A todas las mujeres de mi árbol genealógico
A Jaime de la Torre por el regalo
El comienzo de un ciclo anual compartido permite idealizar objetivos para suponer que algo en la vida es certero. Esto, sin duda, ayuda; posibilita que el océano de eventos inesperados se desplace a una zona lo suficientemente lejana como para contemplarla. Hasta que algo sucede de pronto un lunes a mediodía, un jueves por la tarde o cualquier día sin importar la hora, no debe ser algo trágico, apenas una situación desfavorable, inestable, un malestar, cierto desgano, la presencia de una idea, lectura, imagen… que recuerde la fragilidad de nuestros ideales.
Para el cierre de 2022 comencé a leer La mujer helada (1981) de Annie Ernaux[1], el libro vino a mí como un regalo inesperado de esos que también suceden cualquier día sin importar la hora para recordarnos que la fragilidad encuentra matices, ilumina y eso basta para continuar. Contrario al supuesto, no, no es una lectura sencilla, se trata en todo caso de una búsqueda, un camino donde se cuestiona “el itinerario de ser mujer”, como la propia autora lo afirma. Así, el trayecto se despliega ante mí, termino por subrayar, marcar la página, cerrar el libro, incomodarme ante la presencia de mi pasado, el de mi madre, el de mi abuela. Miro hacia atrás, me pierdo. De pronto, con una voz potente mi hija irrumpe a mitad de mis cavilaciones, no puedo, lloro por mí y por ella, porque sé que algún día ella, quizá de manera más consciente que ahora, participará del mismo ejercicio: se cuestione, me cuestione —se critique, me critique— se ame, me ame —se odie, me odie— se descubra, me descubra —se pierda, se encuentre, reniegue, acepte… y en su propio itinerario cabrá ella, yo, nosotras.
¿Cómo, viviendo junto a ella, no iba a pensar yo que es glorioso ser mujer, e incluso que las mujeres son superiores a los hombres? Ella es la fuerza y la tempestad, pero también la belleza, la curiosidad de las cosas, figura de proa que me abre las puertas del futuro y me afirma que no hay que tener nunca miedo de nada ni de nadie.[2]
En este instante la lectura se trata de mí, de mi abuela materna que asemeja una estrella fugaz incierta hasta para mi madre. De mi abuela paterna para quien las tempestades parecían menos tragedias inexplicables y más ímpetu proveniente de no sé dónde para no doblegarse. Exploro en mis recuerdos, evoco a la niña que fui, el tiempo en el que mi cuerpo cambió sin aviso, el dolor de la pérdida, todo lo inexplicable, los besos ingenuos, la mudanza, los libros, mis letras: “No resultaba fácil distinguir la parte de libertad y la de condicionamiento, creía que mi trayectoria de mujercita iba toda derecha, cuando en realidad viraba en todos los sentidos.”[3]
Entonces oscilo entre la afirmación y la negación. Me asumo libre de elegir. Casarme nunca, hijos jamás. El futuro resplandeciente. La universidad, Letras, risas, cigarros, libros, hasta hoy los libros como si en ellos todo resultara permanente, porque así lo elegí, porque escribir y leer son un binomio inseparable, qué decir. Independencia, trabajo, clases desde entonces: “[…] al fin y al cabo, como había apostado por la única profesión que me sabía de memoria, la de profesora, tenía que llegar hasta el final. Profe, esa palabra que suena como una piedra en un charco, mujeres victoriosas, reinas de las clases, adoradas u odiadas, nunca insignificantes, no me planteo aún la cuestión de a cuál de ellas me pareceré.”[4] ¿A cuál me parezco? ¿Qué y quién soy para mis alumnas y alumnos?
Comenzó 2023, lejos dejé la lista de deberes para el año, creo que nunca la he escrito, tal vez porque desde hace más de veinte años sé que algo sucede de pronto un lunes a mediodía, un jueves por la tarde o cualquier día sin importar la hora; tampoco vivo trágicamente, me nutro de sueños, los personales y los de la hija que sí tuve porque en algún instante del camino se volvió afirmación de mente y corazón: “Todos los conflictos se minimizan y se disuelven en la cortesía del inicio de la vida en común, en esa palabra infantil que nos ha seducido curiosamente desde un principio, de tesoro a chata, y nos mece tierna, inocentemente.”[5]
El otro lado nunca se desvanece, mi itinerario, el de la mujer que soy ahora, quien escribe estas líneas en busca de un diálogo tan inesperado como esos sucesos luminosos que por sorpresivos se gozan más, como la llegada de este libro-regalo que les leo con las huellas de mi condición lectora, de mis cuestionamientos actuales, porque esta idea de hacer algo en la vida no tiene punto final: “Los diplomas universitarios risible, mezquino eso de agarrarse a una oposición, uno puede ser feliz sin necesidad de esas cosas, la riqueza interior es más que suficiente […]”[6] Porque igual que la narradora íntima que devela su trayecto por la vida, me resisto a caer en la trampa de mujer completa, orgullosa de ser por fin capaz de conciliarlo todo, la subsistencia, una hija, tres cursos de literatura, uno de comunicación, dos universidades diferentes, un proyecto personal, guardiana del hogar y dispensadora del saber, superwoman, no solo intelectualmente hablando, en resumidas cuentas, armónica.
Luego, las aspiraciones, el escalón que sigue, la madurez conseguida para elegir o renunciar. La culpa sin quejas. El deber, dar clase, otro día, el otro también, un día enferma con garganta de fuego, la voz imposibilitada y el cansancio evidente por la mala noche. La salud también se fuga un día cualquiera para demostrarnos otro tipo de fragilidad. Respirar, pronto volver al ruedo victoriosa, avanzar. Estar próxima a cumplir años con terminación cero, otro ciclo se anuncia, creer que este es el mejor tiempo, dudar de la celebración, a la vez sentirme merecedora y esperar que este árbol pronto permita frutos. Se acabaron las notas al pie con números de página, la lectura supone un encuentro íntimo, un itinerario tan propio como incierto.
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“Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo.” Alejandra Pizarnik, 1960.#2023NewYear #poesia
— Mir Suárez (@MirSuarezdelaV) January 3, 2023
[1] Escritora francesa nacida en 1940. Su obra autobiográfica e íntima la hizo merecedora del Premio Nobel de Literatura 2022.
[2] La mujer helada, Ed. Cabaret Voltaire, 2021, 21.
[3] Pág. 93.
[4] Pág. 136.
[5] Pág. 168.
[6] Pág. 181.