A veces despierto temblando es una historia sobrecogedora narrada desde las múltiples voces de sus personajes a un ritmo de vértigo que apenas permite al lector asimilar el nuevo lenguaje hallado en cada nuevo capítulo, de una indígena guatemalteca a un kaibil, de un oficial psicópata a una reportera idealista, de un matón enamorado a un junior cobarde. Esta novela ganadora del Premio Mauricio Achar 2021 se asoma al terror de la dictadura de Efraín Ríos Montt (100 mil muertos o desaparecidos entre 1982 y 1983) desde diversos niveles de castigo y sufrimiento, de impunidad y de sobrevivencia, de horror y de injusticia. El volumen de esta polifonía va cambiando conforme aparecen nuevos verdugos y más víctimas. El registro narrativo sigue una especie de línea escalofriante de signos vitales de la que el azorado lector quiere apartar la vista ante el horror, pero no puede soltar el libro y acomete con el estómago revuelto la siguiente barbaridad gracias a la prosa esmerada de Ximena Santaolalla (Hidalgo, 1983), que acaso con algo de fortuna surgida de la decisión de hacer un todo de algunos textos pensados primero como relatos independientes, ha logrado en su novela inaugural una obra con ecos, en su formato, de la costumbrista La serpiente de oro del peruano Ciro Alegría. Con la osadía de esta joven escritora de haber asimilado, además, el lenguaje de sus personajes desde el conocimiento directo de algunos de ellos, instalada en la zona para adentrarse más allá de los expedientes criminales y “tocar”, si se me permite la expresión, la voz de aquellas personas de maíz azotadas por una maldad inhumana.
Porque A veces despierto temblando es también la crónica de la epidemia latinoamericana del siglo XX, la dictadura, y en ese sentido se une con gran mérito a la tradición de esa temática que tan reveladora resultó a la Europa de aquel tiempo con el boom. Cuando parecía que esa fase literaria había concluido, Mario Vargas Llosa irrumpe en 2019 con Tiempos recios, un libro también sobre Guatemala, pero un poco más atrás en el tiempo, los años 50, y después Somoza, novela que llega en 2021 a aportar al género el detalle de que Ligia Urroz, su autora, es la primera que cuenta una historia desde un costado del dictador, amigo íntimo de sus padres, y es por tanto ella testigo inigualable de alguna parte de la trama en la golpeada Nicaragua.
Santaolalla, sin embargo, no se perfila al tema ni desde la sola imaginación a partir de documentación y testimonios ni como protagonista eventual, sino primero como investigadora académica del CIDE desde su profesión de abogada y psicoterapeuta para sobrevivientes de violencia temprana, después como una auténtica reportera que acude al lugar de los hechos para conocer de primera mano lugares y pueblos incluidos en su narración. El sesgo académico no la suelta en algunas de las 303 páginas de su libro y se siente obligada a dar una justificación y añadir un conjunto de recortes de periódico sobre el tema, así como una lista de personajes. Hay que decir que los epígrafes en cada capítulo cortan de tajo el ritmo vertiginoso que imprime su prosa, con atinados suspenses al final de cada uno, por lo que acaso resulten innecesarios.
A Ximena le ha tomado 171 páginas hallar el justo título para su obra, una en la que merodean por cada esquina, desde el arranque, los felinos, sean por sobrenombre, sean como naguales o sombras: ocelotes, gatos, jaguares, tigrillos, pumas. Aunque también hay insectos y arácnidos, como la mantis y el escorpión, y algunas figuras del espectáculo como Ricky Martin, Natalia Lafourcade, Eminem y Eric Carmen: diversos géneros, variadas latitudes. ¿Un trago, ya que hablamos de música? No se diga más: Macallan, güisqui, o ron Zacapa. Y los ecos de otras dictaduras y otras tragedias martillan los oídos, sea el robo de niños en la Argentina de Videla y en el Chile de Pinochet, con la Escuela de las Américas en Texas y sus hijos de puta egresados, o la matanza de migrantes en San Fernando, Tamaulipas, ya bien entrado el siglo XXI mexicano con 193 cuerpos enterrados.
Los personajes son cuidadosamente develados en medio de un escenario de bestialidad que poco envidiaría Vlad Dracul, El Empalador. El Ocelote trae a la memoria a aquel Jaguar de La ciudad y los perros de Vargas Llosa y el nombre Aura siempre, siempre remitirá a la novela de otro fundamental del boom, Carlos Fuentes. Estrella, sin embargo, es acaso el personaje más afortunado de la novela con sus múltiples mutaciones, desgracias infinitas y milagrosas vueltas de tuerca.
El traslado de dos kaibiles a la siniestra fábrica estadunidense de zombis exterminadores abre el abanico de las peores expresiones del ser humano: egoísmo, celos, inseguridad, envidia, deslealtad, traición, tortura, obediencia ciega, poder desmedido, psicopatía, misoginia a extremos impensables y abuso contra los animales. Nadie ni nada escapa al frenesí de la violencia con sello genocida, concepto válido porque se trataba de borrar de la faz de la tierra a grupos humanos en concreto, así algunas características sólo estuvieran en la cabeza del sanguinario multihomicida: comunistas, guerrilleros e indígenas. Impera, sobre todo, racismo.
A veces despierto temblando, opera prima de Ximena Santaolalla, es por todo eso un Acontecimiento para la literatura mexicana. Sí. Con mayúscula inicial. Prosa limpia, ágil, de diverso registro, que conduce desde la belleza de su forma a los horrores de su contenido. Sin lugares comunes. Sin las complacencias que exige la cultura de la cancelación. Aunque la obra es la ganadora de un concurso de 2021, Random House la publicó en 2022 y tengo la firme creencia de que debe ser La Novela del Año en México.
También te puede interesar:
El país de los silencios
1980. Perseguían a la periodista Irma Flaquer. Su hijo Fernando recibió bala expansiva en la cabeza. Herida por choque contra una pared, Irma salió del carro pidiendo ayuda para su hijo; en ese momento la secuestraron. Torturada x meses fue asesinada. Fernando murió horas después pic.twitter.com/DGbDklIp97
— Ximena Santaolalla (@AjoloteVagando) October 18, 2022