Luis Bugarini Fosse

Solnit, lejos de la expresión literaria

Con ‘Recuerdos de mi existencia’, a ratos suele asomarse la escritora a contarnos su intimidad, lo que uno esperaría en un volumen con estas características

La publicación de las memorias de un escritor suele ser un evento literario de primer orden. Más aún si se publican en vida del autor y si éste apenas rebasa los sesenta años. Es un hecho que podría sugerir lo siguiente: una vida que ha sido un puntero en momentos clave en la historia contemporánea; gran aprecio de los editores o una imaginación capaz de transformar minutos de una mañana cualquiera en un episodio literario que no pueden ignorar las generaciones venideras. Este es un caso diferente.

Rebecca Solnit (San Francisco, 1961) configura sólo de forma parcial en esa tipología del memorialista tempranero con Recuerdos de mi inexistencia (2020), un volumen en el que rememora a la chica punk de los años adolescentes para luego reiterar el hallazgo capital de su vida: que la sociedad ha valorado de forma injusta la contribución femenina a la historia humana. Es el relato pormenorizado de cómo se halló el estado del mundo y lo que hizo para dar luz sobre lo que juzga no puede permanecer idéntico por más tiempo.

Este libro, lejos de alimentar la satisfacción morbosa de quien pueda explorar las memorias para hallar algún nombre conocido o acciones escabrosas de personas vivas, suelen subrayar un hecho notable: revelan el camino del escritor, esto es, el acumulado de experiencias y elecciones sensibles que lo llevaron a distinguirse del resto de los individuos a través de la escritura. Por lo común, son la historia sentimental de afectos y desafectos que lograron formar su visión del mundo. Este no es el caso, sin embargo.

Recuerdos de mi inexistencia, como volumen de memorias, queda a deber a los lectores literarios. Para otro público, leído como otro apéndice a su trayectoria como parte del activismo feminista, será recibido con beneplácito por sus seguidores. Y es que una y otra vez subraya que toda la historia de la humanidad es la historia de una invisibilización. A su modo de entender, el hombre ha organizado a la sociedad para hacer a un lado a las mujeres, con lo que pelear por el lugar que les corresponde se vuelve central. No habrá modo de convencerla de lo contrario. A la manera de las líneas aprobadas de un culto inamovible, Rebecca Solnit salta a las llamas de su ideario y pelea contra sí misma.rebecca solnit

Ella vuelve sobre la escritura del ensayo “Los hombres me explican cosas” ―el hito de su trayectoria― y detalla que “surgió sin esfuerzo”, “a borbotones”, “al parecer por sí solo”. Fue un ensayo que brotó del anecdotario de la vida literaria y artística y no de una vertebración de ideas. Su alcance es limitado: la marcha, la plazoleta, el café para las confidencias. El modo en que Rebecca Solnit escribe implica referir anécdotas como la siguiente: afirma que el poeta Lawrence Ferlinghetti nunca la saludó cuando visitaba su librería. Rebecca Solnit quedó convencida de que hizo todo por ignorarla y de que el poeta debía saludarla. Ese hecho, pasado por el tamiz del tiempo, pudo convertirse en otro ensayo y erigirse en pasto de consigna para las marchas, porque es el momento apropiado de que suceda, no por la verdad/no-verdad de la idea.

No es inusual que los autores auxilien a las causas en las que confían mediante su escritura. Pasado el tiempo, no obstante, pocas historias han derivado en una permanencia estoica en una posición única. Sucede a menudo que el escritor comprometido debe volver a sus escritos para rectificar o matizar, lo que suele leerse como un ejercicio de honestidad, aunque en realidad debería sentir vergüenza por ello. Por suerte el medio natural de Rebecca Solnit es el ensayo y eso facilita la tarea. No escribe narrativa, ni poesía. Trata con ideas, el presente, historias de otros. Esa escritura es fácilmente rectificable, pues basta con escribir después y ahondar hasta trastocar el lenguaje original.

A ratos, pero de forma muy esporádica, suele asomarse la escritora Rebecca Solnit a contarnos su intimidad, lo que uno esperaría en un volumen con estas características. Pero la mayor parte del libro es una larga reiteración de las mismas ideas que sostiene y que, en un análisis a distancia, no parecen ser demasiadas. “La credibilidad es una herramienta básica de sobrevivencia”, se repite como si fuese un mantra. Hubiera deseado más episodios de infancia y adolescencia, antes que más cucharadas del mismo brebaje.

rebecca solnit
La escritoria Rebecca Solnit

Recuerdos de mi inexistencia sugiere que Rebecca Solnit es una activista que escribe ensayos antes que una escritora con preocupaciones estéticas, por lo que no habrá libros suyos en los que no haga proselitismo de sus ideas. Estamos ante una escritora con la vena de los años 60 en 2022. La literatura al servicio de causas sociales, de nuevo. Pese a lo anterior, Rebecca Solnit obsequia algunas líneas de autocrítica: “Y ahora me doy cuenta de lo blanco que era y es el medio editorial y de que, cuando se me cerraron algunas puertas a causa de mi género, otras permanecieron abiertas debido a mi raza”. Lo que parece decir: hay algunas exclusiones que no me aplican, entonces me serví de las que me permitieron avanzar y así lo hizo.

Escribir sobre la exclusión en una cafetería de San Francisco suena como a una actividad de alto riesgo, pero lo cierto es que es uno de los epicentros actuales de la diferencia. Más difícil sería hacerlo en Afganistán, Irak o Corea del Norte. Solnit eligió celebrar la diversidad desde donde puede hacerse y además escribe sus memorias con la convicción de que puede motivar a otras personas a emprender búsquedas personales. Que así sea. Pero quien busca literatura, debe buscar en otro sitio.rebecca solnit

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