Conversar con Vida Yovanovich (1949) deja la impresión de estar frente a alguien que ha pisado este mundo más de una vez, ella misma comenta que en otro tiempo debió ser una interna, porque en las cárceles se siente como en casa.
En más de cuatro décadas, la fotógrafa ha desarrollado proyectos alrededor del abandono, el rechazo, la soledad, el paso del tiempo y el encierro, entre las paredes de una prisión, un campo de concentración, un asilo o una habitación.
Vida Yovanovich recibió, junto con Francisco Mata Rosas, la Medalla al Mérito Fotográfico, de parte de la Secretaría de Cultura, a través del INAH, en el 23 Encuentro Nacional de Fototecas, en Pachuca, Hidalgo.
Para ella, este acto representa el cierre de un ciclo que se abrió hace 35 años, cuando ganó el primer lugar del Concurso de Fotografía Antropológica, organizado por esta misma institución.
En su casa, al poniente de la capital, recuerda que la serie por la que obtuvo ese galardón, en 1987, fue Jugando a ser, la problemática de niñas “jugando” a ser mamás en la pauperizada Santa Fe, antes de que la urbanización cambiará por rascacielos y vías rápidas, los pinos, encinos y riachuelos de esa zona de Ciudad de México.
“Es impresionante que esté aquí, a punto de recibir un reconocimiento a mi trayectoria, 35 años después de haber ganado ese concurso que dio una vuelta de 180 grados a mi vida, porque además el tema por el cual gané en aquella ocasión, muñecas abandonadas por sus dueñas, porque debían cuidar a los hermanos más pequeños, se conecta con mi proyecto actual. Esas muñecas abandonadas se convierten en esta infancia quebrantada por el abuso sexual”.
Sus proyectos fotográficos son de fuerza centrípeta, parten de un mismo leitmotiv, siguiendo una trayectoria hacia el centro, de manera que cada uno concentra dos o tres portafolios.
Primero fue Rastro urbano, cuyo objetivo eran los juguetes abandonados en los cinturones de pobreza de Santa Fe, y luego, Jugando a ser, que ahora es el antecedente a las historias de víctimas infantiles.
Yovanovich, un poquito de todo
En 1971, cuando Yovanovich recién casada se mudó una temporada a Estados Unidos, tuvo una crisis existencial ante el rechazo de un trabajo, su marido le preguntó: “si pudieras elegir a qué dedicarte el resto de tus días, ¿cuál sería tu elección?”. “Quiero ser fotógrafa”, respondió.
“En mi bagaje también cargo con una historia familiar marcada por la persecución, el encierro y el exilio por motivos raciales y políticos, debido a mis padres, quienes huyeron de Belgrado, en la entonces Yugoslavia. Cuando me preguntan de mi profesión, suelo responder: soy un poquito socióloga, un poquito psicóloga y un poquito fotógrafa. En ese orden”.
Fiel al principio de Kati Horna, de que la fotografía pide su tamaño, Yovanovich procura exponer sus imágenes en la dimensión justa, a través de instalaciones o montajes.
Por ejemplo, para Abismo de ausencia, montó fotografías de pequeño formato en mirillas dibujadas sobre muros, para que el espectador “atisbara” los rincones donde las reclusas pasan sus días y sus noches.
Dejar que los silencios hablen, que los espacios griten el abandono, la marginación y la injusticia, ahí están también los brumosos patios de Mauthausen, en Austria, donde llegó guiada por una intuición, sin saber que familiares suyos estuvieron confinados ahí.
Los ecos de este campo de concentración resonaron en tres portafolios: Grita en silencio/memoria que se borra, Sin–nombre y Escucha, una espiral que une los horrores de ayer, advirtiendo los crímenes humanitarios del presente.
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Vida Yovanovich
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— Fototeca Nacional (@FototecaINAH) August 25, 2022