Punto de declive
La aceptación tácita o explícita de la obsolescencia marca el principio del fin. En el momento en que se asume “no poder” con nuevos retos, cambios de mercado, destrezas que se vuelven cruciales para la sobrevivencia, se acepta que dejamos de ser relevantes, que resulta inadmisibles adaptaciones y cambios en puntos de vista, conocimientos, perspectivas.
Por eso temo al “fui”, a la remembranza continua, a esa añoranza que nos amortaja en vida. El punto de declive inicia cuando nos amparamos en glorias pasadas y dejamos de construir.
No le temo a la edad. Asumo que la vida es un privilegio que muchos ya no lo tienen. No me importa el cambio fisonómico, el paso veloz de las hojas de calendario, sino la incomprensión de lo que ahora se vive.
No me importan las modas, porque siempre estuve alejadas de ellas, ni la oda crispante a la belleza perennizada en los veinte años, porque la apariencia no es esencia.
Sin embargo, temo al momento en el que cierre los ojos a lo que ocurre ahora y comience a repasar lo que hice ayer o muchos años atrás, que me solace con glorias viejas y no sea capaz de avanzar en la generación de nuevas ideas, en la construcción de otras perspectivas. Me horroriza que llegue un día en el que me considere incapaz de domar mis propios demonios y luchar con mi proclividad a errores.
No, los yerros no asustan, sino la renuencia a acallarlos. La pesadilla es bajar los brazos. Lo monstruoso es renunciar a mi Contrato Sagrado.
Las narrativas que inician con “en mis tiempos” son un clamor de declive y muerte. Es aceptar que este momento ya no nos pertenece.
La obsolescencia aparece cuando ya no hay un mañana, cuando creemos que ya nada vale la pena, ni aprender, intentar o rezar. Es cuando la esperanza se diluye tanto que resulta inexistente, cuando no creamos nada, entonces comenzamos a esperar la muerte.
Pero mientras exista aunque sea un latido, aún con la respiración exigua y el polvo de mil caminos en la suela de los zapatos, debemos enarbolar lo que aprendimos de estas y todas nuestras vidas para brindar soluciones e ideas, para darle sentido a la vida a través del trabajo, para no perecer en la banalidad y superficialidad, para demostrar desde nuestro reducto que la vida es magnificencia.
Y cuando se claudique y se asuma erróneamente que ya no podemos dar más, se necesita enlistar todo por lo que damos gracias, por los momentos felices y los reflexivos, por el canto y la risa, por el silencio y la soledad, por la familia que tenemos en el cielo y en la tierra, porque sin importar nuestra religión sabemos que Dios existe.
En la gratitud emergen nuevos motivos para deambular en esta realidad, Y nuevas respuestas a ¿qué más puedo dar? Un soplo de vida basta para expresar, compartir, dar y crear sabiduría, esperanza, norte, benevolencia, comprensión, sonrisa. El declive debe desestimarse.
La escritora Clyo Mendoza se encuentra terminando su segunda novela, de la cual adelanta que contará la historia de una mujer que castiga a hombres maloshttps://t.co/Y6sG4ma7JN
— Fusilerías (@fusilerias) June 16, 2025