El Tutti Frutti, en el norte de Ciudad de México, fue parte importante en la geografía ondera/punk/alternativa de una época gozosa en la cual se vivía el auge de lugares como Rockotitlán, el LUCC y Rock Stock.
El Tutti destaca por haber sido el refugio de hordas de jóvenes inquietos, creativos, arriesgados durante la segunda mitad de los 80, principalmente.
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Al llegar a Avenida Instituto Politécnico Nacional 5130 lo primero que observaba el visitante era la fachada del Apache 14, restaurante propiedad de Carmela y Rafael, pareja de cantantes románticos muy famosos en los años 60 y 70 del siglo XX. «Chale, ¿por dónde se clava uno al Tutti Frutti?», se preguntaban los novatos visitantes, pero como buen rolador de tiempo completo debían saber que era “el lugar de la hija punk y entrabas por la parte de atrás, subías unas escaleras y te encontrabas con puro raro”, recuerda con sentido del humor Brisa Vázquez, personaje estelar junto con Danny Yerna –Wakantanka– en la historia del Tutti Frutti.
Página uno: ya llegamos
Con el desparpajo de permite charlar entre amigos, Brisa cuenta: “El Tutti Frutti se abrió en agosto de 85, fue un negocio que abrió mi hermano Mauricio con su esposa, Gaby, que era alemana. Yo no estaba en México, andaba por España y en una de esa que hablé a mi casa, mi hermano Mauricio me dijo: ‘Ya vente, ya abrimos el bar, está bien chido. Vente y empiezas a trabajar’. Yo llegué 15 días antes del temblor. En la inauguración Mauricio invitó a toda la banda de Super Sound, a Francisco, a Nacho, a todos, porque se abastecía de música en esa famosa tienda de discos. Esa gente se volvió clienta asidua. Cuando yo llegué junto con Danny Yerna empezamos a trabajar inmediatamente. Pero sucedió el temblor y la esposa alemana se superfriqueó y dijo ‘ahí se ven’. Mi hermano ya había invertido una lana y nos preguntó si nos quedábamos. Yo tenía 18 años, imagínate. Y dije por qué no. Así nos quedamos el Danny y yo.”
Mientras en Rocko los asistentes iban a escuchar a las bandas que se presentaban bajo un esquema empresarial y artístico, Brisa señala una diferencia: “Nosotros éramos un par de mocos –Brisa y Danny– que nos gustaba la onda punk y la música de moda. Empezó casi siendo un juego que me cayó en las manos y que dices ‘chin, qué hago con esto’ y empezamos a poner la música que a nosotros nos gustaba. Nunca pensamos a qué público íbamos a captar. Nunca tuvimos una visión empresarial, porque estábamos muy jóvenes, era un pinche juego de chavos. Así fue durante un año, no teníamos empleados, nosotros hacíamos todo: servíamos, poníamos música, limpiábamos los baños y todo el lugar. Éramos sólo él y yo. Pero al años sabíamos que estaba chido y divertido, pero necesitábamos una entrada de dinero, vivir, trabajar. Que generara lana. Y nos planteamos tirar la toalla o darnos más chance, hacer una estrategia para jalar más gente.”
En voz de Brisa queda el relato de cómo se dio el encuentro entre ella y Danny. “Yo andaba en la época que uno se iba de mochilero a rolar a Europa. Estaba en una playa en España, en Bendirom y ese verano, el Danny también estaba de vacaciones, muy a gusto, porque en su país, Bélgica, llueve todo el año. Allí nos conocimos. Y esas coyunturas del destino cambian la vida de las personas y no sólo por el Tutti. Nos flechamos, yo hablé a México y mis papas ya nerviosos me preguntaban cuándo regresaba. ‘Es que tengo un novio’, ‘Tráetelo’. Claro, era con tal de que me regresara. Él no hablaba español, nos comunicábamos en inglés de mesera. Fue una decisión casi adolescente. Llegó con sus casetes que fueron una novedad, porque traía bandas que nadie conocía.”
Página dos: a darle
Con la inexperiencia como aliada, Brisa y Danny empezaron a reconocer terrenos y a crear estrategias. “Sabíamos que estábamos en una zona lejos del área chida: no estábamos en la Zona Rosa ni Insurgentes. El Tutti estaba en casa de la chingada. Y empezamos. Hicimos volantes a mano y a imprimirlos, cortarlos y, ya sabes, andábamos en la calle, en las librerías. En el carro traíamos los volantes y si veíamos cualquier chavo medio raro, porque en esos años, ya sabes, cualquier cuate medio raro tenía la misma forma de pensar y de ver la vida que nosotros. La facha era como una identidad. Por ejemplo, a Pacho (ex integrante de Maldita Vecindad y actual director del Museo Universitario del Chopo) lo conocimos en un alto de Miguel Ángel de Quevedo y Universidad; él en su vocho y nosotros en nuestro carro. Lo vimos que traía unas calcomanías de ondas raras, ¿no? Del apartheid y de cosas así. Volteamos a vernos y él también nos volteó a ver –traíamos un pinche look superextraño, éramos como marcianos–. Nos vimos así como qué onda; yo saco un volante y de carro a carro, le extiendo el brazo y le digo ‘toma’. El Pacho se queda así como qué onda. En eso se pone el siga y le digo: ‘llega, llégale allá’. Creo le dio curiosidad y diría esos güeyes, qué pedo. Se ven rarísimos. Así llegó Pacho al Tutti Frutti. Y obvio, con él llegó La Maldita Vecindad. Dijeron ‘de aquí soy’.
«Nos hicimos muy amigos. E inmediatamente quisieron tocar ahí. Y claro que sí. Una cosa fue llevando a la otra. Las Insólitas Imágenes de Aurora ya habían tocado allí y volvieron. Igual cuando se volvieron Caifanes tocaron allí, claro fue un lleno: sus cuates, la gente del Colegio Madrid. Y Así, poco a poco, fue llegando la gente; la publicidad era como de boca en boca, un secreto a voces y la gente que llegaba se apropiaba y decía ‘no mames, este es mi lugar’. Como que lo querían conservar y sólo le decían a sus iguales. Empezó a llegar gente superrara. No hubo raro que no pasara por el Tutti. Y háblese de gente de cine, literatura, artes plásticas, música, que fue quien llegó a ese lugar tan extraño y además, arriba de un lugar de cortes de carnes, el lugar de Carmela y Rafael, el Apache 14. Muchos de los que llegaron allí, ahora son personalidades: los Cuarón y Lubezki (hoy son sus premios Oscar), Xavier Velasco (años después ganador del Alfaguara de novela).
«En ese momento todos eran chavitos. Todos éramos muy jóvenes y todos estábamos en nuestras áreas. Rubén Ortiz, artista plástico, que en ese entonces andaba muy clavado en la fotografía y siempre cargaba su cámara (N. R. en ese entonces no había celulares, aclaración innecesaria, pero pertinente). Nadie era una figura espectacular. Ahora muchos de ellos están encumbrados. Lo que aglutinaba todo era la música. No era como ahora, que con un clic estás con cualquier banda; en esos tiempos, no. Los discos eran supercaros y en la radio no los pasaban. Era un descubrimiento para muchos lo que poníamos. Empezamos a poner a Nirvana antes que fuera la gran explosión: pusimos Bleach. Nadie los conocía. Después de que cerró Super Sound, nuestro proveedor principal de música, Edmundo Navas ocupó ese lugar. Era una aventura conseguir disco. Y en un tiempo, grabamos casetes para rolarlos entre la gente, a eso le invertimos lana y fue también parte de nuestro negocio.”
Página tres: crecimiento y ahí nos vemos
El éxito llegó, el Tutti alcanzó el nivel de lugar donde encontrabas a todos: Rita, Poncho, Pablo, el Chivo, Saúl, Alfonso, Sabo, Sax, Roco, Pato, Pluma, Ganso, Rolo, Ivonne, China, Carmen, Elsa, Leduc, Oso, Gerry, Rubén, Meme, los Markovich, los Lieberman, Warping, Ofelia, Margarita, Isabel, las Lauras, Paul y en medio de esas presencias todo mejoró, acepta la baterista de los Ezquisitos y dueña del Tutti: “Esto empezó a crecer y a ser negocio, la verdad. Fueron años muy buenos: el Tutti tuvo como tres etapas distintas. En algún momento decidimos remodelarlo y le pedimos a los Quiñones que pintaran todas las paredes e hicieron todo un rollo sicodélico y fabricaron un ojo gigante que le pusimos el Ojojete, que colgamos arriba del escenario con un strobo y llegó más y más gente diversa. Empezó a llegar la gente del Chopo, que es otra banda muy distinta; los primeros fueron el Ganso, el Thrasher y Agnez.
«Le pedimos al Ganso tatuara a algunos y dijo: ‘Ni madres, no tatúo fresas, burgueses… díganle al Piraña’. Y él empezó a tatuar. El Piraña marcó a toda esa gente. Fueron sus conejillos de Indias. Le dimos una mesa para que trabajara. Era como una reunión de gente que de otro modo no hubiera coincidido; venían de mundo bien diferentes, de zonas de la ciudad completamente distintas, de extractos sociales diferentes y de pronto allí adentro te das cuenta de que ‘ese güey sí está chido y sí puede ser mi cuate’. Entonces veías a la banda del Chopo, de la San Felipe, llevarse con gente superfresa del sur. Y se hicieron compás. Ya al rato todos tatuados por el Piraña y todos viendo a Atoxxico y a Masacre 68. Todos ahora son personajes. El Tutti Frutti unió mundos, los del Madrid, con los de la Sanfe. No se ha vuelto a repetir. A partir de eso se dio una apertura en nuestro mundito. Yo qué me iba a imaginar que el Tutti sería un lugar legendario. No lo hicimos con ese afán.
«Danny y yo dejamos de ser pareja y por eso y otras cosas, cerró el Tutti después de siete años. Fue un momento difícil, de hecho, nos turnábamos: un fin de semana iba él y otro yo. Y ya no funcionaba. Ya no. Fue el fin del ciclo. Ahora somos amigos. El Tutti, que era el lugar imposible, en el momento imposible, fue el punto de reunión de freaks geniales”, resume Brisa.
Una noche cualquiera de 1992, Atoxxico cerró con su música las puertas del Tutti Frutti.
P.d. Documental y aniversario
Laura Ponte está en plena realización del documental Tutti Frutti, el templo del underground. En el perfil de Facebook con ese nombre se lee: “El nuevo teaser del docu. Les contamos que llevamos 90% de la producción, falta mucha lana que tenemos que conseguir para la post, para los derechos musicales, etcétera. Pero NO hemos quitado el dedo del renglón”.
Teaser Tutti Frutti from Alex Albert on Vimeo.
Brisa, junto con Uili Damage, Nacho Desorden y Alex, el Tío Fernández, celebraron el pasado 4 de mayo el aniversario 27 de Los Esquizitos, mientras que Danny Wakantanka extendió su negocio de tatuajes y body piercing a dos sitios diferentes de Ciudad de México.
Nostalgia esquinera https://t.co/A8zVzLdztq a través de @fusilerias Un texto sobre esquinas anónimas, pero entrañables: los primeros tragos, rocanroles y amoríos… Ah, y órdenes de trabajo.
— hernandez chelico (@hdezchelico) April 25, 2021