Serafo se negaba a escuchar lo que Teresa, su mujer, argumentaba: es que siempre te la pasas defendiendo a los chamacos, por eso no me hacen caso: se sienten protegidos, aunque yo más bien creo que los solapas o alcahueteas, según se diga con mayor o menor propiedad, asegún lo juzgues, decía y no había quién lo bajara de su macho: tú encárgate de lo tuyo y yo de enderezarle el rumbo a estos labregones o se nos van por el mal camino, decía y tenía la certeza de que la senda del bien en la tenía muy clara y lo demás era lo demás.
—Así no es la cosa, viejo: hay muchos caminos para llegar a un mismo lugar y si tú escoges el del maltrato, pensarán que así es y repetirán los maltratos ya de grandes. Mejor enséñalos a razonar, a pensar para que pueden solucionar lo que se les ponga enfrente y no nada más a lo bruto, ¿me entiendes o te lo explico con dibujitos?
Serafo la miraba con ojos de pistola, comprendía que lo estaban tratando de tonto pero apechugaba y le bajaba al tono amenazante con que se dirigía a los chamacos:
—A ver, echan los cuadernos para acá y nos ponemos a revisar la tarea… Cómo bien dicen en el rancho: al ojo del amo, el potro engorda.
Mucho variaban los tonos que él y ella empleaban para que el aprendizaje escolar de sus hijos tuviera mejores resultados. Es que la letra con sangre entra, alegaba él. En tu caso, decía ella, porque eras un cabeza dura, y no todo mundo es igual, entiéndelo.
—!Ah cómo chi… flas llevándome la contraria. A ver si vamos poniéndonos de acuerdo, porque así presiento que no es la cosa y éstos se nos salen del redil… Ya muchos mal vivientes hay en la colonia como para que le agreguemos más, mejor que aprovechen la escuela y evitales la vagancia.
Heredada era la rudeza de Serafo. De su infancia sólo recordaba malos tratos y carencias. Pasaba hambre no porque en el jacal faltará qué comer, sino porque a falta de madre tuvo madrastra y un padre que en ella delegó toda la autoridad.
—Si no hubiera sido por las hermanas de mi difunta madre, quién sabe si lo estaría contando lo que les cuento. Por eso a su mamacita me la respetan y mucho cuidado con que se desbalaguen o cuando regrese de la chamba nos entendemos…
Y claro que se daba a respetar doña Teresa, y si percibía que los chamacos se aprovechaban de ella, lanzaba la terrible amenaza: «Ya verán ahora que regrese su papá, se van a arrepentir: ya saben que con él no se juega».
Sí se jugaba y entretenía con el padre, aunque sus caricias estaban cargadas de brusquedad, lo mismo que sus elogios:
—Mira, si no eres tan tonto, nomás te haces y si le sigues, así te vas a quedar: téntelo en cuenta… Si a uno nada más le faltó escuela: con escuela, otro gallo cantaría.
El principal entretenimiento del padre consistía en caminar por la ciudad los sábados, después de la jornada de trabajo. Pedía que la familia lo esperara afuera de la ferretería, de donde salía ya vestido con la muda de ropa limpia que mamá le llevaba, muy peinado y rasurado. Toda la tarde y hasta entrada la noche era caminar por la ciudad y entretenerse frente a los aparadores, comprar elotes asado y retornar hasta el barrio de la Candelaria, donde abordaban el camión suburbano que hora y media después los dejaría cerca de casa, rendidos de cansancio pero felices y contentos.
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“Con mucho humor y teatro lleno, el reestreno de la obra en el Centro Cultural del Bosque logró cautivar a un público que desde una hora antes ya hacía una larga cola a la entrada…”https://t.co/UEdLJ0gEd6
— Fusilerías (@fusilerias) March 6, 2022