Ligia Urroz

Rosalía Motomami: incendiando el suelo que zapatea

La figura catalana del pop se transforma en el Palau Sant Jordi: paisaje eclético, ‘collage’ de géneros, ella empieza a lloverse y terminará en aguacero

Barcelona. Hace un par de meses echábamos un vistazo al menú del restaurante madrileño en el que comíamos y por error nos dieron una carta en inglés. Mi hijo José Pablo leyó en voz alta “chicken” y le contesté en automático: “pa’ti, naki, chicken teriyaki”, entonando la canción de la Rosalía. De pronto Ligia y José Pablo se volvieron a verme abriendo los ojos como platos: “¿Conoces a la Rosalía?” “Por supuesto”, les contesté, y empezamos a tararear varias de las rolas de Motomami. Ellos, con sus 21 y 25 años, no daban crédito a que su madre se supiese de memoria el disco y que, de hecho, fuera fan de la cantante. Así que cuando me llegó la notificación de que saldrían a la venta los boletos del Motomami World Tour cuadramos José Pablo y yo el lugar donde veríamos a la catalana: en su casa, en el Palau Sant Jordi.

El día del concierto hacía en Barcelona una temperatura de 30 grados y decidimos tomar un taxi para no subir a pie las decenas de escaleras que van de la Plaça d’Espanya al Palau. Cuando llegamos, la cola para entrar ya era kilométrica —todavía no abrían las puertas— y había cientos de Motomamis —de todos los géneros— vestidos y peinados como la ídola: botas hasta la rodilla, faltas cortas y el pelo trenzado.

Ya les había platicado en mi crónica de Queen que rozo el metro sesenta y que no compro boletos de pista porque lo único que veo es la espalda de quien tengo enfrente. En el caso del Motomami World Tour sí que compré pista y quería llegar tempranísimo para que me tocara adelante. Y sí, estábamos en primera fila, justo detrás de la valla, así que nadie me taparía el campo de visión. Me senté en el piso porque todavía faltaban dos horas para que iniciara el concierto, puse mi teléfono en modo avión mientras observaba el mar de Motomamis que éramos. Me causó hilaridad leer los letreros de los fans, el mejor fue “Viva la H de hondura”.rosalía

***

La Rosalía es una artista total, una provocadora que viste su propia voz para incendiar el suelo que zapatea. No necesita que la amen o la odien, ella sencillamente es. Motomami ha levantado cejas entre los más ortodoxos y algunos de mis amigos dicen que odian el disco o a esa Rosalía “cambiada”. Yo sencillamente lo amo.

El concierto abrió con un inmenso rugido y strobe lights que hicieron vibrar mis órganos internos y apareció ella, la cantaora de historias, tejiendo el hilo conductor de Motomami. Vestida con una minifalda y una chamarra de cuero, botas hasta la rodilla y portando el casco Motomami adornado de luces. Salió rodeada de bailarines vigorosos que se movían como linces rodeando a la mami.

Motomami pareciese un paisaje ecléctico o un collage de géneros y sí, lo es, y no sólo es así entre canción y canción, sino entre las piezas mismas: jazz, flamenco, bolero, bachata y reguetón tejen la historia desde una inteligencia única y desde la madurez de una artista total que puede hacer lo que se le venga en gana. Nos aconseja entrar en Motomami sin shuffle, escuchando de principio a fin la historia y en esa historia leemos también sus grandes influencias en cuestión de música y letra; ritmos latinos que palpitan en la escritura de Rosalía. Por eso, al igual que en el disco, nos da la llave para entrar en su mundo con “Saoko”, canción que aglutina la esencia total de Motomami. A partir de ahí nos dice que no será fácil entenderla, que mejor la sintamos y por eso canta “Chica, ¿qué dices?” y de inmediato su statement.

Me contradigo, yo me transformo
Soy to’a’ las cosa’, yo me transformo
Sé quién soy, y adonde voy ya nunca se me olvida (uh, uh, uh)

Fuck el estilo
Fuck el stylist
Tela y tijera, y ya
Cógela y córtala, y ya

rosalíaY sí, acaba “Saoko” cortándola y ya. Se quita el casco y al finalizar la canción se le acerca un bailarín con agua y una toalla, alcanzo a leer sus labios: “hace mucho calor”. De ahí veremos que se hidratará todo el tiempo, sus bailarines le llevarán agua en un contenedor transparente, ella ha empezado a lloverse y terminará siendo un aguacero.

Con “Candy” nos baja los latidos de inicio contándonos el dolor de terminar una relación amorosa.

Ya no te quiero como antes
Me rompiste, pero solo en parte
Llevaba tu esclava para pensarte
Pero, de olvidarte, yo ya hice un arte

Sé que tú
No me has olvida’o

Y mete dos cañonazos más de Motomami: “Bizcochito” y “La fama”. Con “Bizcochito” suena la influencia oriental y animé del disco, y se sacude de manera magistral cualquier mal de ojo que le manden —sobre todo de La Mala—. Metales con sordina tocan la puerta para darle entrada a la bachata de “La fama” con The Weekend, la intro dio varias vueltas mientras la Rosalía se hidrataba, secaba su sudor y se ponía un par de lentes oscuros. Ella sabe que la fama es traicionera, una cuchillada clavada en el vientre, hay que estar atenta.rosalía

***

Se para en el escenario, le plantan una guitarra eléctrica y empieza a hablar en catalán con su gente, es su casa y les dedica “Dolerme” y luego “De aquí no sales”. De inmediato regresa con Bulerías; su esencia flamenca. Es igual de cantaora con un chándal de Versace que vest’ita de bailaora y nos cuenta que no se arrepiente de incursionar en otros géneros, que se ha matado 24/7 para mantenerse en pie y que no le importa que la maldigan a sus espaldas, que ella seguirá cantando y para que queden claras sus raíces, se dice la Niña de Fuego. Ella se sabe blanco de críticas y se las quita de tajo. Es un momento brutal, en el cual, desde el centro del escenario explota el flamenco y la voz cristalina y honda de Rosalía.

Y de ahí al corazón del disco, ese “interludio” llamado Motomami, momento en el que sus bailarines formaron una moto humana, ella la montó, con esa mirada láser que atraviesa paredes. Después de bajarse de la moto entró “G3 N15”, canción dedicada a su sobrino mientras ella estaba encerrada en la pandemia produciendo Motomami en LA. Es una canción fuerte y amorosa, de profunda extrañeza y aislamiento, de amor y entrega a la familia. Me rodaron lágrimas de nostalgia y de una emoción intensa, sus bailarines la cargaron como si fuese una cruz y la depositaron con dulzura a la mitad del escenario.

Volvió a apartarse del disco y cantó “Linda” con la voz de Tokischa en el fondo, lo que provocó que salieran a ondear algunas banderas de arcoíris, es una canción alegre, llena de complicidad femenina.  Entró “La noche de anoche”, rola que canta con Bad Bunny y bajó al público a dar una vuelta y acercarse a ellos. Mientras ella lo hacía, una silla de barbero con espejo era colocada en el centro del escenario. Sonó “Diablo”, tomó asiento y con una toalla se desmaquilló la cara por completo y se cortó algunas trenzas delgaditas de pelo, que arrojó al público. Ahora soltó su cabellera negra, una cascada húmeda que bailaba con ella.

Un enorme piano de cola era colocado en la primera porción del escenario y ahí, con inmensa dulzura interpretó “Hentai”, la pantalla proyectaba una pradera verde chillón y un cielo totalmente azul. Se levantó del piano e interpretó “Pienso en tu mirá”, el cóver de “Perdóname” de La Factoría haciendo juegos con la voz. De pronto hubo un momento intenso y lleno de magia: sus bailarines le colocaron una inmensa falda de flores negras que iba de un lado al otro del escenario y se soltó con “De plata” dándonos una cátedra de las genialidades que puede hacer con su voz. La Rosalía mostrándose en un momento apoteósico, los que nos encontrábamos en el Palau Sant Jordi llorábamos junto con ella, nos faltaba el aire. Supe que sería el momento cumbre, al menos para mí.

Nos bajó de la nostalgia con su “Abcdefg” y como maestra de escuela nos daba la letra y todos nos sabíamos la palabra. Para mí, el abecedario de Rosalía es una declaración de fuerza femenina, me gustan las palabras alfa, bandida, coqueta, dinamita, guapa, hondura, inteligencia artificial, jineta, orquídea, patrona, qué reinona, titánica, zapateao. En el show, al llegar a la M cantó “Millonaria” en catalán y se siguió recorriendo el alfabeto hasta que coreamos “Zeta de zorra”. Con su sensualidad desbordada se tiró al piso para dar inicio a “La combi Versace” y conectar con la parte reguetonera: “Relación”, “TKN” con la voz de Travis Scott, “Yo x ti, tú x mí” que suele cantar con Ozuna, “Gasolina” y “Despechá”. Al terminar ese segmento miró un letrero donde un Alejandro cumplía años y Rosalía invitó al Palau a cantarle el Cumpleaños feliz, vaya festejo ese de Alejandro.rosalía

***

Nos regaló dos canciones inéditas, “Aislamiento” y “Dinero y libertad” para coronar con “Blinding Lights”, canción que canta con The Weekend. Volvió a Motomami con “Como un G” y de nuevo soltó las llaves de agua de nuestros ojos, le respondimos con las luces de nuestros teléfonos, fue un momento de complicidad y melancolía. Y claro, seguía jugando con nuestros sentimientos y se lanzó con el éxito “Malamente”. A estas alturas se notaba que estábamos muy arriba y que no faltaría mucho tiempo para que culminase la fiesta. Se escucharon los metales de “Delirio de grandeza” y yo sentí que las piernas me temblaban; recordé de tajo mi tierra, mi niñez y las reuniones familiares. Me dio tiempo para recomponerme mientras ella entró al escenario y en la pantalla se escribía la letra de “LAX”. Salió para cantar “Con altura”, rola que la acompaña con la voz de J. Balvin. Llegó el encore y Rosalía y sus bailarines salieron montando patinetas eléctricas y cantaron y bailaron “Chicken teriyaki”. Abracé a mi hijo, cantamos y recordé que por esa canción había iniciado nuestro periplo juntos, es una rola simple con una letra divertida, descocada y la mar de pegajosa.

Apareció un teclado donde se interpretaban las notas de “Sakura”, me sorprendió que estaban semitonadas y hubo un juego entre dichos semitonos y la voz de ella. Despidió al tecladista y cantó a capella el resto de la canción, fue un momento luminoso en el que Rosalía desplegaba la maestría de su voz. Se despidió de Barcelona con el poder de CUUUUuuuuuute y entró al escenario sin voltear atrás.

Salí muy contenta de lo que creo que fue un performance porque un concierto debe tener músicos en vivo; de hecho, fui a la cabina de sonido a pedir la chuleta —las cuales colecciono— y me causó una enorme extrañeza que el ingeniero me dijera: “aquí no tenemos setlist” mientras cerraba su ordenador.

Lunes 25 de julio.
Barcelona-Madrid.

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