazo a su pequeño niño al jalarlo para que se sentara y se quedara quieto y callado y la dejara de joder porque el transporte estaba lleno de los mismos que hacen y permiten, que chingan y son víctimas. No supo si sentirse sola o completamente acompañada entre la miseria. Ya no estaba dispuesta a ser tan buena como para que el universo la pudiera joder.
Ya en las afueras de la oficina, harta de tomar café de sobrecito, pasó al pequeño puesto que contaba con una máquina semiprofesional con la que preparaban distintas variedades que sabían mucho mejor, pese a que eran caros. Con su capuchino en mano, sintió un empujón que la hizo derramar algo de su bebida sobre la ropa. La culpable era una de las gerentes, quien alegando su prisa por ir a una junta, se fue entremetiendo hasta llegar al sitio para pedir.
Mariana la vio, la fulana le dijo: Perdón, amiga. Ella simplemente se iba a dar la vuelta, iba a seguir caminando, pero si en este mundo Étienne no cabía, es pequeña tirana tampoco debería estar o al menos debía tener un castigo. Así fue como unos Prada abiertos quedaron cubiertos de café y espuma provocando quemaduras a los pies de la portadora, heridas que de seguro tampoco no mejoraron un el ay, perdón, amiga, que Mariana profirió antes ir hacia su cubículo.
Mariana iba a trancos, con aplomo, portando las manchas del capuchino sobre su abrigo como medallas, vaso vacío en mano, fiera la expresión, tanto así que cuando el caballero de recursos humanos que la buscó para aclarar el incidente la vio, éste prefirió dejar el asunto en paz ante la posibilidad de resultar atacado con otro tipo de líquido, o comida o alguna pieza de papelería de oficina. Finalmente todo había sucedido afuera de las instalaciones y el seguro cubriría las lesiones. Algo se inventaría para librar el trámite.
Tuvo, fugazmente, la certeza de que lo mejor era que Étienne estuviera muerto. Sacudió la cabeza buscando borrar la honesta idea
Y así transcurrió el día, sin saber si se estaba defendiendo o atacando, pero nada más la importunó hasta que llegó a la casa. Luis estaba ahí, cargando a Josué, reprobando con la mirada. Ya sé que te fuiste a acostar con un tipo ahí que conociste en un antro, ¿eso le enseñas a nuestro hijo?, ¿tiene que ver cómo andas de puta, eh? Mariana, con gran calma, fue a la cocina a servirse un vaso de agua, también tomó un cuchillo que escondió en los bolsos de su abrigo. Dejó el vaso sobre la mesa y se acercó a su ex marido como una amante entregada dispuesta a olvidar las ofensas y curar con besos de amor todas las heridas. Adoración, perdón, redención, el abrazo y la punta de un cuchillo presionando el costado de Luis. Los argumentos de Mariana eran claros. Me vas a entregar a mi hijo ahora y mañana, sin falta, vas a comenzar a pagar su manutención porque ahora conozco un abogado que te va a quitar todo, lo amenazó. El niño ayudó a su madre pegando codazos hacia su padre mientras hacían el traspaso.
¿Cómo sabía Luis sobre Étienne? Si bien el asunto había sido público por la cobertura periodística de la muerte, la imagen de Mariana sólo la conocían los estudiantes de arte y la madre del occiso. Únicamente había una opción y resultó la más dolorosa. Pasaron su fin de semana perfecto y luego te lo dijo, dedujo fríamente. Cuando tú cumplas con tus obligaciones, verás a Josué, condicionó. A ella dile que ni se acerque, advirtió y le señaló la puerta a un pálido Luis.
Pinche tan puta la Eli, farfulló previo a preparar a Josué para dormir.
A la mañana siguiente, salió del trabajo directo hacia donde fueron depositadas las cenizas de Étienne en el Mausoleo del Ángel. Pese a que estaban a punto de cerrar, ingresó a los terrenos gracias a una actitud doliente que impresionó a los guardias, quienes no pudieron negarse a permitir su entrada por cinco minutitos. Otro milagro del corazón puro de otra persona.
Ahí estaba su nombre en letras doradas sobre una placa de mármol Étienne Emmanuel. Ese día, al evocarlo, le parecía que era un tipo lindo pero que había sobrevivido sin malicia. Era un ridículo. Suspiró. Estás donde debes, sentenció y salió hacia la casa, en el trayecto recibió un mensaje de texto de Luis indicándole que ya le había depositado una cantidad. También tenía uno de Elisama que ni siquiera abrió.
Ya en su hogar, luego de arropar a Josué, besó la frente del niño. De seguro, él tampoco tenía un corazón puro, pensó, y le dio gracias a dios por eso.